El giro estratégico de Trump sobre la guerra en Ucrania

- La decepción personal: el ego como brújula de política exterior
- La militarización simbólica: armas, OTAN y equilibrios delicados
- Ucrania entre la esperanza táctica y el escepticismo estratégico
- Sanciones, aliados incómodos y una economía en juego
- ¿Un cambio genuino o un cálculo momentáneo?
Los cambios de postura en política exterior pueden ser fruto de coyunturas, cálculos electorales o nuevas lecturas geoestratégicas. Sin embargo, el giro reciente de Donald Trump en su enfoque hacia la guerra en Ucrania resulta especialmente notable por su rapidez, su carácter contradictorio y sus posibles implicaciones para el equilibrio global. En apenas seis meses, el mandatario pasó de minimizar el conflicto —“esto se arregla en 24 horas”— a enviar misiles Patriot, reprender públicamente a Vladimir Putin y hablar de sanciones contra países que comercian con Rusia.
El cambio ha sido tan vertiginoso que algunos expertos, como Michael McFaul, exembajador de EE. UU. en Moscú, no dudan en calificarlo como “excepcional” y profundamente revelador: “Lo que dice hoy sobre Putin es un gran cambio. Estoy sorprendido por él”. La pregunta, sin embargo, no es solo por qué cambió Trump, sino qué significa ese cambio para Ucrania, Europa y el resto del mundo.
La decepción personal: el ego como brújula de política exterior
Durante años, Trump cultivó una imagen de cercanía política con Vladimir Putin. Su retórica, a menudo ambigua, dejaba espacio para la especulación: ¿admiración genuina por la autoridad del líder ruso o simple estrategia para reposicionarse frente a una élite global que percibía hostil? Lo cierto es que, en el corazón del trumpismo, se encuentra la creencia de que los problemas internacionales se resuelven entre “hombres fuertes”, sin intermediarios, reglas ni procesos diplomáticos engorrosos.
La ruptura con Putin parece haber surgido no por razones morales o estratégicas, sino por una profunda decepción personal. “Putin me falló”, habría dicho Trump en privado, según fuentes del Congreso. Su plan consistía en ofrecerle una salida aceptable: frenar la expansión de la OTAN, legitimar territorios ocupados y aliviar sanciones a cambio de paz. Pero Putin lo ignoró. Peor aún, intensificó los ataques.
Según McFaul, “Trump parecía débil, y eso es algo que no puede tolerar. El fracaso de su fórmula lo obligó a recalcular”. Esta decepción lo llevó a endurecer su discurso no por empatía con Ucrania, sino por la necesidad de reconstruir su imagen de líder invencible.
Este es un patrón conocido en la política trumpista: las decisiones no nacen de una doctrina sólida, sino de una narrativa centrada en la imagen. Como bien apunta Sabrina Singh, exportavoz del Pentágono: “Trump puede ser influenciado muy rápidamente. Todo depende de quién le da la última llamada y cómo lo hace sentir”.

La militarización simbólica: armas, OTAN y equilibrios delicados
Una de las consecuencias más visibles del giro de Trump ha sido la reactivación del suministro militar a Ucrania, con énfasis en el envío de misiles Patriot. Sin embargo, este respaldo no se da en un vacío: está cuidadosamente diseñado para evitar un compromiso absoluto. Trump ha utilizado a la OTAN como “pantalla diplomática”, permitiendo que sean los países europeos los que entreguen el armamento mientras Estados Unidos vende los repuestos. Así, se genera empleo en el sector de defensa estadounidense sin comprometer directamente la narrativa de “America First”.
El secretario general de la OTAN, Mark Rutte, resumió esta lógica con una frase cargada de astucia diplomática: “Donald quiere que Ucrania reciba lo necesario para defenderse, pero quiere que Europa pague por ello. Lo cual, sinceramente, tiene todo el sentido”. Esta fórmula permite a Trump obtener beneficios políticos y económicos sin antagonizar completamente con su base más escéptica sobre Ucrania.
No obstante, el apoyo militar no es ilimitado. Aunque Trump ha insinuado que podría enviar armamento ofensivo —como misiles de largo alcance—, también ha moderado sus palabras. “No, no deberían atacar Moscú”, dijo refiriéndose a Kiev. “No estoy del lado de nadie, estoy del lado de la humanidad”.
Esa declaración puede parecer conciliadora, pero es también reveladora del enfoque transaccional y moralmente ambiguo del presidente. Apoya lo suficiente para no parecer débil, pero evita compromisos que lo aten de forma permanente.

