Amenazada por los populismos iliberales, la democracia liberal se enfrenta a su propia decadencia.

La decadencia de la democracia liberal: coaliciones de poder frente a la disrupción político-social como estrategia de guerra de Cuarta Generación

photo_camera IEEE - La decadencia de la democracia liberal: coaliciones de poder frente a la disrupción político-social como estrategia de guerra de Cuarta Generación

Mediante la permeabilidad social generada por un contexto de aumento de la desigualdad socioeconómica, Rusia ha encontrado, en los últimos años, «espacios abiertos» para desplegar una estrategia propia de las guerras de Cuarta Generación. En la búsqueda del colapso interno de los Estados-objetivo sobre los que los servicios de inteligencia del Kremlin han actuado, se han desarrollado operaciones de información caracterizadas por la intoxicación del universo sociopolítico de la sociedad agredida, a través de inundaciones de desinformación volcadas en un campo de batalla virtual y mediático. Todo ello, con el objetivo de fomentar el auge de los movimientos populistas iliberales que han sido utilizados en tanto que principal herramienta de proyección de sharp power por parte de Moscú. La fase final de este proceso concluiría con una confrontación entre estos movimientos y la ruling coalition en el poder que podría acabar con una transición de Gobierno en favor del populismo iliberal.

Introducción

La capacidad de resistencia en el poder de un Gobierno puede depender de múltiples factores decisivos; entre ellos, el modelo de régimen político del Estado —democrático, semiautoritario, autoritario, totalitario—, el grado de predisposición social a la realización de transiciones pacíficas o conflictivas, la estructura del sistema político- institucional —entendiendo que esta puede tener una configuración tal que requiera de más o menos apoyos permanentes y, por ende, provoque más o menos crisis y transiciones de Gobierno— o la existencia de policies históricas —ya sea en materia de política interna o exterior que provoquen una pérdida decisiva de apoyo social por la desviación gubernamental del curso histórico.

En la última década, en el panorama político global y, en especial, en Europa y América, ha irrumpido un nuevo factor de desestabilización social que, como tal, se constituye en elemento debilitador de los gobiernos en el poder: los populismos iliberales, caracterizados por disponer una narrativa de enfrentamiento entre población y élite político-institucional, un discurso identitario-excluyente, y la generación de un debate político polarizante y agresivo1. El auge y asentamiento de estos movimientos iliberales ha demostrado tener, en diversos casos, relación con tácticas propias de las llamadas guerras de Cuarta Generación2 que, mediante operaciones de información desplegadas por potencias extranjeras, tienen el fin de crear una disrupción del panorama político del Estado-objetivo3. En este sentido, las interferencias del Kremlin en procesos electorales de democracias occidentales4 son el ejemplo más paradigmático de este fenómeno y base para el caso de estudio del presente artículo.

Así pues este texto tiene por objetivo realizar un análisis de este nuevo factor de desestabilización político-social a través del siguiente proceso: En primer lugar, se han identificado tres dimensiones básicas de este que se constituyen, a su vez, en tres fases distintas del proceso de disrupción política y potencial caída de gobiernos democráticos. Y, en segundo lugar, dichas dimensiones se han categorizado en 1) Generación de malestar social —identificando, en esta fase, la existencia de desigualdad económica como el gran factor de generación—; 2) Explotación de la permeabilidad social; y 3) Potenciación de un escenario-resultado de confrontación violenta entre gobierno y población.

Respecto a la primera dimensión, se establece que esta es espontánea, es decir, que no puede ser generada mediante injerencias externas. En este sentido, la existencia de desigualdad socioeconómica en una sociedad se da por factores contingentes que pueden derivar en la explosión de un malestar social aprovechable para el despliegue de operaciones de disrupción política. De tal manera, este apartado inicial se dedica al análisis de la presencia de este factor y su relación con procesos de desestabilización social de mayor o menor calado que pueden amenazar la estabilidad política de un Estado y su Gobierno.

En la segunda fase, mediante la aplicación de un marco de análisis de redes terroristas —utilizado principalmente para el estudio de la enjertación de nodos de Al Qaeda en Estados occidentales— se observa cómo el clima de malestar social generado en la primera fase es aprovechado para la puesta en práctica de las tácticas de guerra de Cuarta Generación, de la misma manera que las organizaciones terroristas utilizan la generación de «espacios abiertos» para insertar a sus operativos en sociedades a priori hostiles, en las que se ha creado una permeabilidad social que les permite operar.

En este sentido, para el objeto de estudio, se ha determinado que los ataques a observar son únicamente aquellos enfocados a la creación de una tensión político- social que se desarrolla, una vez iniciada, de forma eminentemente independiente. Por tanto, se ha obviado la profundización en estrategias añadidas como, por ejemplo, la financiación externa de partidos políticos o la captura de medios de comunicación presentes en el Estado-objetivo; por considerarse no-representativas de la principal línea metodológica empleada por Rusia en la última década; siendo, tanto el actor como el periodo temporal anteriores, elementos que acotan el presente análisis.

Finalmente, en la tercera dimensión, se analiza la capacidad de resistencia de los Gobiernos democráticos —en comparación con otros regímenes políticos— a través de la observación de los estudios existentes sobre la relación entre la permanencia en el poder de una ruling coalition y el apoyo necesario de una winning coalition que actúa como elemento clave para su asentamiento en la dirección de un Estado. Por otro lado, lo anterior se combina con el análisis de similitudes entre las herramientas disruptivas y de control social utilizadas por movimientos insurgentes y los elementos potencialmente desplegables por los movimientos counter-establishment generados en esta última fase; cuyo objetivo compartido es el derrocamiento del régimen que ostenta el poder político.

La dimensión de generación: el factor de explosión del malestar social

El surgimiento de un clima de malestar social que desemboque en una tensión conflictiva es un ámbito de estudio altamente prolífico. Desde la conflictología —con perspectivas sociológicas, politológicas, económicas, etc.—, se han realizado múltiples investigaciones sobre las causas últimas de la explosión de conflictos civiles e internacionales en y entre países, atendiendo a cuáles son los factores de generación de un malestar social que incremente las posibilidades de surgimiento de dichos conflictos.

En el ámbito del conflicto civil, se han identificado variables clave como la presencia — o no— de unas condiciones económicas favorables y la existencia —o no— de factores naturales adversos; ambas relacionadas con dos elementos determinantes: el grado de desarrollo de las capacidades del Estado y la generación de oportunidades en una sociedad. En este sentido, algunas de las causas principales del surgimiento de conflictos civiles serían: 1) La existencia de un contexto económico negativo —con altos índices de pobreza, desigualdad, y un bajo crecimiento económico—; 2) La falta de un entramado institucional efectivo que instaure un mercado inclusivo y un clima de seguridad y justicia; y 3) La presencia de adversidades climáticas que provoquen inseguridad en el sector agrícola5. Por otro lado, en el panorama extraestatal, la explosión de conflictos internacionales puede verse condicionada por factores como: 1) Político-institucionales, como la exclusión política, las luchas de poder entre las élites de un Estado o la debilitad del entramado institucional; 2) Socioeconómicos, como la existencia generalizada de desigualdad, pobreza y exclusión social; y 3) Ambientales, como la descompensación demográfica, la escasez de recursos naturales o la inseguridad alimentaria, entre otros6.

Como se puede apreciar, ambos tipos de conflicto presentan características compartidas o similares, de las cuales se ha escogido una para el presente análisis, al considerarse, en base a los estudios existentes, el factor más relevante como elemento generador de un clima de malestar social potencialmente aprovechable para su evolución hacia un escenario de tensión política conflictiva. De tal manera, la existencia de desigualdad socioeconómica en una sociedad se ha determinado el factor clave en esta dimensión de generación.

