Opinión

Ucrania neutral

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Estados Unidos, con el Gobierno de Obama siendo Biden su vicepresidente, había calificado a Rusia como una potencia regional. Hoy, el Kremlin se ve rodeado de misiles de una OTAN que se vale de países de influencia geopolítica rusa y ahogado con sanciones económicas con la ayuda de la UE para reducir a la antigua URSS a esa “aldea con una gran gasolinera” como diría McCain.

La escalada bélica, con el impulso ofensivo de Putin y de Biden, convierte a Europa en un peligroso campo de batalla cuyos contendientes disponen de cabezas nucleares de corto, medio y largo alcance. ¿La neutralidad de Ucrania merece una guerra de estas dimensiones en el corazón de Europa?

La OTAN, creada en 1949, estableció una fuerte relación de dependencia de Europa a EEUU con el objeto, durante la Guerra Fría, de disuadir a la URSS de cualquier intento de expansión comunista o territorial. Después del colapso soviético, la OTAN se replantearía sus objetivos para afrontar amenazas terroristas donde ha fracasado estrepitosamente y Afganistán es el reciente y claro ejemplo de ello, al tiempo que se dedicó a expandirse a países del Este y ahora hacia Ucrania que Putin considera como línea roja por ser su área de influencia fronteriza y securitaria.

En este contexto de acercamiento de la OTAN a las fronteras rusas, que reaviva la confrontación de bloques, cabía esperar la reacción de Putin que busca seguridad en su zona geopolítica como lo viene haciendo los EEUU en América Central y América del Sur, además de Asia, África y Oriente Medio.

La presunta invasión rusa de Ucrania, situada en la Europa central, de una extensión superior a la de España y más de 42 millones de habitantes, fuertemente armada, de armas y de odio a Rusia salvo las regiones rebeldes prorrusas del Donbás y Lugansk, sería y es inconcebible.

Del lado europeo, el Viejo Continente sigue mostrando no tener una visión clara de cómo actuar con Putin. Las sanciones económicas contra Rusia se iniciaron por primera vez en 2014 en respuesta a la anexión de Crimea y su estratégico puerto de Sebastopol. Hoy las sanciones son mucho más restrictivas y afectan al sistema bancario ruso, al acceso a los mercados internacionales de capitales, limitación de tecnologías de uso militar o petrolífero, restricciones de movilidad de bienes y su congelación en suelo europeo pertenecientes a personalidades rusas, la suspensión del Nord Stream 2 (a pesar de las reticencias de Alemania). Mientras tanto, Putin reacciona con reciprocidad impidiendo acceso a Rusia de personalidades europeas, cierre de la televisión alemana DW y el uso del gas como arma geopolítica dada la vulnerabilidad europea a este recurso energético. Una palanca que podría afectar a España si Putin presiona a su aliada Argelia para cortarle el grifo del único gasoducto Medgaz directo a Almería como represalia al ímpetu desmedido de Sánchez.

La negativa de Berlín en un principio a utilizar el gas ruso como elemento sancionador y a aportar material bélico a Ucrania se consideró como una acción que contribuía a desescalar la tensión y a situar a Scholz como interlocutor europeo ante el Kremlin. Protagonismo que adquirió Macron con su primera entrevista telefónica con Putin el 28 de enero y sus recientes visitas al Kremlin y a Kiev. Hoy Francia es la interlocutora de Rusia en busca de una solución más bien pacifica que bélica. Y parece que se están consiguiendo avances significativos.

Rusia ha manifestado ante el Consejo de Seguridad de la ONU su intención de no invadir Ucrania y el presidente Macron estaría trabajando en obtener garantías. Parece que Putin se conformaría con la neutralidad de Ucrania forzando un nuevo Acuerdo de Yalta para limitar la expansión de la OTAN y afianzar así su seguridad en sus propias fronteras. Un acuerdo que contentaría a casi todas las partes, incluida China y demás países europeos del ala Este que coaligan con Rusia, aunque formen parte de la UE y de la mismísima OTAN. Una solución en la que convergen, en un espacio común prorruso, tanto la extrema derecha como la extrema izquierda europeas.

Sería un error pretender reavivar una especie de Guerra Fría con una Rusia aislada y desprovista de coalición militar como lo fue antaño el Pacto de Varsovia. Además, y como es bien sabido, las restricciones económicas no funcionan, sólo radicalizan a los países afectados que suelen acabar amenazando la estabilidad de sus respectivas regiones geopolíticas o estallando en conflictos bélicos vecinales interminables.

Rusia no es el Irak que invadió Kuwait en 1990 y, posteriormente, invadido cuando no disponía ni de armas nucleares ni bioquímicas ni nada que le parezca. Tampoco es una aldea ni una potencia regional, sino nuclear, capaz de provocar una catástrofe de imprevisibles consecuencias en el centro de Europa.

La cuestión que se plantea es ¿por qué ni EEUU ni la UE habían conseguido integrar a Rusia en una dinámica cooperativa? O, mejor dicho, ¿por qué se ha preferido mantener la confrontación después de la caída de la URSS?