Los Balcanes Occidentales han recibido en los últimos años partidas millonarios de la Unión para el refuerzo de sus fronteras, siendo esta una condición para su deseada membresía en la UE. Un refuerzo que sobre el terreno se traduce en violencia policial y devoluciones en caliente

La ruta de los Balcanes, donde la Unión Europea invierte en violar Derechos Humanos

PHOTO/MARTA MORENO GUERRERO - Campo en Pirot, frontera serbo-búlgara
photo_camera PHOTO/MARTA MORENO GUERRERO - Campo en Pirot, frontera serbo-búlgara

El sol se pone sobre las vías del tren que te llevan a la salida de Šid, municipio al oeste serbio. Mientras el sol cae tras estas líneas de metal; decenas de chicos aprovechan la luz propia de la que se conoce como la “golden hour” para hacerse fotos que pronto editarán con música de fondo y subirán a TikTok, mientras los trabajadores sociales les llaman para que entren en el campo: tienen que fichar. Estos jóvenes, todos ellos menores de edad, descansan en un campo de tránsito para menores en este pueblo. Fichar significa escanear las tarjetas que les dan cuando llegan; así los campos pueden llevar un seguimiento de las personas que llegan. Todos entran despidiéndose de nosotras: “Hasta mañana” gritan con el poco inglés que conocen. “Manana” se escucha al final y nosotras respondemos con la misma palabra. Manana significa “gracias” en pastún, el idioma mayoritario de Afganistán. Y es que la mayoría de los jóvenes que pasan por Family Camp, como se conoce este campo de tránsito, han llegado a Serbia huyendo del régimen talibán.

Nosotras, por nuestra parte, somos un grupo de voluntarias parte de No Name Kitchen (NNK), una ONG presente en toda la ruta de los Balcanes, así como en Italia y Ceuta, que se encarga de garantizar los derechos de las personas en movimiento en la ruta. Cuando acudimos a los campos intentamos cubrir las necesidades básicas que los mismos jóvenes demandan. Ya sea una ducha, comida, o ropa que han perdido -o les han quitado- a lo largo del camino. Aunque muchas veces una pelota para jugar al voley o una baraja de cartas para jugar al bazar -juego típico afgano- son incluso más importantes. Y es que las voluntarias del NNK saben que devolverles la dignidad y la infancia que las fronteras le han arrebatado es, muchas veces, lo más importante.

PHOTO/MARTA MORENO GUERRERO - Niños a la puertas de Family Camp junto a las vias del tren
PHOTO/MARTA MORENO GUERRERO - Niños a la puertas de Family Camp junto a las vias del tren

La violencia policial a lo largo de la ruta de los Balcanes, y sobre todo las fronteras de la Unión Europea, es algo que tanto No Name Kitchen, como otras organizaciones en la región como Collettivo Rotte Balcaniche o Colective Aid, entre otras, llevan años denunciando. Philippine Vaganay es miembro de NNK y ha formado parte del equipo de Šid durante meses, la joven quien se encargaba de denunciar la violencia de las fronteras de la UE denuncia como “existen muchos casos de extrema humillación por parte de la policía, que llega a devolver a la gente al otro lado de la frontera sin ropa alguna”. Entre los informes recogidos por la ONG en esta ciudad del oeste de serbia destacan los testimonios que denuncian la violencia de la policía búlgara.

