
Víctor Arribas
Uno de los lobbys más importantes de la primera potencia mundial, que juega buena parte de sus partidas públicas a través de estos grupos de influencia, atraviesa la mayor crisis desde su fundación en 1871. La Asociación Nacional del Rifle, muy querida por muchos norteamericanos y repudiada casi por otros tantos, muy combatida en Europa donde sería prohibida sin ambages, pasa sus peores momentos precisamente cuando ostenta la presidencia uno de sus principales valedores, y una de sus estrellas políticas más protegidas e impulsadas: el presidente Donald Trump.
El congreso que ha celebrado durante el fin de semana en Indianápolis ha enfrentado a diferentes sectores de la organización, una de las más poderosas e influyentes del país, sin la cual veríamos a un presidente más débil y sin su más confortable apoyo. Ir a un Election Year como es 2020 con este grupo de presión debilitado sería una muy mala noticia para él en su empeño de reeditar mandato. Las televisiones de costa a costa, las de tendencia demócrata y las de tendencia republicana han ocupado programas enteros dedicados a esta crisis inesperada.
La batalla es en dos frentes, a cuál más encarnizado. El primero, la justicia del muy demócrata estado de New York, que parece haber emprendido su particular cruzada contra la NRA, a la que como a Al Capone no pueden pillarle por otro motivo más que las cuentas y su compromiso con el fisco. La fiscal neoyorkina Laetitia James ha comenzado a investigar los ajustes contables poniendo todos los recursos de la fiscalía a su servicio, pese a que la sede central de la asociación está en la ciudad de Fairfax, Virginia.
Trump ha reaccionado en la red social Twitter, pocas horas antes de dar su discurso ante el plenario de la asociación: «La NRA está siendo asediada por Cuomo y la fiscal general de Nueva York, que utilizan de forma ilegal el aparato legal del estado para tumbar y destruir a esta importante organización». La mención al gobernador Andrew Cuomo no es gratuita, ya que él ejerce desde hace dos años y medio la pinza anti-Trump en la ciudad de los rascacielos junto al alcalde Bill de Blasio, y allí es donde sigue teniendo su cuartel general privado el presidente, encaramado a su torre Trump de la Quinta Avenida.
El segundo frente en el que se debilita la asociación del rifle es su propia organización interna. La renuncia a la reelección del presidente Oliver North ha dejado un vacío que ocupan sus adversarios en la organización. North no ocupaba un cargo ejecutivo, la posición presidencial es más representativa y de influencia institucional, pero su guerra contra el director Wayne LaPierre ha acabado con su salida para disgusto de la Casa Blanca que lo último que quiere es una imagen de caos en los amigos de las armas. Trump afronta la carrera de su reelección sin rival en las filas republicanas, pero con uno de sus bastiones principales hecho trizas, lo cual incomoda al presidente que necesita el hombro fuerte y determinante de la asociación del rifle para apoyarse en él. En la web de la NRA, junto al enlace que conduce a las ofertas comerciales de camisetas, gorras y llaveros (con millones de solicitudes cada año, y muchas de ellas... desde Europa), hay una declaración solemne en la que se afirma que esta plataforma está siendo atacada como nunca antes, y pide adhesiones a su causa. Las tendrá.
Esa circunstancia del rechazo que en nuestro continente suscita la pasión de los americanos por las armas de fuego ha sido siempre muy peculiar y carente de fundamento. Lo primero, porque no es mayor la tendencia de los ciudadanos de Estados Unidos por las armas que las de los mexicanos, por ejemplo, donde se producen cientos de miles de asesinatos y hay igual número de tiroteos, y sin embargo no ocupan las portadas de los medios occidentales como ocurre con las matanzas en el país del dólar. Añadamos a esa “sensibilidad selectiva” de los europeos la explicación histórica por la cual se comprende que los norteamericanos tengan, en un número no desdeñable, un arma colgada sobre sus chimeneas: hablamos de un país forjado a golpe de revólver, una cultura social, una necesidad que supuso la expansión hacia el Oeste y la falta de leyes y autoridad alguna en aquellas grandes planicies en las que sobrevivir era una misión casi imposible. Sumemos a eso que en buena parte del país-continente, muchas granjas y pequeños núcleos residenciales están a cientos de millas del puesto policial más cercano. No es difícil aventurar qué haría cualquier europeo contrario a las armas si viviera en esas extensiones alejado de la civilización. Y por último, y lo más determinante de todo si amamos la democracia y la libertad, es el texto de la Segunda Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos de América: “Siendo necesaria una milicia bien organizada para la seguridad de un Estado libre, el derecho del Pueblo a poseer y portar armas no será infringido”. Palabra de la muy envidiada Bill of Rights americana.