Tal y como se ha especificado anteriormente, dicho factor se considera naturalmente espontáneo, es decir, que no es generado artificialmente mediante injerencias externas. Lo anterior es asumido como norma general, obviando situaciones como la imposición de sanciones económicas internacionales a un Estado o la irrupción de una guerra comercial —contextos que, siendo de generación exógena, sí podrían ejercer influencia en su grado de desigualdad socioeconómica—. De la misma forma que en lo señalado en la presentación de la fase-dimensión de explotación de la permeabilidad social, esta asunción se basa en la acotación del objeto de estudio, entendiendo que Rusia ha tendido a aprovechar más que a generar contextos de malestar social generalizado para la puesta en práctica de operaciones de información enfocadas al surgimiento de una tensión política conflictiva.

Desigualdad socioeconómica

Tanto en el caso de los conflictos civiles como en el de los conflictos internacionales, se observa que variables como la pobreza, la desigualdad y la exclusión social son factores relevantes en la explicación del surgimiento de la conflictividad. Un ejemplo paradigmático de esta correlación entre desigualdad económica e inestabilidad social son las sanciones económicas internacionales, cuyo objetivo (cuando no son personalistas) es la generación de un malestar social tal que obligue al Gobierno del Estado-objetivo a modificar las políticas que le han hecho objeto de dichas sanciones. Si estas no tuvieran el efecto señalado, la propia herramienta carecería de sentido.

Ahora bien, asumiendo que desigualdad económica y conflictividad social están indefectiblemente correlacionadas, ¿es la primera suficiente para que la segunda alcance un nivel tan elevado que provoque un enfrentamiento entre un Gobierno y su población? La respuesta parece ser negativa: un grado de malestar generalizado que derive en dicho nivel de conflictividad social —adopte esta una forma violenta o no violenta— requiere de factores añadidos a la existencia de la propia desigualdad socioeconómica.

En este sentido, la presencia de una desigualdad horizontal de cariz económico-social —aquella que se da, por ejemplo, entre grupos étnicos, religiosos, culturales, por divisiones de ámbito rural-urbano, por franjas de edad o divisiones de género— presenta una mayor relación de causalidad con la explosión de conflictos sociales de alta intensidad (pudiendo ser estos violentos) que la desigualdad vertical, que es aquella existente entre lo que tradicionalmente entendemos por clases sociales. No obstante, más importante que la desigualdad objetiva presente entre estos grupos es la percepción de desigualdad existente entre ellos, que suele incrementarse de forma desproporcionalmente mayor que la primera en la medida en que esta se eleva. Además de lo anterior, la tipología de régimen político —pudiendo ser este más o menos inclusivo—, la existencia de mecanismos efectivos de representación política, la presencia de sistemas de reparto territorial del poder, el estrés demográfico o la existencia de recursos naturales críticos son factores que, añadidos a la desigualdad socioeconómica, actúan como catalizadores del grado de conflictividad social de un país7.

Por otro lado, a lo precedente, cabe sumarle un factor añadido: las estrategias políticas de gestión de la desigualdad. De la misma manera que la fortaleza del Estado y las particularidades ideológicas de una sociedad juegan un papel especialmente relevante en la gestión de la conflictividad entre grupos sociales; la gestión de la desigualdad cuando otras variables impactan en ella es un factor esencial en la aparición —o no— de inestabilidad social. Existen diversos «mecanismos de transmisión» de una situación de desigualdad entre grupos no-conflictiva a un escenario de desigualdad entre grupos conflictiva. Entre ellos, la aparición de cambios agudos en las relaciones entre estos grupos sociales, las intervenciones extranjeras, la aparición de cambios ideológicos generalizados en la forma en la que se percibe la desigualdad existente o la irrupción de grandes cambios contextuales que posibilitan —donde antes se percibía imposible— la conquista de una sociedad más igualitaria8. Ante el impacto de estas variables en la desigualdad socioeconómica, la gestión de dicha desigualdad se ve igualmente afectada y se presenta como un factor clave en el desarrollo y conclusión de la situación: que puede permanecer pacífica o derivar en una conflictividad social generalizada.

Conociendo lo anterior y, atendiendo al objeto de este artículo, ¿qué finalidad han tenido las interferencias rusas en el panorama político de las democracias occidentales? En otras palabras, ¿cómo se ha pretendido crear una disrupción político- social en ellas? Como se ha señalado, los movimientos iliberales, a través de narrativas de confrontación población —élite política, discursos identitarios, y la generación de un marco de debate polarizante— no han hecho sino incidir en algunas de las variables descritas en este apartado. Partiendo de un gran cambio contextual, a saber, la llamada Gran Recesión que tuvo inicio en el año 2008 —con especial afectación en las democracias occidentales— y que incrementó la desigualdad socioeconómica de los países a nivel global, estos movimientos han incentivado el enfrentamiento entre grupos sociales; han impulsado la sensación de que dichas democracias poseen un sistema político-institucional ineficaz para representar los deseos de la población y gestionar sus intereses; y han incidido en «mecanismos de transmisión» tales como la forma en la que se percibe la desigualdad existente o la potenciación de un imaginario donde la conquista de una sociedad «corregida» es alcanzable, dificultando así la gestión gubernamental de la desigualdad socioeconómica.

En definitiva, las tácticas disruptivas utilizadas por el Kremlin, vía incidencia en el auge de los populismos iliberales, han consistido en el aprovechamiento del malestar social existente a raíz de un gran cambio contextual contingente (la Gran Recesión), de tal forma que estos movimientos potenciaran ciertos factores catalizadores de conflictividad social en un entorno caracterizado por el incremento de la desigualdad social. Todo ello, a fin de generar una tensión política que, potencialmente, podría finalizar en confrontaciones violentas y/o transiciones de gobierno abruptas e inestables.

Por otro lado, habiendo analizado cómo la desigualdad socioeconómica en conjunción con un incremento de la desigualdad horizontal puede dar lugar, con mayor probabilidad, a un escenario de confrontación social conflictiva; resulta necesario señalar la combinación del elemento contextual principal ya señalado —a saber, la Gran Recesión— con un elemento contextual añadido: la crisis de refugiados cuyo impacto en Europa empezó, a gran escala, en el año 2015. Este último factor ha generado la oportunidad de explotar los discursos identitarios y la radicalización del debate político que caracterizan a los populismos iliberales, cuyo resultado ha sido el efectivo aumento de la conflictividad entre grupos. Si bien la obtención de resultados más concluyentes requeriría de un estudio más exhaustivo —analizando datos de desigualdad social, percepción de corrupción, posturas respecto a la inmigración, etc., para todos los países con presencia de movimientos populistas iliberales a través de una evolución temporal amplia—, la necesidad de acotar el presente artículo solo abre la puerta a futuros estudios más comprehensivos.

En cualquier caso, el escenario presentado de forma apriorística es el siguiente: la combinación de las crisis económica y de refugiados en el continente europeo ha generado un contexto de incremento de la desigualdad social que puede ser potenciada como factor de desestabilización social, mediante el impacto de variables como el aumento de la conflictividad horizontal entre grupos sociales y/o la mala gestión de dicha desigualdad. Ambas, variables que, a su vez, se correlacionan con la percepción de vivir bajo un sistema político-institucional ineficaz (potencialmente corrupto) o con cambios en el imaginario colectivo respecto a la desigualdad existente y los modos de consecución de una sociedad «corregida», entre otros. Precisamente, estas variables son las que han sido explotadas por los movimientos populistas iliberales, cuya impronta en el continente europeo —y fuera de él— se observa cada vez más fuerte y estable.