La frontera turco-búlgara se ha convertido en uno de los pasos más peligrosos para estas personas. Así lo denuncia “La red de monitoreo en las fronteras” (BVMN, por sus siglas en inglés), una de las pocas plataformas que elabora informes sobre la violencia que las personas en movimiento sufren en las fronteras. De acuerdo con su informe de septiembre, “en 2022 y 2023, con el rápido deterioro de la situación en la frontera terrestre entre Grecia y Turquía, aumentó drásticamente el tránsito a través de Bulgaria. Esto se reflejó en un aumento de las prácticas violentas en la frontera, en particular las expulsiones y otras violaciones de derechos”. En 2021, BVMN activaba su presencia en Turquía y comenzó a reportar testimonios de devoluciones en caliente desde Bulgaria. Desde entonces, la plataforma ha registrado “un total de 73 incidentes de devoluciones en caliente desde Bulgaria que afectaron a 1.661 personas”. El continuo incremento de violencia y violación de Derechos Humanos en la frontera turco-búlgara es algo de lo que Vaganay ha sido testigo durante meses, “la violencia de la policía búlgara ha sido registrada por nosotras muchísimas veces”. Y así lo reflejan los últimos informes publicados por la organización.

La externalización de fronteras a través de partidas millonarias a terceros países se ha convertido es una de las principales características de la política migratoria europea. Esto sumado a la cada vez mayor presencia de Frontex en tales fronteras son ya rasgos definitorios de la UE. En este sentido, en diciembre de 2022, la Comisión Europea presentaba el Plan de Acción de la UE para los Balcanes Occidentales, donde se definen una serie de medidas entre las que se incluyen “acciones relacionadas con la migración por un importe total de 201,7 millones de euros”. Además, este plan permite “que el personal de Frontex ejerza competencias ejecutivas, como controles fronterizos y registro de personas”. Lo que se traduce en abuso policial, violación de Derechos Humanos, devoluciones en caliente y violencia física y verbal a manos de las fuerzas de seguridad, ya sea policía de fronteras o Frontex.

Pero es que ante el incremento de personas que eligen cruzar la frontera turco-búlgara, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, escribía una carta en la que declaraba la intención de la UE en reformar aún más, si es que se puede, sus fronteras. En palabras de la presidenta de la Comisión, “en los Balcanes Occidentales, Frontex ha comenzado a desplegar sus guardias de fronteras en Serbia, que ya cuenta con 130 cuerpos permanentes desplegados en sus fronteras con Hungría y Bulgaria. Recientemente Serbia confirmó su compromiso de iniciar rápidamente las negociaciones sobre un nuevo acuerdo de estatuto que permita el despliegue de cuerpos permanentes también entre las fronteras de los socios de los Balcanes Occidentales.” Y es que la Unión Europea no duda en usar el deseo de membresía de los países de los Balcanes Occidentales para añadir el refuerzo de sus fronteras como requisitos de entrada. “Las negociaciones con Montenegro y Albania sobre acuerdos de estatuto que permitan despliegues y patrullas conjuntas han dado un paso decisivo”, reconoce Von der Leyen en la misma carta.

Un chantaje que se ha visto reforzado con “un nuevo paquete de ayuda a la protección de fronteras para los Balcanes Occidentales, dotado de equipos modernizados y dotado con 40 millones de euros”, con fin de completar el “despliegue de guardias fronterizos de Frontex y patrullas conjuntas para apoyar la gestión de las fronteras en los Balcanes Occidentales mediante la celebración de nuevos acuerdos de estatuto con Albania, Montenegro, Serbia y Bosnia y Herzegovina” unas medidas que deben complementarse con “el apoyo específico de Frontex y los Estados miembros en materia de retorno”.

Todas estas medidas y partidas millonarias para control de fronteras que tan estudiado tiene la Unión Europea, se traduce sobre terreno en violencia policial, violación de Derechos Humanos y devoluciones en caliente. El lenguaje institucional y los eufemismos que los líderes europeos se empeñan en repetir, aderezados con cínicas promesas de solidaridad no borran la realidad sobre el terreno.

