Una vía para la paz: relaciones justas entre naciones (II)

(Esta entrega es continuación de la anterior “Una vía para la paz. Relaciones justas entre naciones (I)” que puede encontrar en la publicación que se realizó la semana pasada).
Sin embargo, hoy nos enfrentamos a una división y separación entre naciones poderosas y débiles. Tomemos por ejemplo a las propias Naciones Unidas, cuyo Consejo de Seguridad se compone de una serie de miembros permanentes y otros miembros no permanentes. Esta división ha resultado ser una fuente de preocupación y frustración que se refleja en las protestas de ciertos Estados miembros ante dicha desigualdad. El Islam imparte la doctrina de la justicia absoluta, y la igualdad en todos los aspectos; y en este sentido encontramos otra directriz importante en el capítulo 5, versículo 3 del Sagrado Corán, donde se afirma que para cumplir plenamente con las exigencias de la justicia es preciso tratar con imparcialidad y equidad incluso a quienes transgreden todos los límites en su odio y enemistad. El Sagrado Corán enseña que se ha de aceptar la bondad de dondequiera que proceda y sea quien sea el que la aconseje; y se debe rechazar el comportamiento pecaminoso e injusto, de dondequiera que proceda y sea quien sea el que lo aconseje.

“Y no dejéis que la enemistad de un pueblo que os puso trabas para entrar en la Mezquita Sagrada os incite a transgredir. Más bien ayudaos mutuamente en la virtud y la piedad”. (5:3)
Una pregunta que surge de manera espontánea es: ¿cuál es el grado de justicia requerido por el Islam? En el capítulo 4, versículo 136, del Sagrado Corán se declara que para mantener la justicia y la verdad, uno ha de testificar, si es preciso, contra sí mismo, de sus propios padres o de sus familiares más queridos. Los países poderosos y ricos no deben usurpar los derechos de los países pobres y débiles para preservar sus propios derechos, ni tampoco hacer tratos injustos con ellos. Por otra parte, las naciones pobres y débiles no han de causar daño a las naciones ricas y poderosas allá donde se les presente la oportunidad. Al contrario, ambas naciones han de esforzarse para relacionarse mediante el cumplimiento de los principios de la justicia. Se trata de una cuestión que tiene una importancia crucial en el mantenimiento de relaciones pacíficas entre países.

“¡Oh, vosotros, los que creéis! Sed estrictos en la observancia de la justicia, actuando de testigos por la causa de Al’lah, aunque sea contra vosotros mismos o contra vuestros padres y familiares. Tanto si la persona es rica como pobre, Al’lah está más atento a ambos que vosotros. No sigáis pues los bajos deseos para que podáis actuar con equidad”. (4:136)
El versículo 89 del capítulo 15 del Sagrado Corán aporta otro requisito necesario para establecer la paz entre las naciones basado en la justicia. Sostiene que ninguna de las partes ha de mirar con avaricia los recursos y riquezas de otros, ni tampoco tomar o apropiarse injustamente de los medios de otro país bajo el falso pretexto de proveerle de ayuda o apoyo. Por tanto, los gobiernos no deben sacar ventaja de otras naciones basándose en el suministro de conocimientos técnicos, o con contratos o tratados de comercio injustos. Del mismo modo, tampoco deben tomar el control de los recursos naturales de los países en vías de desarrollo con la excusa de proveerles de conocimientos o asistencia, sino que deben proporcionar ayuda desinteresada a las personas o naciones poco formadas que necesitan que se les enseñe cómo han de utilizar apropiadamente sus recursos naturales.