Permeabilidad social ante las guerras de Cuarta Generación

Los populismos iliberales constituyen un factor de desestabilización político-social estructurado en tres dimensiones específicas equivalentes a tres fases de un proceso de disrupción política y potencial caída de gobiernos en una sociedad, tal y como se ha establecido en la introducción de este artículo. Si en el apartado anterior se ha observado cómo la primera fase se estructura principalmente en torno a una dimensión de generación de malestar social concreta —a saber, la aparición contingente de un aumento de la desigualdad socioeconómica en las democracias liberales típicamente occidentales—, en este apartado se analiza, en mayor profundidad, cómo se da el aprovechamiento de este marco contextual generado de forma espontánea.

Sin ahondar en estrategias como la financiación extranjera de partidos políticos o la utilización directa de medios de comunicación como herramientas disruptivas — consideradas, ambas, estrategias menos representativas de la metodología principal empleada por Rusia en la última década—, el análisis de esta segunda fase se focaliza en la forma de creación de una tensión político-social conflictiva para su desarrollo posterior independiente, siempre partiendo de un contexto de malestar social favorable.

Y, ¿cuál es, pues, esta metodología? La puesta en práctica de tácticas propias de la guerra de Cuarta Generación mediante la oportunidad que ofrecen los «espacios abiertos» creados en la primera fase del proceso de disrupción. En otros términos, el malestar  social  generado  por  la  desigualdad  socioeconómica  ha  dado  lugar  a «espacios abiertos», entendidos estos como la existencia de una permeabilidad social que ha permitido el despliegue de operaciones de información destinadas a socavar el sistema  político-institucional  de  un  Estado-objetivo.  De  la  misma  manera  que  las organizaciones terroristas insertan sus operativos en sociedades hostiles cuando se ha generado un ambiente favorable para la puesta en marcha de sus operaciones.

Sociedades permeables: los «espacios abiertos» como ventana de oportunidad para la generación de ataques disruptivos

La aplicación de la física estadística a fenómenos sociales se ha constituido en un campo de estudio emergente conocido como sociofísica, ámbito en el que el doctor Juan José Miralles ofrece una aproximación a través de sus amplios trabajos sobre la enjertación de nodos terroristas «yihadistas» en sociedades occidentales9. Obviando la explicación de estos estudios, lo que sigue es la aplicación de este marco metodológico al presente objeto de análisis al considerarse que el proceso de generación de ataques de información» por parte de Rusia y el proceso de gestación y realización de atentados de carácter «yihadista» muestran una estructura similar, especialmente cuando estos se dan en democracias occidentales.

Estableciendo el punto de partida en el objetivo, ¿qué finalidad se busca en los mencionados ataques? Como se ha reiterado a lo largo del estudio, la creación en una sociedad de una tensión político-social conflictiva que produzca un proceso de disrupción político-institucional que pueda finalizar en la potencial caída del gobierno del Estado-objetivo. Lo anterior será calificado como «objetivo del ataque» (OA), siendo el perpetuador del mismo el «núcleo atacante» (NA); para el caso, los servicios de inteligencia del gobierno de Moscú.

Ahora bien, el NA no puede cumplir con el OA —es decir, le es imposible utilizar las armas a su disposición: en este caso, la generación de un movimiento político que cumpla con el objetivo— si no encuentra un «camino» para llegar al OA. Dicho camino se compone de la propia masa social del Estado-objetivo que podemos segmentar en grupos favorables o adversos al OA. En este sentido, calificaremos a los grupos/personas favorables como simpatizantes pasivos a la causa perseguida —el cambio o quiebra del sistema político-institucional del Estado—; configurando estos un «espacio abierto» (EA), es decir, un espacio social de «disruptores» que, sin actuar activamente como tales, simpatizan con el objetivo señalado. Por otro lado, aquellos no simpatizantes con dicho objetivo configuran un «espacio cerrado» (EC) que bloquea el despliegue de las armas del NA para conseguir el OA. De tal manera, solo cuando en el universo social de un país existe una magnitud tal de «espacios abiertos» que estos constituyen un camino que permita al NA acceder al OA, dichos EA configurarán un espacio abierto activo (EAA), es decir, una masa social de una escala suficiente para el despliegue del ataque desde el NA hasta el OA.

Esto es lo que puede observarse, gráficamente, en la Figura 1, contraponiendo el anterior escenario a un contexto en el que la existencia de «espacios cerrados» (o la insuficiencia de EA) impiden que el NA tenga acceso al OA.

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Así, la existencia de un EAA que permita la ejecución de un ataque depende de la presencia de un número de EA suficiente. En otras palabras, de que el NA halle una masa social de simpatizantes pasivos lo bastante grande como para operar; lo que se entiende por permeabilidad social del Estado-objetivo. De esta forma, el alcance de las acciones de los ejecutores siempre será proporcional al grado de permeabilidad social presentado por la sociedad objeto del ataque. En base a lo precedente, se puede extraer esta simple fórmula:

•    X = Número de simpatizantes pasivos en relación con la población total del Estado-objetivo.
•    XUCP = Número de simpatizantes pasivos requerido para superar el Umbral Crítico de Percolación que da los suficientes EA para configurar un EAA.
    Si X < XUCP = La permeabilidad social es insuficiente para que NA acceda al OA.
    Si X > XUCP = La permeabilidad social es suficiente para que el NA acceda OA.
 
Si bien en el estudio original sobre la enjertación de nodos terroristas en sociedades occidentales las variables que impactan en el cálculo de XUCP hacen referencia, por ejemplo, a las capacidades de las propias redes terroristas. Para el caso de estudio, el «umbral crítico de percolación» (UCP) podría aumentar o disminuir en función de las variables expuestas en la primera fase-dimensión: desigualdad social, visiones ante el fenómeno de la inmigración, percepción de corrupción institucional, etc.

De esta manera, XUCP sería mayor que X con más o menos facilidad en función del contexto social del Estado-objetivo.

En este sentido, acorde a la línea lógica seguida, se concluye que la irrupción de un clima de malestar social derivado del proceso de incremento de la desigualdad socioeconómica —y los factores asociados a esta, propios de la primera fase- dimensión expuesta— ha producido un aumento de la permeabilidad social en ciertas democracias liberales: el número de simpatizantes pasivos a la generación de un panorama de tensión político-social conflictiva y/o al inicio de un proceso de disrupción político-institucional ha alcanzado el umbral crítico en el cual los EA generados configuran un EAA que ha permitido a Rusia desplegar sus operaciones en los Estados-objetivo elegidos. De esta forma, las fuerzas del Kremlin, en calidad de NA, han aprovechado este espacio social favorable para, mediante guerras de información ubicadas en el ámbito de las guerras de Cuarta Generación, alentar el auge de los movimientos populistas iliberales como arma para socavar dichos sistemas democráticos.

Guerras de Cuarta Generación

Establecido el ambiente social requerido para la generación de un ataque y su funcionamiento, es necesario incidir en el propio método de ataque —entendido como el marco estratégico-táctico en el que este se inserta— para, posteriormente, profundizar en el elemento disruptivo que constituye el arma en sí misma. En el ámbito de las operaciones rusas objeto de análisis, lo primero a establecer es que estas forman parte de las llamadas Guerras de Cuarta Generación (en adelante se utilizará la abreviación 4GW, derivada del término en inglés Fourth-Generation Warfare).
 
