Han transcurrido doce meses desde que se inició la invasión y el resultado en nada se parece a los objetivos previstos por el Kremlin

Ucrania, nueve años en guerra… por ahora

photo_camera REUTERS/ALEXANDER ERMOCHENKO - Miembros del servicio de las tropas prorrusas caminan por la calle en la ciudad ocupada de Mariúpol

Este documento es copia del original que ha sido publicado por el Instituto Español de Estudios Estratégicos en el siguiente enlace.

La invasión de Ucrania el pasado 24 de febrero de 2022 no es sino un capítulo más de una guerra que se remonta, al menos, a 2014, año en el que se produjo la anexión de la península de Crimea y el Kremlin tomó el control de parte de la región del Donbás.

Tras los combates del último año y la relativa ralentización de las operaciones militares con la llegada del invierno, están abiertas todas las opciones de intensificación de los combates en las próximas semanas. El resultado de los mismos dependerá de las fuerzas remanentes de ambos contendientes. Rusia habrá aprovechado la pausa para reponerse de los reveses sufridos en los meses precedentes. Ucrania, por su parte, tendrá que esperar la llegada de los refuerzos prometidos por el núcleo de países que la apoyan.

En todo caso, estamos abocados a un conflicto de larga duración.

Lo que suceda mañana es más importante que lo que sucedió ayer.

SALMAN RUSHDIE

No, este 24 de febrero de 2023 no se cumple un año de guerra en Ucrania. Desde 2014, cuando se produjo la anexión de Crimea y la Federación Rusa tomó el control en parte de la región del Donbás, Ucrania suma en su lucha contra el poderoso vecino del Este nueve largos años de guerra… por ahora.

Han transcurrido doce meses desde que se inició la invasión y el resultado en nada se parece a los objetivos previstos por el Kremlin, ni tampoco a los pesimistas augurios de un inevitable colapso ucraniano ante la supuesta superioridad de las fuerzas rusas. La resistencia de la población, la firmeza de Zelenski, la profesionalidad del Ejército y la inestimable ayuda exterior han evitado la catástrofe… por ahora.

Después de un año de «idas y venidas» de la línea de contacto sobre el terreno, la relativa ralentización de las operaciones impuesta por el general Invierno no ha sido sino la antesala del recrudecimiento de los combates, en cuanto Rusia así lo ha decidido. La confirmada entrega de carros de combate modernos a Kiev ha animado a las fuerzas ocupantes a tomar la iniciativa antes de que la llegada de esas plataformas pueda suponer una ventaja para las maltrechas fuerzas ucranianas, seriamente castigadas en las últimas semanas por los ataques de la artillería rusa y por los mercenarios de Wagner. Bajo el mando de los generales Surovikin, primero, y Gerasimov, después, el dispositivo ruso se ha reducido en amplitud, haciéndose más compacto y mejor guarnecido, y se ha reforzado mediante la organización del terreno (obras, asentamientos, bunkers…); se ha mejorado la ubicación de los puestos de mando, los órganos logísticos y las reservas (despliegue en profundidad para disminuir su vulnerabilidad) y se han recibido refuerzos humanos procedentes de la movilización decretada en otoño y de nuevos remplazos del reclutamiento obligatorio. Además, el paso del tiempo está contribuyendo a que la poderosa industria militar rusa, en régimen de trabajo intensivo, pueda reponer al menos parte del equipo perdido en estos meses, especialmente munición de todo tipo. Un enfoque más realista de la «operación militar especial», tras el fracaso inicial y la persistente —y creciente— ayuda militar exterior a Ucrania, ha llevado al Kremlin a moderar sus objetivos de máximos: si el colapso del Gobierno de Kiev y de toda Ucrania ya no es un objetivo alcanzable, el control de los cuatro óblast unilateralmente incorporados a la Federación mediante referéndums ilegales, junto con la previamente anexionada Crimea, puede ser un escenario de futuro aceptable para Rusia… por ahora.

Ucrania, por su parte, ha sido capaz de parar el golpe inicial. Y no solo por los tan mencionados errores cometidos por las fuerzas rusas, sino también por los aciertos propios. Las dolorosas lecciones aprendidas en 2014 no han caído en saco roto. Durante los ocho años previos a la invasión de 2022, las fuerzas ucranianas se han adaptado a los estándares OTAN, se han entrenado con unidades de países occidentales y han recibido apoyo material y de inteligencia. Pero, sin olvidar los sorprendentes éxitos cosechados en el verano y el otoño de 2022, la situación sobre el terreno en el invierno ha derivado para Ucrania en una constante atrición tanto de las infraestructuras civiles del país como de las tropas desplegadas. Kiev espera revertir esta tendencia negativa con la incorporación de nuevos y mejores sistemas de armas: más artillería (tanto lanzadores como munición), drones con diversas capacidades, sistemas antiaéreos, comunicaciones satelitales y vehículos de combate de infantería. Las mayores esperanzas, no obstante, están puestas en la entrega de carros de combate modernos, la última solicitud ucraniana aceptada por europeos y norteamericanos… por ahora.

La llegada de la primavera era vista vista como el momento idóneo, si no antes, para la reanudación de los combates en toda su intensidad. El mando ruso ha decidido, no obstante, que su ofensiva de primavera se adelante y sea, más bien, una ofensiva de invierno. El que pega primero, pega dos veces. La amplitud de las anunciadas ofensivas y contraofensivas dependerá del estado en el que, realmente, se encuentren ambos contendientes. Las bajas rusas se estiman en decenas de miles de muertos; las ucranianas no les irán a la zaga. Rusia, como se ha mencionado, habrá aprovechado estas semanas invernales para reconstituir fuerzas mientras intensificaba la destrucción de las infraestructuras de Ucrania y el castigo de sus tropas. Dado el control absoluto de Moscú sobre los medios de comunicación y la sintonía de la sociedad rusa con el relato del Kremlin sobre la no guerra en Ucrania, al presidente Putin no le será difícil redefinir lo que puede ser considerado como victoria. Una ofensiva de primavera que le permita hacerse con el control efectivo, aunque no territorial por completo, de las provincias de Donetsk, Lugansk, Zaporiyia y Jersón sería motivo de celebración en Moscú, habida cuenta de la imposibilidad de gobernar todo el país desde Kiev… por ahora.