Osman (nombre cambiado por seguridad de la fuente) y su hermano han sufrido la violencia que resulta de esos millones de euros que la UE destina al control de la frontera turco-búlgara. Farmaz y sus hermanos consiguieron llegar a Šid desde Afganistán. Osman cuenta, sin ningún tipo de tapujo, lo que sufrió dos días después de cruzar la frontera turco-búlgara, “nos obligaron a quitarnos la ropa y la quemaron delante nuestra. Nos robaron el dinero que llevábamos; mi hermano y yo teníamos doscientos euros que nos obligaron a darles”. Mientras me cuenta esto, su hermano de apenas diez años está junto a él y gesticula cómo la policía les obligó a tumbarse en el suelo para, según describe con gestos, pegarles con las porras. “Nos metieron en coches y nos devolvieron a Turquía”,  me termina de contar el mayor de los hermanos.

PHOTO/MARTA MORENO GUERRERO - Pintada "cansado de ser vícitma de la violencia policial". Šid
PHOTO/MARTA MORENO GUERRERO - Pintada "cansado de ser vícitma de la violencia policial". Šid

Conocí a ambos hermanos en junio, mientras estaban en Family camp. Osman adora el fútbol y en cuanto supo que muchas de las voluntarias éramos españolas no dudó en señalar que sabía quién era Roberto Carlos. Desde entonces, el balón de fútbol no faltó a las puertas de Family Camp. Sin embargo, Osman siempre dejó claro que lo que de verdad le gusta son las motocicletas y que cuando llegue a Alemania empezará a estudiar ingeniería mecánica. Su hermano pequeño, por el contrario, no sabía muy bien que quería estudiar “cuando fuese mayor” pero nos contó que le gustaban mucho los idiomas; con escasamente diez años ya hablaba pastún, farsi y turco, y chapurreaba bastante bien el inglés, aunque puesto que querían llegar a Alemania esperaba poder estudiar este idioma allí.

Pregunto, asombrada, cómo es que ha aprendido tantos idiomas siendo tan joven, Osman me cuenta que “cuando huimos de Afganistán, estuvimos un año en un campo de refugiados en Irán y allí se hablaba farsi. Tras eso, llegamos a Turquía y estuvimos dos años trabajando en fábricas en Estambul”. Ninguno de los dos hermanos eligió hablar esas lenguas, tuvieron que aprenderlas a la fuerza. En Turquía, me contaron, ahorraron lo que pudieron para poder pagarse el “game” -como se conoce a la ruta de la Balcanes- hasta llegar a dónde estamos ahora. Sus últimos ahorros fueron aquellos 200 euros que la policía búlgara les quitó. Desafortunadamente, la historia de estos dos hermanos no es especial. Desde 2015, las paredes de este campo de tránsito para menores recogen cientos de historias como la suya.

PHOTO/MARTA MORENO GUERRERO - Personal de NNK preparando las duchas
PHOTO/MARTA MORENO GUERRERO - Personal de NNK preparando las duchas

Ambos hermanos estuvieron en Family Camp por algo más de una semana, y un día Osman confesó que, en realidad, él tenía diecinueve años, pero que mintió porque si no le separaban de su hermano. Gracias a esta confesión, supimos que los menores eran separados de sus familiares cuando llegaban a Serbia. Y es que, todos aquellos que llega a Šid pueden ser enviados en tres campos de tránsito: Family Camp, Principovac y Adaševci. Ahora bien, todos los menores que llegan son enviados a Family y los adultos a cualquiera de los otros dos. No importa sin son familia, los menores siempre son separados de los adultos con los que viajan. Sin distinción. NNK denunció este hecho desde que lo supo, pero de nada ha servido. Osman se vio obligado a mentir para que no lo separasen de su hermano de diez años.

PHOTO/MARTA MORENO GUERRERO - Niños y voluntarias de NNK a las puertas de Fmily Camp
PHOTO/MARTA MORENO GUERRERO - Niños y voluntarias de NNK a las puertas de Fmily Camp

Y es que por más que el Gobierno de serbio se empeñe en garantizar que las condiciones en los campos a lo largo del país cubren las necesidades básicas de las personas que llegan, las organizaciones sobre el terreno no paran de reclamar que no es así. Adaševci, según informa la Comisión para refugiados del Gobierno de Serbia, en 2019 hospedaba a 715 personas, pero, según testimonios de personas que se han visto obligadas a dormir allí, a día de hoy llega a acomodar a más de 1.000.