A diferencia de la guerra asimétrica, que es aquella que se da entre dos fuerzas beligerantes cuyo poder militar difiere en tal grado que una de ellas trata de explotar las debilidades del enemigo a través de estrategias y tácticas no-convencionales —por lo que típicamente este concepto se utiliza para definir conflictos armados entre un ejército regular y movimientos insurgentes o milicias—, las 4GW se caracterizan, principalmente, por ser conflictos en los que el tacticismo no convencional no se inserta necesariamente en el plano militar, sino que refiere al hecho de desdibujar las líneas entre el combate armado, la política institucional, las fuerzas de los actores en combate y la población civil. Este tipo de conflicto tiene el potencial de darse (aunque no necesariamente) en todos los frentes: en el ámbito económico, político, mediático, militar, propagandístico, civil, etc.; y uno de sus objetivos prioritarios es la destrucción de los pilares de un Estado —ya sean estos físicos, como las infraestructuras críticas del país, o no físicos, como su sistema político-institucional. En resumen: «[…] en este tipo de guerras, lo relevante no es la conquista del espacio físico sino del espacio social; el objetivo de un enemigo de guerra de cuarta generación es el colapso del adversario desde la retaguardia, de forma que el Estado-nación se desplome desde dentro, debido al desorden que el enemigo 4GW es capaz de implementar»10.

La denominación de este tipo de guerra proviene de una subdivisión historicista de la evolución de los conflictos armados realizada en los años 80 en los EE. UU. Según la misma, las 1GW serían aquellas propias del periodo posterior a la Paz de Westfalia (1648), en las que el conflicto se basaba en el choque próximo y lento de fuerzas regulares altamente ordenadas y con una fuerte disciplina de mando lineal; las 2GW serían los conflictos basados en el movimiento y el ataque indirecto, todavía con un alto componente de organización en formación de los ejércitos, y una alta dependencia de la artillería, propio de las primeras fases de la Primera Guerra Mundial (1914-1918); y las 3GW estarían basadas en la rapidez de movimientos para traspasar las líneas enemigas hasta su retaguardia, provocando el colapso de sus fuerzas mediante la infiltración más que por la búsqueda de su destrucción a través de un choque próximo y frontal, lo que se correspondería con los métodos propios de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945)11.

Así, ya en la segunda mitad del siglo XX, las 4GW, buscando el colapso del adversario mediante la conquista principal del espacio social, presentarían una menor exclusividad del ámbito militar, al tratarse de conflictos en los que la destrucción del universo cultural y comunicativo de la población enemiga es esencial para el éxito en la búsqueda del colapso de su sociedad12. Estas guerras se definen por una serie de rasgos distintivos de los cuales, para el caso aquí analizado, se han escogido los de mayor relevancia, a saber, los siguientes:

•    Surgen en espacios con alta incidencia del proceso de globalización y un nivel tecnológico avanzado y generalizado.

•    Suelen ser conflictos de base transnacional y con unas fuerzas organizadas de forma descentralizada y altamente dispersas a nivel geográfico, por lo que estas acostumbran a desplegar sofisticadas redes de comunicación y financiación.

•    Carecen de un campo de batalla definido: la confrontación puede darse, de forma simultánea, en campos físicos (urbanos y rurales) o en el plano virtual.

•    Implican, en tanto que objetivos de guerra, ataques directos a la cultura, ideas religiosas, marco legal, medios de comunicación, actividades económicas, sistema político-institucional, y al propio marco mental de la sociedad del enemigo.

•    Implican la utilización de tácticas altamente sofisticadas de guerra psicológica y propagandística, especialmente a través de la manipulación de los medios de comunicación y la intoxicación social del ciberespacio.

•    Su objetivo final es más que la destrucción física del enemigo su colapso interno mediante la incidencia en la mentalidad y la moral de su población.

Esta conceptualización del cambio en el carácter y naturaleza de la guerra es matizada por algunos autores, al considerarse insuficientemente descriptiva de la realidad de los conflictos del siglo XXI. En este sentido, a raíz de las transformaciones globales vividas desde el fin de la Guerra Fría, el concepto de 4GW ha sufrido una evolución hacia lo que se conoce como guerra híbrida, definida como aquel conflicto en el que actores estatales y no-estatales pueden combatir, de forma simultánea, empleando tácticas convencionales, irregulares, terroristas, disruptivas o criminales con el objetivo de desestabilizar el orden imperante en la sociedad enemiga; lo que incluye la utilización de «métodos de influencia» como los ataques en el ciberespacio, la contaminación mediática, la intervención en procesos electorales, o la destrucción de relaciones diplomáticas.

La diferencia principal entre guerra híbrida y 4GW radicaría, entonces, en que la primera representaría una acentuación de las tendencias que definen la segunda y que vendría dada como consecuencia de ciertas características del escenario global del siglo XXI: rápido avance de la globalización y la alta tecnología, aumento del sectarismo radical, crecimiento de la población mundial —especialmente en áreas urbanas—, aumento de la competición conflictiva por los recursos naturales provocada por el cambio climático, tendencia a la desintegración de las capacidades de los Estados —pérdida de su monopolio del uso de la fuerza— y a la atomización de la sociedad en grupos sociales susceptibles de organizarse en grupos armados no estatales, e incremento de las guerras económicas13.

Dada la similitud entre ambos conceptos y al hecho de que las 4GW contemplan más un escenario de confrontación Estado–Estado que la guerra híbrida, que estudia más la posibilidad de conflictos entre Estados y grupos armados no estatales, se ha establecido que las maniobras empleadas por Rusia en favor de la disrupción de ciertas democracias liberales encajan más con el tipo de guerra que calificamos como 4GW. Así, la metodología empleada por Moscú se basa en el aprovechamiento de un contexto social específico en el que se combina la existencia de una sociedad tecnológica, insertada en un mundo globalizado y con un malestar social imperante, para iniciar operaciones de guerra psicológica y propagandística —principalmente, estableciendo un campo de batalla en el plano virtual y mediático— cuyo objetivo es atacar el marco mental de la sociedad del Estado-objetivo a fin de provocar su colapso interno mediante la disrupción del normal funcionamiento de su sistema político- institucional.

Estas maniobras que impactan en la mentalidad del universo social del Estado-objetivo tienen la denominación de «operaciones de información» y no hacen sino incidir en un ciclo ya presente en la sociedad donde se ponen en práctica, con el fin de incrementar su tendencia a la retroalimentación. Dicho ciclo —que tiene la estructura que puede observarse en la Figura 2— se basa en un aumento de los problemas de legitimidad del sistema democrático, que derivan en la existencia de una población más receptiva a «informaciones alternativas». A su vez, lo anterior tiene como consecuencia el auge de canales de información no tradicionales que son aprovechados por los movimientos populistas iliberales14.

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Cabe destacar que, en el propio ciclo, hay dos elementos que se refuerzan entre sí: el aumento del consumo de canales de información no tradicionales, donde se despliega la desinformación enfocada a agredir elementos clave del contexto político del Estado- objetivo (sistema político-institucional, partidos políticos tradicionales y medios de comunicación de masas) e impacta positivamente en el apoyo social hacia los movimientos populistas iliberales. Al mismo tiempo, estos, observando el beneficio que obtienen del auge de estos canales y buscando socavar la legitimidad del sistema existente, refuerzan este tipo de medios de desinformación, utilizándolos como vía de publicación de sus contenidos y alentando el consumo de estos entre la masa social general y su público objetivo particular. De tal manera, el aumento del apoyo social hacia los movimientos populistas iliberales también impacta positivamente en el consumo de los mencionados canales de información no tradicionales.

Si bien diversas democracias liberales han recibido el impacto de estas operaciones, pudiendo observarse la presencia del anterior ciclo de retroalimentación en sus sociedades, los dos ejemplos más paradigmáticos de la utilización de esta estrategia son la campaña para el referéndum del brexit de 2016 en el Reino Unido15 y la campaña electoral a la presidencia de EE. UU. de 2016 en la que fue elegido Donald Trump16. En ambos procesos ha habido investigaciones que han demostrado la existencia de campañas estructuradas de desinformación en las que actores disruptivos del normal orden democrático han tenido un papel protagonista. En este sentido, la investigación más profunda refiere al proceso electoral estadounidense, donde los Comités de Inteligencia del Congreso y el Senado, la Dirección Nacional de Inteligencia y el FBI (Federal Bureau of Investigation) concluyeron la existencia de maniobras disruptivas relacionadas con el Kremlin.

