Opinión

El ‘annus horribilis’ de Irán

photo_camera Alí khamenei

En la teocracia iraní, los ayatolás actúan como vicarios de al-Mahdi, el redentor del Islam cuya aparición se espera poco antes del Día del Juicio, cuya cercanía señalará el triple hundimiento del Este, del Oeste y de Mesopotamia. Es posible que la tormenta perfecta en la que está inmerso Irán, diezmado por la pandemia vírica, paralizado por el ahogo económico, y descabezado por las bajas entre sus dirigentes, esté llevando a los clérigos iraníes a preguntarse si no estarán siendo testigos de la inminencia de los Últimos Días.

Lo cierto es que es difícil exagerar la gravedad de la situación en el país persa, que entró en la nueva década del calendario gregoriano perdiendo  a Soleimani, un pilar clave del régimen, poco después de una serie de escaramuzas en las aguas del Estrecho de Ormuz, prologadas por la retracción unilateral estadounidense del acuerdo multinacional de desnuclearización iraní, y las consiguientes medidas de embargo económico. 

La llegada de la COVID-19 a tierras persas encontró un ecosistema político extremadamente frágil y con una legitimidad interna crecientemente cuestionada en público. Conviene recordar que fue precisamente el descontento en la calle lo que precipitó la llegada al poder de Jomeini, por lo que los ayatolás son bien conscientes de la capacidad que el malestar social tiene para tumbar regímenes en Irán. Significativamente, el foco principal de la pandemia está en el santuario de Qom, centro teológico y sede de peregrinación sobre el que se articula el poder clerical que da legitimidad al régimen iraní, y cuyo aislamiento ha puesto de manifiesto las dinámicas perversas de la doble estructura de  poder imperante en Irán; los partidarios de la opción civil representada por Hasán Rohaní y los adláteres de la ortodoxia militarista, encabezada por Alí Jamenei,  se han enfrascado en una lucha interna por el control político que solo ha logrado poner palos en las ruedas de la acción coordinada contra la pandemia, retrasando inevitables medidas draconianas como las adoptadas en Italia y España y permitiéndose el lujo de enfrascarse en el falso dilema entre economía y salud, lo que ha resultado en una demora que ha empeorado la situación sanitaria.

Estas debilidades sistémicas de Irán no se han escapado a la atención de otros actores geopolíticos regionales, compañeros de viaje de la teocracia persa, especialmente la de sus vecinos iraquíes, con quienes los vínculos religiosos y culturales compartidos entre chiítas ha permitido a Teherán ejercer una notable influencia en Bagdad, tras el fiasco de la invasión americana en 2003. Las repercusiones de la pandemia no han tardado en propagarse a Irak, que ha presenciado la caída de un primer ministro y una subsecuente inestabilidad gubernativa que acentúa la inoperancia para afrontar la pandemia, y la reluctancia de los iraquíes a prestarse como campo de batalla y daño colateral del antagonismo entre Washington y Teherán. 

Los sistemas sanitarios de ambos países se encuentran desbordados, lo que ha obligado a que la Guardia Revolucionaria y las milicias de Hizbulá extremen el control social también en Irak y el Líbano, infiltrando comisarios políticos entre los profesionales de la salud y propagando entre la población teorías conspirativas sobre el origen de la epidemia. Esto, sin embargo, no puede ocultar el inevitable plegamiento sobre sí mismo del Gobierno de Irán, obligado a posponer su expansión en la región para evitar su propio colapso, habida cuenta de que los parcos recursos financieros que Teherán aún obtenía de sus escasos aliados se han reducido a su mínima expresión, ya que dichos países están priorizando salvarse a sí mismos, por lo que es impensable que las inversiones iraníes en Irak, Yemen, Líbano y Siria puedan aliviar la liquidez de Irán. 

A las limitaciones propias de una economía embargada, se suma la corrupción generalizada, que complica aún más la prestación de ayuda médica y la distribución de materiales sanitarios. Tal es el grado de desconfianza entre la población, que la Fiscalía iraní ha llegado a amenazar con ejecuciones sumarísimas a quienes especulen con mascarillas y otros equipos de salud, y se ha movilizado a un cuarto de millón de paramilitares basichíes que están autorizados a entrar en domicilios particulares para identificar y extraer a civiles contagiados. 

El desconcierto entre las élites iraníes ha llevado a que Alí Jamenei se haya visto obligado a anunciar la más que probable restricción de congregaciones públicas durante el mes del Ramadán, al tiempo que otros sectores del liderato tratan de identificar sectores productivos que puedan reabrirse para evitar el colapso total de la economía, sin provocar una segunda ola de contagios. Este es exactamente el mismo debate que está teniendo lugar en las sociedades occidentales, las cuales cuentan, sin embargo, con la capacidad de financiar el parón económico contrayendo deuda, un mecanismo a priori vetado a Irán. Esto ha llevado a Hasán Rohaní no sólo a rescatar 1.000 millones de euros del Fondo Nacional de Desarrollo para disponer de liquidez, sino, más significativamente, a iniciar discusiones con el Fondo Monetario Internacional para abrir negociaciones orientadas a un rescate bajo otro nombre. 

Los ayatolás parecen haber llegado a la conclusión de que, entre las opciones disponibles para evitar el cambio de régimen, no se encuentra ni el incremento de la represión, ni desviar las tensiones internas proyectándolas hacia un enemigo exterior. La implementación de medidas radicalmente impopulares como el confinamiento en masa solo puede llevarse a cabo a la china, mediante el cumplimiento impuesto o con el consentimiento de los confinados. El Estado iraní carece tanto de la fortaleza coercitiva de la dictadura china como de su músculo económico, por lo que la única alternativa viable a su alcance es hacer un pacto con el diablo, aliviando la situación material del pueblo iraní por medio una inyección urgente, ingente y condicional de fondos internacionales que obligará a Irán y a sus clientes a dejar la revolución islámica aparcada para mejor ocasión.