El factor indio en el giro estratégico Indo-Pacífico

Una de las motivaciones más potentes del votante pro-Brexit fue la añoranza imperial y la convicción de que Gran Bretaña podría de nuevo gobernar los mares, como en el siglo XIX, liderando una reencarnación del Imperio Británico convirtiendo a la Commonwealth en un sucedáneo del mismo, con la complicidad de la especial relación con su antigua colonia norteamericana. Basta con ojear los eufóricos titulares que han publicado tabloides británicos después del acuerdo AUKUS para constatar que esta retórica goza de no poco fervor entre una parte notable del público inglés.
Abundando en esta idea, el primer ministro británico, Boris Johnson, visitó Washington D.C. una semana después de la puesta de largo del AUKUS, justo antes de que el presidente estadounidense hiciese de anfitrión en la Casa Blanca durante la primera cumbre presencial de mandatarios del Quad, que contó con la presencia de los primeros ministros de la India, Narendra Modi, de Japón, Yoshihide Suga, y de Australia, Scott Morrison, con quien Boris Johnson se reunió previamente.
Si convenimos con Hegel que la evolución histórica de las sociedades es el desarrollo de la idea, entendida esta como lo metapolítico, hay pocas dudas de que la idea geoestratégica que se está desenvolviendo en la región Indo-Pacífica tiene una clara impronta anglosajona. Esta característica fundamental suele verse con la óptica del antagonismo sino-americano, asumiendo tácitamente que el resto de los actores implicados son, en el mejor de los casos, compañeros de viaje, o, en el peor, meros tontos útiles. Sin embargo, la puesta en marcha de esta inédita construcción normativa plantea dilemas de enorme calado político para alguno de sus integrantes asiáticos, con India -una potencia por derecho propio- a la cabeza.
Por una parte, la supuesta pertenencia de la India a la anglosfera, como resultado de la permeación superficial de la lengua inglesa y el derecho anglosajón durante la ocupación británica del subcontinente entre 1858 y 1947, enmascara el caleidoscopio de complejidades que definen la realidad india, y menosprecia tanto su agencia como su voluntad de poder. Del mismo modo, la incardinación geopolítica del subcontinente indio no le da margen existencial para el antagonismo con rusos y chinos. Por consiguiente, Modi y sus futuros sucesores no pueden permitirse ser convidados de piedra.
Usando el principio de caridad para aceptar como premisa de análisis que la motivación de las iniciativas angloamericanas en el Indo-Pacífico no es la denegación territorial de China en el Pacífico Sur, y de Rusia en el Antártico, sino el desarrollo de un centro de poder como base para redefinir el derecho internacional en su conjunto, el reto al que se enfrentan los proponentes de este nuevo marco relacional es resolver el dilema de la legitimidad que, más allá del conocido principio de efectividad de Hans Kelsen, tienen las estados-nación participantes en esta empresa para imponer sus propias reglas al resto del mundo, y, por otra parte, reconciliar la pérdida de soberanía nacional explícita que deberán asumir los países alineados en la estrategia anglosajona. Esto es más fácil de enunciar que de llevar a la práctica, particularmente en la India, un país en el que la profusión de reformas políticas es inversamente proporcional a la construcción de consensos nacionales, y donde el recuerdo de la colonización británica y los cientos de miles de muertos causados por la arbitraria y precipitada partición trazada por Lord Mountbatten está resueltamente menos idealizado que en el Reino Unido.
Por lo tanto, cualquier atisbo de cesión de poder nacional que se perciba como contrario a la dialéctica pos-colonialista, que es central en la política india desde que alcanzó la independencia, tiene potencial para desincentivar el compromiso real de Nueva Delhi con la hoja de ruta anglosajona. Dicho de otra manera, Washington y sus más incondicionales aliados anglosajones están forzosamente obligados a explicitar si el modelo de 'realpolitik' que tienen en mente es una especie de ‘todo por Asia, pero sin Asia’ pseudo-colonialista, basado en detentar el monopolio de la fuerza militar, o por el contrario, aspiran a completar el de-colonialismo empoderando a sus socios asiáticos implantando un proceso de toma de decisiones basado en el consenso entre pares, al estilo del poder normativo que ejerce la Unión Europea. En definitiva, podemos decir, parafraseando al politólogo norteamericano Robert Kagan, eligiendo entre hacer de Marte o hacer de Venus.