El emperador puso en su sitio a la colonia europea

<p>El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, estrecha la mano de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, mientras el secretario de Comercio estadounidense, Howard Lutnick, el representante comercial, Jamieson Greer, y el subjefe de gabinete de la Casa Blanca, Stephen Miller, aplauden, tras el anuncio de un acuerdo comercial entre Estados Unidos y la UE, en Turnberry, Escocia, Reino Unido, el 27 de julio de 2025 - REUTERS/ EVELYN HOCKSTEIN</p>
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, estrecha la mano de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, mientras el secretario de Comercio estadounidense, Howard Lutnick, el representante comercial, Jamieson Greer, y el subjefe de gabinete de la Casa Blanca, Stephen Miller, aplauden, tras el anuncio de un acuerdo comercial entre Estados Unidos y la UE, en Turnberry, Escocia, Reino Unido, el 27 de julio de 2025 - REUTERS/ EVELYN HOCKSTEIN
Hasta la inmensa mayoría de los medios informativos y políticos norteamericanos han mostrado su sorpresa por la facilidad con la que la Comisión Europea cedió al ultimátum del presidente Donald Trump

El máximo dirigente estadounidense terminó su pulso con Ursula Von der Leyen ganando por goleada si empleamos un símil futbolístico, o por K.O. técnico si lo comparamos con el boxeo. 

Como es lógico, dentro del sanedrín de los Veintisiete, y a pesar de la estampida vacacional, han surgido las discrepancias, máxime cuando, dentro de la derrota europea general, unos han salido del combate más perjudicados que otros. 

En síntesis, el acuerdo comercial entre Estados Unidos y la Unión Europea es una capitulación en toda regla de esta última: los europeos se comprometen a eliminar por completo los aranceles a los productos estadounidenses; a realizar inversiones en territorio norteamericano por valor de 600.000 millones de euros, y a comprar energía estadounidense, o sea gas y petróleo fundamentalmente, por valor de otros 750.000 millones. A cambio de estas imposiciones del “emperador” americano, los productos europeos serán gravados con un arancel general del 15 %, manteniendo no obstante la penalización ya en vigor del 50 % para el acero y el aluminio. 

Como quiera que Donald Trump había amenazado con que el arancel general sería del 30 % a partir del 1 de agosto, su rebaja al 15 % ha sido incluso celebrada como un triunfo en algunas capitales europeas, sin pararse en analizar la inveterada costumbre de Trump de negociar siempre a partir de un máximo para conseguir finalmente lo que pretendía de verdad tras un simulacro de regateo. En definitiva, el triunfo de Trump es tanto más contundente cuanto que hasta ahora el arancel medio que pagaban los productos europeos era en realidad del 1,45 %. 

Arguyen fuentes de la Comisión Europea que ésta no tenía muchas más herramientas para negociar con Trump, lo que probablemente es verdad, tanto por la situación de inferioridad general de la propia UE respecto del gigante americano, como por las pugnas internas europeas, especialmente las que enfrentan a producciones y países del sur de Europa con los del norte. De hecho, si los alemanes han vuelto a erigirse como los menos damnificados, por lo que respecta a su industria automovilística, España y sus producciones agroalimentarias pueden ser de los mayores perjudicados, toda vez que el aumento de los aranceles al 15 % pueden anular la viabilidad de multitud de empresas, que tienen en el mercado americano el grueso de su facturación, y sobre todo el de su hipotética proyección de futuro. 

Como en las relaciones internacionales los gestos importan mucho, no deja de ser sorprendente que el anuncio de este acuerdo-capitulación se haya celebrado en el salón de baile de la casa-club de uno de los campos de golf que Trump posee en Escocia, la tierra de su madre. El “emperador” ha impuesto, pues, sus condiciones a domicilio, como si quisiera recalcar su impronta y su dominio sobre una Europa a la que, si no desprecia abiertamente, sí la considera muy inferior. 

Justifican también en el seno de las instituciones europeas que “las concesiones realizadas han salvado el acceso de Europa al mercado estadounidense”. Sin desmentir tal aserto con rotundidad, es evidente que el precio a pagar por tal acceso es monumental, prácticamente el equivalente a los impuestos que las potencias imperiales del siglo XIX imponían por su real gana a sus colonias. 

Yendo más allá de las consecuencias inmediatas de este acuerdo-capitulación, parece evidente que la supeditación de Europa a Estados Unidos es, si cabe, mucho mayor que antes. La cláusula que estipula genéricamente que Europa comprará “una gran cantidad de material militar” a las factorías norteamericanas, despoja de gran parte de su autonomía a los europeos que aspiraban a crear una potente industria continental alternativa a la norteamericana. 

Está claro que Trump no tenía entre sus planes volver a presidir los Estados Unidos para hacerse el simpático ante sus antiguos amigos y aliados. Sus gestos y sus frases despectivas, como por ejemplo aquella de que “nosotros facilitaremos los Patriot a Ucrania para que se defienda de Putin, pero los pagarán los europeos”, encierra toda una filosofía política y, sobre todo, la manera en la que la Casa Blanca concibe su relación con el otro lado del Atlántico. 

Al concluir este análisis, cabe la tentación de instar una vez más a que Europa actúe unida y haga valer sus capacidades. Pero, siendo realistas, la razón nos dice que Europa no va a recuperarse fácilmente de esta derrota. Es más, cabe intuir desgraciadamente que se multipliquen los llamamientos al sálvese el que pueda, o sea a la fragmentación irreversible que, al cierre de filas, apretar los dientes y búsqueda del interés común europeo.