Más difícil es valorar qué puede intentar Ucrania en las próximas semanas. Dependerá, en gran medida, de cuán duro haya sido el castigo sufrido en este largo año de guerra, especialmente tras los reveses del invierno. Contener y, si es posible, rechazar y destruir las fuerzas empeñadas por Rusia en su ofensiva daría tiempo a la inevitablemente tardía aparición sobre el terreno de los ansiados carros de combate. Si esto se consigue, el Ejército ucraniano podría aspirar a una contraofensiva que tuviera por objeto romper la continuidad geográfica —a lo largo de la costa del mar de Azov—, que las fuerzas rusas han establecido entre la ocupada península de Crimea y el territorio de la Federación a través de la franja de territorio ucraniano actualmente controlada por Rusia. Antes de plantearse la recuperación de su integridad territorial y la total expulsión de las fuerzas ocupantes, esta sería una victoria relativa muy bienvenida para Kiev… por ahora.

Si la incertidumbre sobre cómo se pueden desarrollar las operaciones en el teatro ucraniano es el elemento común en todas las hipótesis de reanudación de los combates de aquí al próximo verano, pretender ver más allá se antoja temerario. Será el resultado de los movimientos inminentes de unos y otros lo que determinará las decisiones futuras, no solo de Ucrania y de Rusia, sino también del resto de los actores internacionales. Descartados, al menos en un horizonte temporal previsible, los escenarios de máximos (victoria total o, lo que es lo mismo, derrota total de uno de los dos contendientes), nos dirigimos hacia una guerra de larga duración. No nos parece que la expresión «conflicto congelado» sea la que mejor defina esa situación. Congelado significaría que, alcanzado al menos un alto el fuego, cesarían los combates, híbridos o convencionales, y las hostilidades de cualquier tipo. No fue así en los ocho años que van de los acontecimientos de 2014 a la invasión de 2022, y no parece razonable esperar que no suceda lo mismo de nuevo. Una hipotética línea de contacto sobre el terreno no sería un nuevo «paralelo 38», este sí congelado, como el que separa a las dos Coreas.

Tal vez sea más adecuada la expresión «conflicto cronificado»; no paz, no guerra. Una pésima perspectiva para Ucrania, que verá seriamente dificultados sus esfuerzos de reconstrucción y recuperación económica bajo el continuado hostigamiento ruso. El tiempo corre en su contra, arriesgando la fatiga de la población, sometida a un castigo tan intenso, y la desafección, aunque sea solo parcial, de la hasta ahora considerable solidaridad de la vecindad europea.

Menos malo, sin embargo, resulta para el invasor, que consolida de facto sus conquistas territoriales, aunque se aleja definitivamente del resto de Europa y se subordina, más todavía, a la todopoderosa China. Al contrario que Ucrania, Rusia puede mantener un conflicto enquistado, aunque tampoco le saldrá gratis. Las sanciones causarán, inevitablemente, un daño considerable a la economía y a la industria rusas. El Kremlin cuenta con que, tarde o temprano, Ucrania arroje la toalla, Europa se fracture y los Estados Unidos reemprendan el viaje, parcialmente interrumpido por la invasión, hacia el Indopacífico, región en la que se encuentran sus verdaderos intereses geopolíticos. O ¿por qué no esperar a que en 2024 los norteamericanos elijan a un nuevo presidente más comprensivo con Moscú?

Y malo también para Europa, que tendrá que pagar la factura energética y sufrir tensiones internas persistentes a medida que se prolongue el conflicto. La guerra ha puesto de manifiesto las carencias de la Unión Europea en lo relativo a su seguridad y, en consecuencia, a su dependencia de los Estados Unidos, desde el suministro de equipamiento militar al de productos energéticos.

Por el contrario, las dos superpotencias, la República Popular China y los Estados Unidos, tienen mejores perspectivas. La primera cuenta en Rusia con un voluntarioso proveedor de hidrocarburos y minerales estratégicos a precio de amigo, mientras que su gran rival está (relativamente) empantanado en la lejana Europa. Washington, por su parte, tiene en Ucrania una oportunidad de oro para reparar el prestigio dañado por la penosa retirada de Afganistán y reforzar su liderazgo en una Europa que no acaba de consolidar su autonomía estratégica y en una Alianza Atlántica revitalizada y ampliada, que recupera en su nuevo concepto estratégico su primigenia razón de ser.

Las intervenciones de la mayor parte de los líderes participantes en la reciente Conferencia de Seguridad de Múnich, la visita del presidente Biden a Kiev y sus posteriores declaraciones en Varsovia y las palabras del presidente Putin en su discurso sobre el estado de la Federación descartan, por el momento, una posible negociación. Mala noticia esta de una enfermedad crónica en la que Ucrania no acaba de encontrar la paz que le permita su reconstrucción y su deseada integración en las estructuras occidentales, y en la que Rusia tampoco encuentra su sitio en una Europa de la que, al fin y al cabo, forma parte. Hallar una salida aceptable a la perpetuación del conflicto debería ser el común objetivo de todas las partes implicadas, pero todo parece indicar que eso no va a ser posible… por ahora.

Francisco José Dacoba Cerviño, general de Brigada ET Director del IEEE

@fran_dacoba
 

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