Ucrania entre la esperanza táctica y el escepticismo estratégico
Desde que Trump volvió a la presidencia, Ucrania ha transitado una montaña rusa emocional. En febrero, Volodimir Zelenski recibió una reprimenda desde el Despacho Oval: cortes de servicio de inteligencia y congelamiento de ayuda militar. En ese momento, parecía confirmarse el temor de que Trump abandonaría a Kiev. Sin embargo, el tono comenzó a cambiar en reuniones posteriores, especialmente en Roma. “El optimismo volvió a aparecer cuando Trump empezó a hablar menos de concesiones y más de castigos a Putin”, comentó un diplomático europeo. La promesa de misiles Patriot, junto con la amenaza de sanciones a socios comerciales de Rusia, fue recibida en Kiev como una señal de que Washington no se retiraría del todo del conflicto.
Aun así, los líderes ucranianos son conscientes de la fragilidad del nuevo apoyo. “Trump es impredecible. Lo que dice hoy, puede contradecirlo mañana. Hay que avanzar mientras dure la ventana”, dijo recientemente Oleksandr Merezhko, jefe del Comité de Asuntos Exteriores del Parlamento ucraniano.
Aunque la diplomacia ha mejorado, el campo de batalla sigue siendo brutal. Putin ha intensificado los ataques con drones FPV cableados que evaden los sistemas antiaéreos. Las pérdidas civiles y territoriales continúan, mientras el Kremlin espera que el desgaste internacional erosione el apoyo a Ucrania. Trump podría reforzar esa narrativa si su paciencia se agota o si ve un rédito electoral en “lograr la paz” a cualquier precio.

Sanciones, aliados incómodos y una economía en juego
El giro de Trump también se está proyectando en la arena global, particularmente a través de su propuesta de imponer sanciones secundarias a países que mantienen vínculos comerciales con Rusia. Aunque el comercio bilateral entre EE. UU. y Rusia es marginal, las verdaderas consecuencias vendrían si estas sanciones se extienden a actores clave como India, China o Turquía.
McFaul advierte que una medida así podría “sacudir los cimientos del comercio global, disparar los precios del petróleo e inflamar la inflación interna, algo que Trump no querría en un año electoral”. Pero la amenaza existe, aunque parezca poco viable en la práctica.
El senador Rand Paul calificó el proyecto de sanciones como “uno de los más peligrosos jamás presentados”, mientras que Josh Hawley, también republicano, declaró: “No necesitamos legislar amenazas cuando el presidente puede hacerlas directamente”.
La comunidad internacional observa con escepticismo: ¿realmente Trump sancionará a India y China en plena tensión con Irán y mientras busca reducir su dependencia de manufacturas chinas? ¿O es todo parte de una estrategia maximalista para negociar desde una posición de fuerza?
“Trump quiere que parezca que está dispuesto a todo, pero eso no significa que vaya a hacerlo”, dijo recientemente un alto funcionario del Departamento de Estado. “Y eso, para Moscú, puede ser suficiente”.
¿Un cambio genuino o un cálculo momentáneo?
Pese al nuevo tono, pocos analistas creen que estemos ante un cambio estructural en la visión de Trump sobre Rusia y Ucrania. Como explica Michael McFaul, exembajador en Moscú, el giro obedece a tres factores principales: primero, una profunda decepción personal con Putin, quien ignoró las propuestas informales de Trump y lo dejó en evidencia; segundo, la necesidad urgente de no parecer débil tras ese fracaso, algo que choca directamente con la lógica narrativa del trumpismo; y tercero, una obsesión con obtener una victoria simbólica, aunque sea superficial, que pueda presentar como logro personal.
Lejos de una reevaluación estratégica, se trata de una respuesta táctica, emocional y electoral. Como resume Fiona Hill, exasesora de Seguridad Nacional: “No se trata de una reconsideración profunda del conflicto, sino de una necesidad política de marcar distancia con un aliado que lo dejó en evidencia”.
Trump sigue soñando con una cumbre que le otorgue una victoria que vender al público como “la paz del siglo”. Cercanos a su entorno reconocen que, si Putin ofreciera una tregua de cinco días y la presentara como un éxito compartido, Trump la aceptaría sin dudarlo. De hecho, ha dado a Moscú un plazo de 11 o 12 días para “reconsiderar” su posición, lo que en la práctica podría envalentonar al Kremlin a intensificar los ataques antes de sentarse a negociar.
En este sentido, el futuro del apoyo estadounidense a Ucrania no depende de principios ni alianzas, sino del estado de ánimo de un solo hombre. Hoy Trump promete misiles y sanciones; mañana podría volver al aislacionismo. Su política exterior no se mueve por mapas ni doctrinas, sino por heridas de ego y necesidades de campaña.