Opinión

Blancos, negros y Trump

photo_camera Joe Biden

Que Trump haya cedido finalmente puede haber sentado peor entre sus opositores que entre sus partidarios.

Que Trump volviera a utilizar Twitter para definir sus actuaciones políticas ya no sorprende. Que lo haya hecho para casi certificar una derrota que los conteos electorales sostenían, quizás sorprenda un poco más. Sin embargo, al final se demuestra que toda esta pantomima no era más que relato. De nuevo el relato, aunque lo que estuviese en juego fuese, ni más ni menos, que la gobernanza de la primera potencia mundial.

Muchos ansiaban, en realidad, que Trump se hubiese aferrado al cargo. Para ellos esa amenaza de la que tanto eco se han hecho los medios, también formaba parte de la lucha por el marco retórico en el que últimamente se mueve la política estadounidense. Y, con ella, parte de la política mundial. Sin embargo, el por ahora presidente estadounidense ha demostrado más respeto por el sistema democrático estadounidense, verborrea twittera y judicialización mediante, que muchos otros líderes nacionales por sus respectivos. Algunos de ellos, enmarcados y amparados por ese teórico frente progresista que personifica, en liderazgos como el de Trump, todo aquello que, aunque no suene a reaccionario, tampoco suena a progresista. Dos extremos minúsculos del tablero cuyo griterío silencia a la enorme mayoría, que no tiene otra cosa que elegir a veces entre lo malo, y lo peor. Los hunos y los otros, que dice cierto escritor.

Habrá transición, ya no cabe duda, en la Casa Blanca. Sin embargo, esas decenas de millones de votos que optaron por Trump, ese 50% de personas que apoya a Víktor Orbán en Hungría, o los partidarios del Gobierno polaco que pelean en las calles con los manifestantes contrarios, seguirán ahí. Y eso, por mucho que el autoproclamado bando político del bien, aglutinador de todas esas nuevas tribus políticas, gane esta batalla del relato en la que estamos sumergidos, no va a cambiarlo. Sino que, al contrario, se seguirá alimentando esta escalada de afrentas. Muchas de las estatuas y símbolos que han sufrido este reciente ofendidismo, pagan ahora supuestas afrentas de hace siglos, porque sí, cuando interesa, sí hay memoria.

En manos de Biden está ahora no sólo la pluma sobre la mesa del Despacho Oval, sino también una mitad, casi literal, de estadounidenses que han preferido a un hombre que sí, gobernaba a través de Twitter, pero que deja Estados Unidos en una dinámica económica cuya positividad parece incontestable. Su imagen, arrodillado y con el puño en alto ante la multitud, no es una humillación, como dicen algunos, pero tampoco es ejemplo de cómo se debe gestionar un clima proclive al sentimentalismo. No todo es negro o blanco. Ahora que precisamente en Trump ha crecido el apoyo de los primeros – aunque levemente – y decrecido el de los segundos, es un buen momento para recordarlo.