Adaševci está situado a 28 kilómetros de la ciudad, en mitad de una autopista; tan solo se puede llegar en coche, lo que aísla a todas las personas que son enviadas a este campo. Cuando las voluntarias llegan a este, decenas de personas salen con la intención de hablar con nosotras. Muchas veces, también aparecen los trabajadores sociales del campo para asegurarse de que no realizamos ningún tipo de servicio médico.

Las ONGs sobre el terreno, a excepción de Médicos Sin Fronteras, tienen totalmente prohibido realizar cualquier tipo de asistencia médica. Megan Stark es la encargada del proyecto de salud de NNK en Šid, quien no puede siquiera trabajar a las puertas de los campos de esta ciudad por prohibición expresa del personal de estos centros. “Las personas con las que hablo en los campos no tienen acceso a ningún servicio médico. Ni siquiera a aquellas con lesiones visibles se le facilita una visita al centro de salud. En el caso de que quieran deben ir por su cuenta”. Stark explica que “incluso las personas que padecen enfermedades graves como sarna no suelen querer acudir al médico, debido a la profunda desconfianza hacia las autoridades fruto de lo que han pasado en la ruta.” No es raro, que los mismos trabajadores sociales llamen a la policía para que echen a los voluntarios de las ONGs en cualquiera de las ciudades donde tienen presencia.

Esta situación de violación de derechos no solo se vive en Šid; Subotica en la frontera con Hungría, o Pirot en la frontera con Bulgaria en incluso Belgrado son otros lugares donde organizaciones como No Name Kitchen, Collettivo Rotte Balcaniche o Médicos Sin Fronteras intentan llegar al máximo de gente posible con los recursos con los que cuentan. Amnistía Internacional ya informaba en 2019 de “las violaciones de Derechos Humanos cometidas contra refugiados y migrantes a lo largo de la ruta de los Balcanes Occidentales”. En este informe, la organización constató que “las expulsiones colectivas generalizadas -a menudo acompañadas de violencia- y la denegación sistemática del acceso al asilo”.

PHOTO/MARTA MORENO GUERRERO - Jóvenes paseando por Šid
PHOTO/MARTA MORENO GUERRERO - Jóvenes paseando por Šid

Durante los últimos meses en Šid, la mayoría de las personas que llegaban procedían de Afganistán, y cada despedida acababa con un “Manana”. Cuando ya el sol se había escondido, las voluntarias de NNK acaban su jornada. Mientras ellas conducían junto a las vías del tren que conectan Serbia con Croacia en dirección a Serbia, sabían que decenas de personas, en unas pocas horas, harán la ruta contraria.

Una fachada llena de pintadas racistas escritas por “agrupaciones Chetniks” como las mismas cuentan, les recibe. La comunidad local tampoco está contenta con el trabajo que las ONGs hacen, los ataques a las casas, los coches y el equipamiento con el que trabajan son normales, y las voluntarias los saben. Aun así, todas ellas ya están preparando la ropa, la comida y las duchas que decenas de personas les han pedido para el día siguiente.

PHOTO/MARTA MORENO GUERRERO - Pintadas en la racistas en la sede de NNk en Šid
PHOTO/MARTA MORENO GUERRERO - Pintadas en la racistas en la sede de NNk en Šid

Hay veces, muchísimas menos de las que nos gustaría, que las buenas noticias llegan a la ruta de los Balcanes. Tres semanas después de despedirnos de Osman y su hermano, y tras días sin saber de ellos, nos contactaron desde Alemania: habían llegado y esperaban recibir alojamiento en poco tiempo. Hace unos días volví a escribir a Osman para saber cómo les iba todo: ambos estaban alojados en el mismo centro y habían empezado a estudiar.

Su historia es una de las pocas que hemos podido celebrar.

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