“No dirijas tu mirada con codicia al placer transitorio que hemos concedido a algunos de sus grupos”. (15:89)
A continuación, las naciones y los gobiernos deberían servir y ayudar siempre a los países menos afortunados. Sin embargo, dicho servicio no ha de tener por objetivo alcanzar beneficios nacionales o políticos, ni servir como medio para satisfacer intereses creados. Es cierto que en las últimas seis o siete décadas las Naciones Unidas han desarrollado numerosos programas y fundaciones para ayudar a los países pobres a progresar y con este propósito han explorado sus recursos naturales; pero, a pesar de estos esfuerzos, ninguno de los países en cuestión ha alcanzado el nivel de un país desarrollado. Una de las razones que lo justifican es, sin lugar a dudas, la amplia corrupción de los países en vías de desarrollo. Pero muy a mi pesar, debo decir que las naciones desarrolladas negocian con estos gobiernos con el objetivo de impulsar sus propios intereses; siguen pactando tratados comerciales, ayudas internacionales y contratos mercantiles, con el resultado de que las frustraciones e inquietudes de los sectores pobres y desfavorecidos de estas sociedades no hacen más que crecer, y culminan en rebeliones y desordenes internos. Las personas pobres de los países en vía de desarrollo se sienten tan frustradas que se levantan en contra de sus propios líderes y de las grandes potencias, y ello ha favorecido a los grupos extremistas, que aprovechan la situación animando a la gente a unirse a sus grupos y apoyar su ideología repleta de odio. Todo esto ha culminado, en última instancia, con la destrucción de la paz del mundo.
El Islam ha llamado nuestra atención hacia varios medios para conseguir la paz. Se requiere una justicia absoluta, que los testimonios de todos sean verdaderos, que se abandonen las miradas de envidia dirigidas a las riquezas de otros, requiriendo, además, que las naciones desarrolladas dejen de lado sus intereses creados, y ayuden y sirvan a las naciones menos desarrolladas y más pobres de manera altruista y con espíritu desinteresado. La observancia de todos estos factores permitirá establecer la paz.
Si, a pesar de todas estas medidas, un país transgrede todos los límites y ataca a otro para conseguir injustamente el control de sus recursos, los demás países deben tomar medidas, siempre justas, para detener esa crueldad.
Las circunstancias para poder tomar tal acción basadas en las enseñanzas islámicas se detallan en el capítulo 49 del Sagrado Corán, donde se enseña que cuando dos naciones disputan y llegan a una guerra, los demás gobiernos deben aconsejarles a favor del diálogo para que puedan llegar a un acuerdo y reconciliarse en base a un arreglo negociado. Si aun así una de las partes no acepta los términos del acuerdo y continúa con la guerra, los demás países deberán unirse para enfrentarse, luchar y detener al agresor; y, cuando éste sea derrotado, y acepte la negociación, ambas partes deberán trabajar juntas para un acuerdo de paz y reconciliación duraderas. No se deberán forzar condiciones duras e injustas que dejen maniatadas a dichas naciones porque, con el tiempo, darán pie a inquietudes que irán en aumento, se propagarán y culminarán en más desordenes. Cuando un tercer gobierno trate de reconciliar a las dos partes enfrentadas, deberá actuar con absoluta sinceridad e imparcialidad, aun cuando una de las partes se pronuncie en su contra. Por tanto, el gobierno intermediador no ha de mostrar su ira en dichas situaciones, ni ha de buscar la venganza, ni tampoco actuar de manera injusta. Cada una de las partes ha de preservar sus debidos derechos.
Así pues, para que las exigencias de la justicia se cumplan, es preciso que los gobiernos que están negociando un acuerdo no traten de defender sus propios intereses, ni tampoco busquen conseguir beneficios indebidos de dichos países. No deben interferir o presionar injustamente a los países en cuestión, ni imponer restricciones innecesarias e injustas sobre sus recursos naturales, pues esta práctica injusta no ayuda a la mejora de las relaciones entre naciones.
Dado el tiempo limitado a mi disposición, solo les he mencionado con brevedad algunos puntos. Si deseamos establecer la paz en el mundo, hemos de dejar de lado nuestros intereses personales y nacionales en pro de un bien mayor, y entablar relaciones basadas en su integridad en la justicia. De no ser así, y algunos de ustedes estarán de acuerdo conmigo, las alianzas y bloques que se formarán en el futuro - o quizás debo decir que ya se han empezado a formar - harán muy probable que el desorden siga aumentando en el mundo, y todo culmine en una gran destrucción, cuyos efectos perdurarán, sin lugar a dudas, durante muchas generaciones. Por ello, Estados Unidos, como el poder más grande del mundo, debe cumplir con su papel y actuar con plena justicia y con todas las buenas intenciones que he descrito. Si así sucediera, el mundo recordará para siempre, con gran admiración, sus inmensos esfuerzos. Pido a Dios que así sea.
Muchas gracias de nuevo.
(lpbD) – que la paz y las bendiciones de Dios sean con él.
(lpD) – que la paz sea con él.