El contenido optimismo de la víspera ha quedado parcialmente justificado en la mesa de negociación de Estambul. Auspiciadas por el presidente turco Recep Tayyip Erdoğan, las conversaciones entre las delegaciones rusa y ucraniana han arrojado un tímido acercamiento, definido en las dos posturas iniciales adoptadas por las partes: la reducción de las actividades militares en Ucrania por parte de Moscú y la renuncia definitiva de Kiev a formar parte de la OTAN. Un punto de partida condicionado por la incesante agresión de Vladímir Putin.
Las tres horas de reunión han servido como termómetro para medir la temperatura de los equipos negociadores, propensos al diálogo tras cinco semanas de invasión. La ofensiva rusa a gran escala ha fracasado de forma estrepitosa, controlando tan solo una capital de óblast, Jersón, e incluso perdiendo posiciones en los últimos días. Las fuerzas ucranianas han repelido con contundencia el avance, encapsulado aún en diversos enclaves del país. Pero la agresión ha provocado una crisis humanitaria sin precedentes, dejando tras de sí casi cuatro millones de desplazados, además de las miles de víctimas mortales aún sin cuantificar.
Erdoğan pedía al inicio “resultados concretos” en el que ha sido el primer encuentro de alto nivel en tres semanas, y el más exitoso hasta la fecha. En todo este tiempo, los equipos negociadores no se habían visto las caras de forma presencial, pero sí a través de la pantalla. Las conversaciones por videoconferencia han sido habituales, pero han estado sumidas en el más absoluto secretismo por las partes. Y prometen continuar en los próximos días.

Previstas para finalizar el miércoles, las negociaciones han acabado finalmente este martes con una distancia considerable entre ambas delegaciones. La paz en Ucrania no parece cercana, pero esta ha sido la primera toma de contacto que al menos ha elevado las expectativas. Presente en las conversaciones, el ministro de Cultura ruso, Vladimir Medinsky, de origen ucraniano, ha valorado el encuentro como un paso “constructivo” en la búsqueda de un compromiso. El mismo calificativo utilizado por el asesor principal del presidente Zelenski, Mykhailo Podolyak.
Del encuentro de este martes han trascendido dos avances significativos que empujan al optimismo. Rusia asegura que “reducirá drásticamente” su actividad militar en la ciudad norteña de Chernígov, próxima a la frontera con Bielorrusia, y en la capital, Kiev, duramente asediadas, pero aún bajo el control de las fuerzas ucranianas. Así lo ha anunciado el viceministro de Defensa ruso, Alexander Fomin, el ‘número dos’ del recientemente reaparecido Serguéi Shoigú, también presente en las negociaciones.
Ucrania, por su parte, renuncia de forma definitiva a ingresar en la OTAN, así como a albergar bases militares y armamento perteneciente a la Alianza Atlántica, adquiriendo de esta forma un estatus neutral. Unas condiciones aceptadas a cambio de una serie de garantías defensivas. El Gobierno de Kiev contaría en adelante con la asistencia militar de un reducido grupo de países en caso de un nuevo ataque ruso, entre los que se encontrarían Turquía, Israel, Polonia y Canadá. No habría veto en ese escenario para una hipotética adhesión a la Unión Europea.

La cuestión central en las negociaciones a partir de ahora pasa a ser el estatus territorial de la península de Crimea, anexionada por Rusia en 2014, y del Donbass, parcialmente ocupado por las milicias separatistas respaldadas por las tropas rusas. El reciente viraje del Ministerio de Defensa de Rusia, que dijo haber cumplido “la primera fase” de la ofensiva y que centraría su acción militar en los óblast de Lugansk y Donetsk, pone en el foco la situación de ambas regiones, que serán objeto de nuevas demandas del Kremlin.
Pero no hay espacio para la esperanza mientras no cesen las hostilidades sobre el terreno. El secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, ha puesto en duda las concesiones de Moscú. Con este movimiento, Rusia podría estar ganando tiempo para reagrupar a sus fuerzas y abastecer a las tropas desplegadas en la parte oriental del país, lastradas por problemas logísticos. Aunque los primeros informes se han hecho eco de un tímido repliegue de fuerzas en la periferia de algunas ciudades por parte del Ejército ruso, los ataques continúan.
Las columnas de humo y los escombros siguen siendo la tónica general en una Ucrania devastada por la artillería. El devastador asedio a Mariúpol estaría a punto de surtir efecto, lo que permitiría a las fuerzas rusas cortar la salida al mar de Azov, establecer un corredor entre la península de Crimea y el Donbass, encapsulando a las tropas ucranianas. Un escenario que fortalecería su posición en la mesa de negociación.
Conviene no perder el foco. Según Amnistía Internacional, el Ejército ruso habría cometido crímenes de guerra en Ucrania al aplicar tácticas militares de tierra quemada. Una estrategia habitual del Kremlin, usada con anterioridad en Chechenia o Siria. Agnes Callamard, la secretaria general de la organización, ha asegurado que Amnistía Internacional ha documentado “una escalada de violaciones de los derechos humanos y del derecho humanitario, incluidos los ataques indiscriminados o deliberados contra civiles”.

Los equipos negociadores ven posible una cumbre entre Vladímir Putin y Volodímir Zelenski. “Los resultados de la reunión de hoy son suficientes para una reunión a nivel de líderes”, declaró un miembro de la delegación ucraniana al término de las negociaciones en Estambul. David Arakhamia no ha sido el único que se ha pronunciado en este sentido, el personal negociador del Kremlin también ha manifestado esta opinión un día después de las palabras del ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, quien aseguro que un encuentro sería “contraproducente” sin acuerdos avanzados en la mesa.
Pero Washington se mantiene como el interlocutor preferente de Moscú. “Tarde o temprano tendremos que hablar con Estados Unidos”, asumió el portavoz del Kremlin, Dimitri Peskov. Las relaciones entre la Casa Blanca y el Kremlin no están rotas a pesar de las gruesas palabras del presidente Joe Biden, quien calificó a Putin como un “carnicero” y dijo que no podía estar ni un minuto más en el poder. Declaraciones matizadas después por miembros de su Administración.
El presidente francés Emmanuel Macron abogó por un enfoque distinto hacia Vladímir Putin para no fomentar una escalada. El líder galo, que se juega en dos semanas la reelección en un contexto determinante para Europa en el que quiere asumir el liderazgo político del continente, mantendrá en la tarde del martes una nueva conversación telefónica con el presidente ruso para discutir la situación humanitaria. Las labores diplomáticas nunca desaparecieron.