La tensión en el noreste de Siria alcanza cotas no vistas antes. La situación pende de un hilo. El Ejecutivo turco, que ya penetró en la parte más septentrional del territorio sirio para debilitar a las fuerzas kurdas después de que Estados Unidos retirase sus tropas de la zona, amenaza con lanzar una operación en la región de Idlib en caso de que las tropas del régimen sirio no cesen su progresión sobre la capital de la región, el último reducto de resistencia a Damasco. La maniobra llega apenas horas después de que fracasaran los diálogos entre Moscú y Ankara celebradas en la capital rusa para discutir las formas de aplicar los tratados de Sochi.

Ante sus correligionarios del Partido Justicia y Desarrollo (AKP, por sus siglas en turco), el presidente turco Recep Tayyip Erdogan ha manifestado que una operación transfronteriza hacia Idlib es solo “una cuestión de tiempo”. “Como con todas las operaciones anteriores, podríamos decir que iremos ‘de un día para otro’”, ha señalado el mandatario, que ha adelantado que su Ejército ha realizado ya todos los preparativos para dicha ofensiva.

En las últimas semanas, Ankara ha venido incrementando su presencia militar en la región de Idlib, donde su Ejército ha establecido numerosos puestos de control. Uno de ellos, el de Saraqeb, sufrió un bombardeo de la artillería siria. Siete soldados y un civil resultaron muertos. Este episodio representó un hito que recrudeció notablemente la actual escalada de tensión. Hasta entonces, las tropas sirias y turcas no se habían enfrentado directamente en combates directos.
Desde aquel ataque, la situación ha escalado y se han ido sucediendo acciones similares entre las Fuerzas Armadas de ambos bandos. Del mismo modo, las milicias afines a unos y otros no han dejado de perpetrar escaramuzas en toda la zona.

A pesar de todo lo anterior, el ministro de Defensa Hulusi Akar ha aseverado que su país no contempla desmantelar sus asentamientos en la zona. Al contrario, parece que los turcos suben la apuesta. En líneas generales, Erdogan justifica su “última advertencia”, como el mismo la ha calificado, aludiendo a la campaña emprendida por el Ejecutivo de Damasco, en manos del dictador Bachar al-Asad, para recuperar Idlib y sus alrededores. Allí, resiste un conjunto de milicias y grupos terroristas, incluida la antigua filial de Al-Qaeda en Siria, que han recibido en el pasado financiación por parte de Turquía y de Qatar, según reveló la inteligencia estadounidense.

El problema, según Ankara, es que Al-Asad, que cuenta con el apoyo diplomático, logístico y militar ruso, no está respetando los frágiles acuerdos internacionales suscritos sobre el estatus de Idlib. Los documentos presentados primero en Astaná y después en Sochi establecen una zona desmilitarizada -denominada técnicamente “zona de desescalada”- donde, sobre el papel, no debían llevarse a cabo acciones bélicas.

Las tropas del régimen de Damasco, sin embargo, ya han conquistado cerca de la mitad de esa extensión de terreno, según datos facilitados por el laboratorio de ideas The Carter Center a la agencia EFE. En el curso de la ofensiva, apoyado por la potente aviación de Moscú, cientos de personas han muerto como consecuencia de los bombardeos. Además, la campaña ha dado lugar al mayor éxodo en nueve años de guerra. Desde diciembre, cerca de 900.000 personas han huido hacia el norte, un flujo migratorio que está sometiendo a las autoridades turcas a una gran presión.
Esta es otra de las principales razones de fondo por las que Turquía se ha implicado más en la guerra siria a lo largo de las últimas semanas. El país ya acoge dentro de sus fronteras a más de tres millones y medio de personas refugiados. Erdogan ya ha advertido en más de una ocasión que una nueva avalancha migratoria saturaría a su país, de modo que se plantearía la posibilidad de abrir las puertas hacia la Unión Europea.

Antes de que la situación descarrile definitivamente, Rusia ha tratado de llamar a la contención. El secretario de Prensa del Kremlin Dmitri Peskov, uno de los hombres de máxima confianza del presidente Vladimir Putin, ha calificado una eventual intervención armada turca como el “peor escenario”. Ha matizado, sin embargo, que esa circunstancia todavía no se contempla y que su Gobierno sigue apostando por la vía de las conversaciones.
Tanto Peskov como el ministro de Asuntos Exteriores Sergei Lavrov, sin embargo, han salido al paso de las acusaciones turcas en lo referente a la violación de las zonas de desescalada. Según el Gobierno ruso, quienes primero dinamitaron el consenso fueron los grupos terroristas apoyados por Turquía. De ese modo, la operación posterior llevada a cabo por Al-Asad estaba plenamente justificada. Lavrov ha querido recalcar su respaldo al Ejecutivo sirio en una rueda de prensa posterior a un encuentro bilateral con su homólogo jordano Ayman Safadi. El jefe de la diplomacia del reino hachemita, limítrofe con Siria, ha recordado, a su vez, la importancia de encontrar una solución política al conflicto.

Rusia no es el único aliado poderoso de Al-Asad. En los últimos días, aprovechando su gira por los países de Levante, el presidente del Parlamento de Irán Ali Larijani se reunió con el dirigente sirio. El político persa, que también ha visitó Beirut, ha valorado positivamente su encuentro con Al-Asad. En particular, se refirió a la cooperación entre ambas administraciones en materia de lucha antiterrorista.
Siria -y también Líbano- constituye una prioridad de primer orden para el régimen de los ayatolás. Mantener a un aliado como Al-Asad en el poder equivale, de facto, a tener un acceso asegurado al mar Mediterráneo. Cerca de la ciudad costera de Latakia, se encuentra la base de Khmeimim, ya operada por el Ejército ruso.

Es una circunstancia delicada para Turquía. A lo largo de los últimos años, Ankara, con Erdogan al mando, ha ido islamizando poco a poco la cultura política del país. La influencia de los poderosos Hermanos Musulmanes se deja sentir. Un triunfo resonante del régimen sirio en Idlib pondría a la gran potencia chií de la región a las puertas de otro país que, poco a poco, ha oscilado hacia un sunismo militante, lo que sería una fuente de inestabilidad de cara al futuro.