Aun así, estos no son los únicos ejemplos de injerencia por parte de Rusia, ni las maniobras descritas se limitan al ámbito propagandístico y mediático, si bien son su parte más importante. Así, enmarcado el cuadro estratégico-táctico en el que se ubica el método de agresión ruso hacia las democracias liberales occidentales, a saber, las 4GW; y habiendo establecido que, dentro de esta categoría, las operaciones de información dirigidas por el Kremlin se despliegan con la voluntad de retroalimentar un ciclo ya presente en el Estado-objetivo, ¿qué otros elementos configuran el ámbito operativo?, ¿cuáles son los rasgos característicos del arma en sí misma? En este sentido, es necesario profundizar en el funcionamiento y resultado de estas maniobras enfocadas a potenciar los movimientos populistas iliberales, que constituyen el elemento disruptor de cuyo auge dependerá la consecución del principal objetivo: el colapso interno de la sociedad objeto del ataque.


 El populismo iliberal: «disruptor» de las democracias liberales

Para el éxito de las operaciones de información, Moscú utiliza varios canales que conforman el ámbito operativo de forma integral: la contaminación de espacios específicos del ámbito político-social para generar grupos subversivos, la financiación «maliciosa» —de grupos que promocionen los intereses del Kremlin en detrimento de los del Estado atacado—, los ciberataques y la coerción económica estratégica — dirigida a chantajear actores clave en la economía del enemigo—. Siempre con un único objetivo: generar un incremento del apoyo social a los partidos populistas iliberales. En este sentido, Rusia suele valerse de organizaciones no gubernamentales y personal civil sujeto a la órbita del Kremlin para contaminar espacios político-sociales; utiliza grandes corporaciones estatales como Gazprom —dedicada al sector petrolífero y gasístico— o Rosatom —dedicada al sector de la energía nuclear— para realizar acuerdos comerciales e inversiones con otros grandes conglomerados del sector energético de los países objetivo —a fin de utilizar los beneficios económicos que estos contratos reportan a dichos países para ejercer una coerción en la dirección política de los mismos—; y hace uso de organizaciones de carácter religioso y/o socialmente conservadoras, aparentemente divulgativas y típicamente estructuradas a modo de think tanks para generar discursos con una serie de elementos compartidos —la promoción de los valores cristianos como pilar constitutivo de la civilización occidental- europea; la confrontación cristianismo-islam; y la generación de alarma ante el peligro que supondría para la tradición liberal occidental la llegada masiva de inmigrantes no caucásico-no cristianos  a  los  países  enmarcados  en  la civilización  occidental— que constituyen un patrón y que sirven para la captación de masa social y recursos económicos para los movimientos iliberales.

Estos canales adyacentes refuerzan la vía principal de actuación de Moscú: las operaciones de información en el ciberespacio. Estas han tendido a iniciarse con la generación de ciberataques —tradicionalmente librados por redes de hackers como APT28 (Fancy Bear), vinculada a inteligencia militar rusa, o APT29 (Cozy Bear), asociada al servicio de inteligencia interior del país— a instituciones, organizaciones de la sociedad civil y partidos políticos del Estado-objetivo; a fin de robar información sensible de estos países que, posteriormente, será utilizada para la puesta en marcha de campañas de desinformación en los canales de «información alternativa» (típicamente ubicados en el ciberespacio). Más concretamente, la metodología de las operaciones de información, una vez se ha producido el ciberataque previo, es la utilización de espacios como fórums de Internet, redes sociales (especialmente Twitter) y secciones de comentarios de páginas web con un alto tráfico de usuarios, para impactar a la población con mensajes antiestablishment, antiinmigración, euroescépticos, etc. Esta inundación de desinformación es llevada a cabo por una masa de perfiles falsos dirigidos desde lo que se conoce como una «granja de trolls» — la más conocida y activa, desde sus inicios en 2013-2014, es la Agencia de Investigación de Internet, organización controlada por Yevgeniy Prigozhin, reconocido asociado del presidente ruso, Vladimir Putin— que, con dicha campaña, busca fomentar la polarización del debate político en redes, crear un incremento de la división social y provocar un clima social de caos generalizado; elementos que nutren de apoyo social a los movimientos populistas iliberales17.

Como se ha apuntado, la búsqueda de un auge de estos populismos iliberales tiene por objetivo final socavar los sistemas político-institucionales de los países atacados, es decir, minar el normal funcionamiento de las democracias liberales. Ahora bien, ¿cómo se produce este efecto? En base a lo anterior, se observa que la irrupción de dichos movimientos requiere de la presencia —primero espontánea y luego por refuerzo mediante las operaciones de información— de una serie de características en la sociedad-objetivo que facilitan que los rasgos definitorios de estos movimientos sean aceptados y/o apoyados por la población. Así, estos elementos que caracterizan a los populismos iliberales, cuya aceptación se ha auspiciado, son los siguientes:

1.    Rechazo de las reglas establecidas del «juego» democrático.

2.    Negación de la legitimidad del adversario político.

3.    Fomento de la confrontación social violenta.

4.    Tendencia a expresar la voluntad de aplicar medidas que restrinjan las libertades de los adversarios políticos y los medios de comunicación tradicionales.

En este sentido, populismo y autoritarismo presentarían características compartidas. A grandes rasgos, estos movimientos no ocultan la búsqueda de un poder semiautoritario o plenamente autoritario. Sin embargo, planean su conquista a través de los cauces democráticos preestablecidos, aun rechazando ciertas de sus dinámicas a nivel discursivo. De esta manera, y a diferencia a la forma histórica en la que se ha puesto fin a periodos democráticos en distintos países del mundo, la democracia liberal sería dinamitada desde el interior del sistema: este régimen político ya no desaparecería tanto por golpes de Estado, sino por un debilitamiento paulatino de los pilares fundamentales del propio sistema; que no se daría solo en el plano del cuestionamiento político-social del mismo sino también a través de reformas reales una vez los partidos populistas iliberales han conquistado, de forma efectiva, el poder político18.

Así, en este último escenario señalado, estos movimientos provocan la erosión de un sistema democrático mediante la aplicación de políticas concretas y de una forma particular de insertarse en y manejar el poder del Estado; ambos, procedimientos que pueden diseccionarse en las siguientes cuatro características de cómo los populismos iliberales socavan una democracia liberal una vez se han ubicado en el gobierno:

•    Proceden a intentar controlar directa y férreamente las agencias del Estado mediante la inserción de funcionarios leales al partido en los cuadros de mando.
•    Tratan de silenciar a los opositores políticos y los medios de comunicación adversos.
•    Proceden a reformar la legislación existente para restringir las libertades civiles en favor de la «seguridad» colectiva.
•    Tratan de minar el tradicional sistema de separación de poderes para concentrar en el Ejecutivo el máximo poder posible, adjudicándole capacidades propias del legislativo y el judicial.

Partidos-torpedo y sharp power

Que las potencias internacionales creen o fomenten el crecimiento de movimientos políticos para influir en la vida social y política de un Estado según sus intereses no es un fenómeno nuevo. La diferencia entre los movimientos/partidos políticos que habían sido utilizados, históricamente, como arma de injerencia externa en un Estado-objetivo y los partidos populistas iliberales es que estos, en tanto que arma, divergen en la finalidad que les otorga el Estado atacante. Cogiendo a Rusia como ejemplo de patrocinador de lo que denominaremos «partidos-torpedo», se han clasificado estos movimientos-arma en tres tipos de partido:

1.    Partido títere: Su fin es constructivo. Tiene por objetivo imponer, como marco del debate social y en favor de ganar elecciones democráticas, su propia agenda política —que responde a los intereses del Estado patrocinador, sabiéndose controlado por dicho Estado—. Por ejemplo, este tipo de partido-torpedo se correspondería con los partidos comunistas de Europa Oriental en el periodo de la Guerra Fría.

