Se cumplen 66 días desde el inicio de la invasión rusa sobre Ucrania. En todo este tiempo, el Kremlin se ha visto obligado a modificar su estrategia como consecuencia del sonado fracaso inicial de la operación, lastrada a partes iguales por los múltiples problemas logísticos y la feroz resistencia del Ejército ucraniano. Pero está previsto que la contienda se alargue. La nueva fase del conflicto se concentra ahora en la región del Donbás, que Vladímir Putin pretende anexar a Rusia como ya hiciera en 2014 con la península de Crimea.
El Ejército ruso reorienta sus tropas desde hace semanas hacia las provincias de Donetsk y Lugansk tras abandonar el frente norte ante la incapacidad de ocupar Kiev, defendida con uñas y dientes por las fuerzas ucranianas, y después de cometer crímenes de guerra en enclaves como Bucha o Borodyanka. Aunque este nuevo planteamiento no disuadió al Kremlin de bombardear de nuevo la capital el viernes durante la visita del secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, justo un día después de reunirse en Moscú con el propio Putin.
Ucrania y sus socios occidentales agilizan los preparativos de cara a un inminente estancamiento de la guerra, que podría dilatarse durante meses e incluso años. Por eso el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, insiste al Congreso en la aprobación de ayudas adicionales al Gobierno de Kiev por valor de 33.000 millones de dólares en materia económica, humanitaria y militar. Y por eso el Pentágono reveló el viernes que ha comenzado la formación de militares ucranianos en territorio alemán, al tiempo que llega más asistencia armamentística a la resistencia.

“No consideramos que estemos en estado de guerra con la OTAN. Lamentablemente, existe la sensación de que la OTAN cree que sí está en guerra con Rusia”, declaró al respecto el veterano ministro ruso de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov. Los últimos movimientos de la Administración Biden han irritado a un Kremlin que envilece su retórica y reitera las amenazas sobre el riesgo de una guerra nuclear. Aunque Estados Unidos no toma en serio las declaraciones proferidas por Lavrov.
Las cosas sobre el terreno apenas han evolucionado en las últimas horas. El informe del Instituto para el Estudio de la Guerra (ISW, por sus siglas en inglés) publicado el viernes sostiene que las tropas ucranianas “están frenando con éxito los ataques rusos en el este, que solo consiguieron pequeños avances al oeste de Severodonetsk y que no avanzaron en el frente de Izyum”, dentro del óblast de Lugansk. Es probable además que el Ejército ruso deje un contingente de mínimos en la sitiada Mariúpol, según el ISW, para “bloquear” las posiciones ucranianas en Azovstal.
En la ya archiconocida acería, ubicada en la ciudad portuaria de Mariúpol y donde se guarecen medio millar de soldados del Batallón Azov y un millar de civiles, continúa el brutal asedio del Ejército ruso. Estaba previsto que la población civil fuera evacuada el viernes con el compromiso inicial de Putin, informa el enviado especial de RNE, Fran Sevilla. Sin embargo, la negativa rusa a una supervisión internacional del proceso complica la salida.
#Mariupol Update:#Russian forces likely intend to leave a minimal force in Mariupol to block #Ukrainian positions in Azovstal and prevent partisan actions and are deploying as much combat power as possible to support offensive operations elsewhere.https://t.co/Yw5KKwNl6v pic.twitter.com/WXLopBDzsR
— ISW (@TheStudyofWar) April 29, 2022
El MI6 británico asegura que Rusia se ha visto obligada a fusionar unidades que naufragaron en el frente noreste, y que estas tropas podrían estar moralmente debilitadas, un factor humano que ha condicionado el desarrollo de la invasión al ser explotado por la resistencia ucraniana. Pero esto no aplaca los temores del presidente ucraniano Volodímir Zelenski, quien denunció las intenciones de Rusia para “deshabitar” la región del Donbás.
Los recientes ataques en Transnistria, la región separatista prorrusa del este de Moldavia, han hecho saltar las alarmas no solo en el pequeño país del Este de Europa, fronterizo con Ucrania, que teme una ofensiva rusa, sino también en el resto de plazas occidentales, que observan con temor una extraña escalada de las tensiones en una región anclada en la Unión Soviética y dominada ‘de facto’ por Rusia. Moldavia ha acusado a ocho espías rusos de estar detrás de los atentados.
La inteligencia ucraniana advierte de que estos ataques de “falsa bandera” han sido cometidos para atraer a la guerra a Moldavia y coaccionar al Gobierno de Chisináu, pilotado por la joven presidenta Maia Sandu, con el objetivo de poner fin a su vocación europeísta. El ministro Lavrov declaró además que Moldavia “debería estar preocupada por su futuro” porque está siendo arrastrado hacia la OTAN, un hecho que, según el jefe de la diplomacia rusa, no mejorará su seguridad.

La periodista y autora del bestseller ‘Cómo el KGB se apoderó de Rusia y se enfrentó a Occidente’, Catherine Belton, gran conocedora de las internalidades del Kremlin antes, durante y después del ascenso al poder de Vladímir Putin, confirma en un artículo para ‘The Washington Post’ que ya han comenzado a surgir las primeras divisiones de calado en el seno de la élite rusa con motivo de la invasión a gran escala planteada por el presidente.
Según Belton, al menos cuatro de los principales oligarcas rusos que se enriquecieron en la década de los noventa, durante los años locos del presidente Borís Yeltsin, han abandonado el país después de experimentar las consecuencias económicas motivadas por Occidente tras la agresión a Ucrania. Impotentes para condicionar el devenir del conflicto y más aún para influir en la decisión de Vladímir Putin, han optado por dejar atrás Rusia personalidades como el ex viceprimer ministro, Anatoli Chubáis.
Aquellos que ocupan cargos de relevancia en la arquitectura institucional de la Federación de Rusia no tienen el permiso del presidente Putin para renunciar al puesto. Destaca en este caso la economista tártara y directora del Banco Central de Rusia desde 2013, Elvira Nabiúllina, quien habría presentado su dimisión, según Belton, topándose con la negativa del Kremlin.