“El 90% del acuerdo de demarcación de la frontera marítima [entre el Líbano e Israel] ha sido cerrado, pero el 10% restante es decisivo”. Así explicaba Elias Bou Saab, el vicepresidente del Parlamento libanés, para la agencia de noticias Reuters, la importancia mayúscula de los últimos 860 kilómetros cuadrados disputados entre las Zonas Económicas Exclusivas (ZEE) de Beirut y Tel Aviv.
Y es que –pese a las alentadoras declaraciones del primer ministro libanés, Nayib Mikati, sobre la inminente firma del acuerdo –, las últimas informaciones parecen apuntar a que los “cambios sustanciales” propuestos por Beirut al borrador del texto han llevado a Yair Lapid a frenar en seco el avance de las negociaciones. El jefe de Gobierno hebreo “ha dado la orden de rechazar [el nuevo borrador] al equipo negociador”, decían fuentes oficiales citadas en el medio israelí ‘Yedioth Ahronoth’.

“Lapid ha dicho que Israel no pondrá en peligro sus intereses económicos y de seguridad, incluso se eso implica que el acuerdo no se alcance próximamente”, sostenía la fuente, en referencia a las enmiendas libanesas que subrayan los derechos de Beirut de explorar los yacimientos gasísticos de Qana y Karish, este último considerado por el Estado hebreo como parte de su Zona Económica Exclusiva ‘de facto’.
Estos yacimientos han sido y son, a día de hoy, el motivo último de las disputas fronterizas israelo-libanesas. El control de la reserva gasística de Qana, de mayor tamaño y cercana a las aguas libanesas; y de Karish, ya lista para entrar en funcionamiento, pero ubicada en el territorio en disputa, estará determinado, en cualquier caso, por la propuesta de frontera que resulte unánimemente aceptada y reconocida por la comunidad internacional. Ya sea esta propuesta la línea 1 o la H, defendidas por Tel Aviv; la línea 29, defendida por Beirut; o la línea 23, que aparentemente contenta a ambas partes.

Ahora, el rechazo de Tel Aviv a los cambios del texto propuestos por el Líbano parece poner en riesgo el éxito de unas negociaciones que comenzaron en 2010, cuando Beirut llevó ante Naciones Unidas un plan de división fronteriza que tomaba como referencia la localidad de Naqoura. Una contienda jurídica –irresoluble durante más de una década, aun a pesar de los esfuerzos mediadores estadounidenses– que nunca se ha encontrado tan próxima a un acuerdo como parecía estarlo en las últimas semanas.
Entre 2010 y 2022, los desencuentros y la discordia fueron la marca definitoria de cualquier intento de acercamiento, llevando a unas negociaciones intermitentes e infructuosas. Hasta que, en el mes de junio de este año, después de meses de parálisis, el despliegue israelí de buques de perforación de la compañía griega Energean –para explorar el yacimiento de Karish– provocó que Beirut exigiese una reactivación de las conversaciones para determinar si esa área es un territorio en disputa, como considera el Líbano, o pertenece a la ZEE israelí, como sostiene Tel Aviv.
Semanas de intensas negociaciones en las que el histórico mediador estadounidense en el litigio, Amos Hochstein, ha tenido un papel protagonista, han llevado a los dos países del Medio Oriente al punto actual. Un borrador de acuerdo de delimitación de las fronteras marítimas se encuentra sobre la mesa. La parte libanesa ya ha hecho llegar sus comentarios y enmiendas del texto, este miércoles, a la embajadora estadounidense en Beirut, Dorothy Shea. La parte hebrea, por su lado, recibió el documento, y se comprometió a revisarlo antes de presentarlo para ser aprobado por el Gobierno y la Knesset. Pero, ahora, la negativa israelí parece poner en tela de juicio la posibilidad de alcanzar una solución diplomática al conflicto por la extracción de gas.

Jurídicamente, uno de los conceptos clave en este conflicto es el de Zona Económica Exclusiva. Según la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar de 1982 –uno de los tratados más determinantes del Derecho Internacional en cuestiones marítimas–, la Zona Económica Exclusiva (ZEE) de un país abarca la región del mar sobre la que un Estado soberano tiene derechos particulares para la exploración y utilización de recursos. Incluyendo los recursos energéticos, como en este caso, el gas.
Esta área se extiende por las 200 millas náuticas (unos 370 kilómetros) de mar más próxima a la costa del país, y, a diferencia del concepto ‘mar territorial’ –referido a la soberanía plena del Estado sobre las aguas–, la ZEE únicamente incluye los derechos del país sobre el suelo terrestre. Por debajo de la superficie del agua, que pasa a considerarse como aguas internacionales.

La influencia de la República Islámica de Irán en la región, encarnada en el grupo libanés Hizbulá, es, por último, otra de las claves que ha marcado las negociaciones fronterizas. El lanzamiento de drones hacia el yacimiento gasístico de Karish en el mes de junio, con la llegada de los buques de Israel, así como las reiteradas amenazas con escalar el conflicto si el Tel Aviv llevaba adelante sus planes de extracción de gas, no han hecho más que tensar las relaciones entre el Estado hebreo y el grupo terrorista chií.
“Israel producirá gas desde la plataforma de Karish tan pronto como sea posible hacerlo. Si Hizbulá o alguien más intenta dañar la plataforma o amenazarnos, las negociaciones sobre la línea marítima se detendrán inmediatamente”, advertía el primer ministro, Yair Lapid, este jueves, pese a que parte de los intereses hebreos en cerrar el acuerdo se apoyan sobre la base de que el acceso de Beirut a fuentes energéticas y al comercio energético mundial liberarían al país de la dependencia energética de Teherán, reduciendo también el peso de Hizbulá.
Sin embargo, Tel Aviv mantiene las defensas altas, y el ministro de Defensa hebreo Benny Gantz ha ordenado este jueves al Ejército del país “que se prepare para cualquier escenario de aumento de tensiones en el área norte. Incluyendo la preparación ofensiva y defensiva” ante una posible escalada de las tensiones.
Coordinador de América: José Antonio Sierra.