2.    Partido peón: Su fin es constructivo. Tiene por objetivo imponer, como marco del debate social y en favor de ganar elecciones democráticas, su propia agenda política —que responde a los intereses del Estado patrocinador, sin saberse influido por dicho Estado—. Por ejemplo, este tipo de partido-torpedo se correspondería con los partidos socialistas de Europa Occidental en el periodo inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial.

3.    Partido caballo de Troya: Su fin es destructivo. Tiene por objetivo provocar una polarización del debate político, generar una división social imperante y crear un ambiente cainita en el panorama social que provoque una desestabilización del universo político del país —respondiendo a los intereses del Estado patrocinador, sabiéndose o sin saberse influido por dicho Estado—.

Este último tipo de partido político es el que define a los populismos iliberales y, como herramienta de 4GW, constituye un elemento de sharp power (poder agudo). Según Joseph Nye, politólogo especialista en geopolítica y cofundador de la teoría neoliberal de las relaciones internacionales, hasta el siglo XX se identificaban dos tipos de estrategias de proyección de poder en manos de los estados: el hard power (poder duro), basado en la aplicación de la coerción por parte de un Estado sobre otro, por medio del ámbito militar y económico; y el soft power (poder blando), basado en la aplicación de la persuasión por parte de un Estado sobre otro, por medio del ámbito ideológico, cultural y social; en ambos casos con el fin de conseguir modificar la conducta del Estado-objetivo acorde a los intereses del Estado que despliega sus estrategias de proyección de poder.
No obstante, el siglo XXI ha visto nacer un nuevo tipo de poder, proyectado por regímenes autoritarios que no puede calificarse como hard ni como soft power, al encontrarse en un punto intermedio entre ambas estrategias de proyección. El sharp power aprovecha las ventajas de la globalización y la apertura informativa de los regímenes democráticos para manipular la población del Estado-objetivo a través de la distorsión de su universo informativo. En este sentido, el sharp power se define como una estrategia de perforación y penetración en el medio ambiente político y mediático de la sociedad objeto de ataque; sin ser categorizable como una herramienta de coerción ni de persuasión.

Como se puede apreciar, este método de proyección de poder se vincula perfectamente a las características de las 4GW y las operaciones de información analizadas con anterioridad; y es utilizado principalmente por gobiernos autoritarios — los casos más paradigmáticos son los de Rusia y China— contra regímenes democráticos. Si bien existen diferencias entre las aproximaciones de Moscú y Pekín, ambas comparten la búsqueda de una amplificación de las divisiones sociales existentes en el Estado-objetivo y, más concretamente, lanzan una serie de mensajes similares a la sociedad atacada:

•    La seguridad que proporciona el poder del Estado debe prevalecer ante la libertad individual; por lo que es necesario limitar, si las circunstancias lo requieren, los derechos civiles, especialmente la libertad de expresión.
 
•    La democracia y las ideas-pilar que la sustentan están en decadencia y ya no sirven para satisfacer los intereses y necesidades de los ciudadanos.

•    Los mensajes contrarios a los regímenes de Moscú y Pekín son estrategias desplegadas por los gobiernos democráticos para ocultar sus propias carencias y denostar sistemas que verdaderamente satisfacen los intereses de la ciudadanía, por lo que deben ser combatidos y silenciados.

En definitiva, el sharp power, en tanto que estrategia de proyección de poder, trata de suprimir los mensajes contrarios al atacante en la sociedad atacada y de socavar el prestigio y apoyo social de los propios regímenes democráticos, manipulando a la población para intoxicar de un ambiente fratricida su universo sociopolítico19. Los populismos iliberales, como partidos-torpedo auspiciados por operaciones de información, son la principal herramienta de sharp power, que se integra en un marco estratégico de guerra de Cuarta Generación. Y lo anterior tiene la posibilidad de desplegarse gracias a la permeabilidad social generada a raíz de condiciones contextuales preexistentes en el Estado-objetivo.

Coaliciones de poder e «insurgencia»: supervivencia y caída de regímenes políticos

En el momento en el que ya se ha conseguido generar un escenario de disrupción de un sistema democrático, con la instauración de un contexto de desestabilización social y grave confrontación política entre gobierno y población, la situación podría entrar en la tercera y última fase-dimensión del completo proceso de disrupción. La democracia liberal acabaría quebrándose con el derrocamiento del gobierno en el poder —liderado por un partido o partidos tradicional/es— y la conquista del liderazgo estatal por parte de los partidos populistas iliberales. No obstante, ¿de qué puede depender la consecución de este resultado final? Por un lado, de la capacidad de resistencia de los gobiernos democráticos y, por otro lado, de las capacidades disruptivas de los movimientos counter-establishment aparecidos.

La permanencia en el poder de una ruling coalition (coalición de poder)20 al frente del gobierno de un Estado depende, indefectiblemente, del apoyo necesario de una winning coalition (coalición ganadora). Ningún gobernante tiene capacidades suficientes para conquistar y mantener la dirección del poder político de un país en solitario —lo que aplica a cualquier tipo de régimen político: democrático, autoritario, totalitario, etc.—, por lo que deberá ganarse el apoyo de la población que configura dicha winning coalition. Según la teoría del selectorate, un país puede analizarse, desde la óptica de las coaliciones de poder, de la siguiente manera:

1.    Población: Masa social total del país.

2.    Selectorate Nominal: Masa social, de entre el total de población, con capacidad para ejercer el derecho de sufragio. Este segmento agrupa a las personas potencialmente persuasibles por parte de la ruling coalition.

3.    Selectorate Real: Masa social, de entre el Selectorate Nominal, que ejerce de forma efectiva su derecho de sufragio. Este segmento agrupa al porcentaje medio de votantes reales, es decir, a aquellas personas que realmente pueden tener influencia en el resultado de una competición por el poder político y que, por tanto, pueden afectar a la permanencia de la ruling coalition en la dirección de un Estado.

4.    Winning Coalition: De entre el Selectorate Real, es el segmento de población cuyo apoyo es suficiente para que la ruling coalition garantice su permanencia en el poder. Constituyen los «apoyadores esenciales».

Por tanto, para que la ruling coalition mantenga el poder es necesario, únicamente, aplicar unas políticas públicas que satisfagan los intereses de la winning coalition. Sin embargo, el tamaño y estructura de esta masa social de apoyadores esenciales impactará en el tipo de políticas que la ruling coalition se verá obligada a desarrollar. En este sentido, el modelo de régimen político del Estado es un factor determinante, ya que condicionará el tipo de winning coalition existente.

En Estados no democráticos —donde, por ejemplo, el gobierno puede estar en manos de un dictador, un monarca o una junta militar—, el grupo de los apoyadores esenciales suele ser reducido y típicamente circunscrito al sector militar, los cuadros de mando del partido del régimen, o los grandes oligarcas del país, es decir, a aquellos que poseen capacidades suficientes para derrocar el Gobierno. De tal manera, ganar la lealtad de esta winning coalition resulta fácil mediante la concesión de beneficios privados al grupo. En otras palabras, el Gobierno instaurará una corrupción sistémica estructurando las instituciones políticas y económicas para que estas sean extractivas, en beneficio exclusivo del grupo esencial y en detrimento de la población del país.

Por el contrario, en estados democráticos la winning coalition es más amplia, ya que representa un porcentaje mayor del Selectorare Real y, en consecuencia, el Gobierno del país deberá satisfacer a una gran masa social, en vez de a un reducido grupo de poder, para mantener la dirección del Estado. En este sentido, en oposición a lo observado en Estados no democráticos, la ruling coalition debería garantizar la existencia de instituciones políticas y económicas inclusivas a fin de desarrollar políticas públicas para el beneficio de gran parte de la ciudadanía —no de toda ella, sería suficiente con satisfacer al segmento de población que constituye la winning coalition21—.

A modo de ejemplo, imaginemos una democracia parlamentaria cuya organización electoral se estructura en circunscripciones uninominales y un sistema mayoritario; de tal manera, el Gobierno solo necesita el 50 % (+1) de los votos en el 50 % (+1) de las circunscripciones para obtener una mayoría parlamentaria y garantizar su permanencia en el poder. Por tanto, si 0,5x0,5=0,25; entonces, con un 25 % de los votos del Selectorate Real, ese Gobierno permanecerá en el poder. Y dado que el Selectorate Real no equivale a la población total del país, la ruling coalition solo debería conseguir los votos de un segmento de población que equivaldría al 25 % de (establezcamos) un 60 % de la ciudadanía; lo que sería la winning coalition a la que deberá satisfacer mediante el desarrollo de políticas públicas en su beneficio.

No obstante, este último caso descrito constituye un ejemplo extremo de sistema democrático en el que la winning coalition es relativamente «reducida». Aunque la configuración del sistema electoral sea influyente, cualquier sistema democrático requiere, a priori, del apoyo de un grupo esencial mucho mayor que el de un sistema no democrático. Imaginando, ahora, un régimen dictatorial en el que existan elecciones puramente figurativas y en el que la winning coalition represente el 5 % del Selectorate Real, se confrontan ambos escenarios en la Figura 3, a fin de visualizar las diferencias estructurales a las que se enfrentan los gobernantes de los Estados democráticos y no democráticos para garantizar su permanencia en el poder.

Figura IEEE

En base a lo anterior, se puede concluir que los gobiernos de sistemas democráticos tienen una especial facilitad, en relación con otros sistemas políticos, para ser derrocados. En este sentido, su capacidad de resistencia es frágil en tanto la winning coalition de la que dependen se configura como una gran masa social. Por tanto, existen mayores probabilidades de que este grupo esencial sea atacado con éxito por parte de elementos disruptores, cuyo objetivo es socavar el apoyo necesario que la winning coalition presta a la ruling coalition.

Ahora bien, atendida la primera cuestión, es necesario analizar las capacidades disruptivas de los movimientos counter-establishment que identificamos como populismos iliberales. Su objetivo principal es enfrentar drásticamente a la población con el Gobierno, haciendo que este pierda los apoyos necesarios para mantenerse en la dirección del Estado y, así, provocar su derrocamiento. Este objetivo y modus operandi son los mismos que presenta un movimiento insurgente; por lo que se ha decidido estudiar las similitudes entre las herramientas disruptivas y de control social utilizadas por estos movimientos en relación con los métodos de los populismos iliberales.

Las tácticas utilizadas por los movimientos insurgentes han sido altamente estudiadas por la academia y el mundo militar22 y, si bien a nivel operativo pueden diferir entre países donde aparecen este tipo de grupos armados no-estatales, se han identificado una serie de elementos clave para el éxito de estos:

1.    Intimidación indirecta de la población: La insurgencia tratará de destruir las estructuras del Estado a través de ataques constantes al mismo, con el objetivo de socavar el elemento constitutivo más básico del Estado: su monopolio del uso de la fuerza para garantizar la seguridad de la ciudadanía. Lo anterior tiene el objetivo de generar un clima de inseguridad generalizado que haga que la población perciba al propio Estado como inútil ante su interés más elemental.

2.    Conquista del apoyo popular: Los ataques desplegados por la insurgencia provocarán una respuesta represiva masiva por parte del Estado, que es lo que busca el propio movimiento insurgente. De tal manera, la ciudadanía percibe que la dirección de dicho Estado es cada vez menos legítima.

3.    Descentralización de la protesta: Ante la pérdida de legitimidad, aumenta la probabilidad de surgimiento de protestas sociales, que deben extenderse a lo largo del país: en estados autoritarios, si la protesta es centralizada, las fuerzas de seguridad pueden operar de forma efectiva identificando y atacando, en un choque directo, al segmento de población subversivo —con bajo coste para una ruling coalition que puede sobrevivir con el apoyo de un reducido porcentaje de la población del país—. En cambio, si la protesta se extiende geográficamente, la represión es más complicada, dado que las fuerzas de seguridad del Estado ya no se manejan en un escenario de superioridad en el que existen dos bloques claramente enfrentados en un espacio reducido; y, por otro lado, es más probable que la insurgencia pueda integrar y organizar la protesta civil dentro de su movimiento.

4.    Creación de estructuras paralelas: Finalmente, el movimiento insurgente debe estar política y logísticamente preparado para, llegado el escenario en el que el gobierno es percibido como «inútil» e «ilegítimo», llenar el vacío de seguridad dejado por el Estado. Así, la insurgencia debe organizarse para proveer de seguridad a la población, generando la sensación de que el movimiento ofrece más orden que la propia estructura estatal.

Observado lo anterior, ¿qué diferencias y similitudes existen entre estos elementos y las herramientas utilizadas por los movimientos populistas iliberales para generar disrupción y manipular una masa social?

1.    Si la intimidación indirecta de la población tiene como objetivo demostrar la inutilidad del Estado en el ejercicio de sus funciones más básicas, en este caso, los populismos iliberales no lo harían a través del combate armado, sino mediante una estrategia de desinformación enfocada a instaurar un clima social de aversión al Gobierno existente: este, con sus políticas, ya no respondería a los intereses de la ciudadanía.

2.    La conquista del apoyo popular se conseguiría vía provocación de una respuesta represiva por parte del gobierno existente; cuyo objetivo final es implementar la idea de que el Estado ya no es solo inútil —no satisfaciendo el interés ciudadano— sino también ilegítimo, dado que se ha erigido en un sujeto totalmente contrario a los intereses de la población. En este punto, los movimientos populistas pueden radicalizar sus mensajes hasta provocar el surgimiento de protestas violentas por parte de la población y así forzar la actuación de las fuerzas de seguridad del Estado.

3.    Si lo anterior se da, al contrario que en regímenes no democráticos, en una democracia la protesta debe coordinarse para que esta sea centralizada, a fin de que la represión de las fuerzas de seguridad sea realmente efectiva —que es lo opuesto que buscan los movimientos insurgentes—. La explicación es sencilla: en un sistema democrático, la represión sí tiene altos costes para la legitimidad de la ruling coalition, por tanto, hay que buscar que esta sea efectiva y visible.

4.    Finalmente, la creación de estructuras paralelas quedaría fuera del margen de actuación de los populismos iliberales; pues, de tratar de suplantar las funciones del Estado, el movimiento estaría alejándose de los márgenes de la legalidad para ubicarse en el marco de un grupo realmente insurgente, lo que derivaría en un proceso de deslegitimación propio. Por tanto, atendiendo a que el objetivo de este elemento clave es demostrar que el sujeto disruptor es más eficaz en la provisión de los beneficios que la población espera de los gobernantes que el propio Estado, estos movimientos tienden a desplegar esta estrategia a nivel meramente discursivo.
En definitiva, el análisis de esta última fase del proceso de disrupción, en la que la democracia liberal podría sufrir una abrupta transición de gobierno con la caída de la ruling coalition tradicional y la llegada al poder de un partido populista iliberal, muestra lo siguiente: Por un lado, dado que el tamaño de la winning coalition, en sistemas democráticos, es suficientemente grande como para constituir un objetivo altamente manipulable, la capacidad de resistencia de los gobiernos en el poder es relativamente baja23. Por otro lado, teniendo en cuenta que los movimientos populistas iliberales, en tanto que sujetos counter-establishment que se mueven por las vías democráticas establecidas, no pueden desplegar estrategias claramente subversivas —pues provocarían su autodeslegitimización—; tratarán de derrocar a la ruling coalition por cauces puramente discursivos, ahondando en su modus operandi estándar: la intoxicación del universo social a través de la desinformación. Así, al igual que un movimiento insurgente, buscarán demostrar la inutilidad e ilegitimidad del Gobierno existente para generar un alto nivel de confrontación población-gobierno. Por tanto, se concluye que, en un contexto democrático, tanto la capacidad de resistencia de la ruling coalition como la capacidad de agresión del movimiento counter-establishment son relativamente bajas, en comparación con situaciones análogas dadas en sistemas no democráticos. De tal manera, el «choque» se produce, principalmente, en el plano discursivo. Y su resultado, en forma de transición de Gobierno o no, dependerá de las capacidades de manipulación social de ambos actores en este plano.

Conclusiones

Con el fin de la Guerra Fría, el mundo pareció vivir un proceso de democratización generalizado; sin embargo, en la segunda década del siglo XXI, la democracia liberal aparece en decadencia. Esta percepción es debida a que, en Occidente, estas democracias están sufriendo un nuevo y grave factor de desestabilización: la irrupción de los populismos iliberales; unos movimientos que, mediante patrones bien definidos, distorsionan el sistema político-institucional de los Estados. Tal y como se estableció al inicio, el presente artículo tenía por objetivo profundizar en esta nueva dinámica, acotando el objeto de estudio a la relación de Rusia con el auge de dichos movimientos populistas; e identificando tres fases-dimensión del proceso disruptivo a analizar.

En primer lugar, en la fase inicial se ha identificado una brecha-debilidad aprovechable en las sociedades objeto de este proceso: la existencia de un malestar social imperante consecuencia de la desigualdad socioeconómica generada a raíz de la llamada Gran Recesión del año 2008. Este incremento de la desigualdad social ha sido potenciado por variables de impacto como el aumento de la conflictividad horizontal entre grupos sociales y un crecimiento en la percepción de corrupción institucional y/o mala gestión de dicha desigualdad; vía incidencia de los movimientos populistas iliberales que han actuado como potenciadores de estas dinámicas. Así, estos partidos actúan como resorte en una evolución desde una situación de malestar social a un escenario de desestabilización social.

En segundo lugar, se ha establecido que la situación anterior —de irrupción contingente— ha podido ser explotada, desde Moscú, porque la misma ha producido un aumento de la permeabilidad social: el número de simpatizantes pasivos a la generación de un panorama de tensión político-social conflictiva y/o al inicio de un proceso de disrupción político-institucional se ha incrementado en tal grado que éstos han generado un EAA. En este sentido, la superación del UCP ha permitido a las fuerzas del Kremlin, en tanto que NA, desplegar sus maniobras en ciertos Estados- objetivo a fin de provocar un auge de los populismos iliberales, utilizados como arma contra las democracias liberales.

La metodología empleada por Moscú, a nivel estratégico-táctico, se inserta en las guerras de Cuarta Generación, basadas en la búsqueda del colapso interno del Estado- objetivo mediante una agresión al marco mental de su población. Así, la combinación de una sociedad tecnológica y globalizada, sumida en una crisis social, constituye el marco de excelencia para el despliegue de maniobras enfocadas a generar un nivel de desorden social tal que derive en la disrupción del normal funcionamiento de su sistema político-institucional. En el plano operativo, esta estrategia se ha desarrollado mediante «operaciones de información» basadas en desbordar con desinformación un campo de batalla virtual y mediático, a fin de impactar, como se ha señalado, en el universo social del Estado-objetivo. De tal manera, se incide en un ciclo de deslegitimación del sistema democrático —consumo de desinformación—, auge de los populismos iliberales ya presente en el país atacado.

En tanto que arma, dichos movimientos auspiciados por las operaciones de información, generan la aceptación social de características antidemocráticas —a saber, la negación de la legitimidad del adversario político, el fomento de la confrontación social violenta, o el rechazo a los mecanismos de la propia democracia— que podrán ser puestas en práctica —vía concentración de poderes o restricción de libertades civiles, entre otros— si estos actores alcanzan el poder político; provocando no solo un incremento de la división social y la generación de un clima de caos generalizado, sino también la corrupción de los pilares de la democracia liberal. Por tanto, los populismos iliberales actúan como un Partido caballo de Troya: una tipología de partido-torpedo, apoyado por una potencia extranjera, cuyo fin destructivo es provocar la desestabilización del universo socio-político del Estado-objetivo. De esta forma, estos sujetos constituyen, además, la principal herramienta rusa de sharp power; una estrategia de proyección de poder, típicamente utilizada por regímenes autoritarios contra sistemas democráticos, basada en la penetración en el ambiente político y mediático de la sociedad atacada que, sin constituir un medio de coerción ni de persuasión, busca la amplificación de las divisiones sociales existentes en el Estado-objetivo para intoxicar su panorama sociopolítico y socavar los cimientos de su sistema político-institucional.

Finalmente, en el análisis de la tercera fase-dimensión de este proceso de disrupción —identificada como la llegada a un escenario-resultado de alta confrontación entre el Gobierno del Estado OA y su población que pueda derivar en una potencial transición de Gobierno—, se ha concluido que los principales actores en oposición —la ruling coalition, representada por un partido tradicional, y el movimiento counter- establishment, representado por los partidos populistas iliberales— presentan debilidades que se contrarrestan. Por un lado, la democracia liberal provoca que la winning coalition de la que depende el gobierno sea suficientemente extensa como para constituir un objetivo permeable y, por otro lado, el movimiento counter- establishment debe limitar sus estrategias insurgentes al plano discursivo para no incurrir en un proceso de autodeslegitimación perjudicial a sus intereses.

No obstante, aun no llegando al objetivo final de provocar una transición de Gobierno en la que el partido populista iliberal se asiente en el poder, el fin del NA (para el caso, Rusia) ya se habría visto cumplido en un alto grado: si bien la quiebra completa del sistema político-institucional no se ha producido, se ha profundizado en un clima de confrontación social tal que ha generado una disrupción del panorama político del Estado-objetivo. Lo que constituye un grave daño a la democracia liberal.

Lluís Torres Amurgo
Analista de Inteligencia Politólogo especializado en RR. II.


Bibliografía y notas a pie de página:

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20 - La ruling coalition se define como el grupo de personas que efectivamente controla el poder político de un país; es decir, se refiere al gobierno efectivo de un Estado (que no se circunscribe necesariamente a su Consejo de Ministros, sino al grupo total de personas con posibilidad de dirigir las capacidades del Estado).
21 - DE MESQUITA, B., SMITH, A., “El manual del dictador: Por qué la mala conducta es casi siempre buena política”, Editorial Siruela S.A., Madrid, 2013.
22 - GALULA, D., “Counterinsurgency Warfare: Theory and Practice”, Greenwood Publishing Group: Praeger Publishers, Westport (U.S.), 2006.
23 - Esto es una conclusión pretendidamente generalista, pues el objetivo del documento es ofrecer las claves de un fenómeno transversal en distintos países del mundo. Estudios dedicados a analizar casos concretos deberían observar la configuración del sistema electoral del Estado en cuestión, su tendencia en relación a la participación electoral de la población, y la estructura de las winning coalitions – objetivo de los partidos tradicionales con opción a gobierno o en el poder.
 

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