¿Es Arabia Saudí un país turístico?

Durante mis viajes por la península ibérica, en numerosas ocasiones he entablado conversaciones con españoles acerca del Reino de Arabia Saudí, procurando presentarlo como un destino turístico singular, digno de figurar en la agenda de cualquier viajero internacional. Sin embargo, a menudo me he topado con percepciones estereotipadas que lo consideran carente de atractivos turísticos, o que se ven influenciadas por el discurso crítico de sus detractores sobre cuestiones como la igualdad de género o los derechos humanos; acusaciones que, en realidad, no reflejan fielmente la situación del país. Lo sorprendente es que muchas de estas conversaciones terminaban con un cambio de opinión y una auténtica voluntad de visitar el Reino y conocerlo de primera mano.
Quien observe con atención la experiencia de otros países turísticos comprenderá que esta industria no es simplemente una actividad de ocio, sino una auténtica palanca económica capaz de redefinir el perfil productivo de una nación entera. No obstante, el camino hacia un sector turístico consolidado está lleno de desafíos, algo que he podido estudiar y presenciar de cerca en un caso de éxito paradigmático: España.
En la década de 1950, España era una economía eminentemente agrícola, pero puso en marcha una ambiciosa estrategia turística que incluyó el desarrollo de infraestructuras, la mejora de los servicios hoteleros y la promoción inteligente de su riqueza natural y cultural. Pese a retos como la masificación en las grandes ciudades, el encarecimiento del coste de vida o las presiones medioambientales, el país supo afrontarlos con planes innovadores de redistribución de visitantes, el impulso del turismo interno y la adopción de prácticas sostenibles. Hoy, España recibe más de 85 millones de turistas al año, ocupa el segundo puesto mundial en número de visitantes y genera más de 90.000 millones de euros anuales en ingresos.
Por su parte, Arabia Saudí, antes de volcar su atención en el turismo en el marco de la Visión 2030, abordó cuestiones fundamentales como el empoderamiento de la mujer mediante reformas de gran calado: la autorización para conducir, la eliminación de la tutela masculina en los viajes, la obtención autónoma de pasaporte, la incorporación a todos los ámbitos laborales, el acceso a cargos de liderazgo y la participación en consejos municipales; además de reforzar sus derechos legales y promulgar leyes para protegerla de la violencia y la discriminación.
En materia de derechos humanos, el Reino ha dado pasos sustanciales modernizando la legislación laboral, ampliando las libertades culturales y de ocio, reformando el sistema judicial, eliminando determinadas sanciones corporales y ampliando la cobertura de protección legal, todo ello con el propósito de avanzar hacia la modernidad sin renunciar a su identidad nacional. Este marco reformista constituye un pilar esencial para abrir el país al mundo y poner en valor sus paisajes, su diversidad cultural, su legado histórico y una hospitalidad que se renueva sin perder su esencia.

Estas reformas han propiciado un salto cualitativo sin precedentes para el turismo saudí en los últimos años, en coherencia con el objetivo de la Visión 2030 de diversificar la economía más allá del petróleo y fortalecer sectores clave como el turístico. En 2024, el gasto turístico internacional alcanzó los 41.000 millones de dólares, con un crecimiento anual del 13,8 %, lo que elevó el superávit de la balanza de viajes a 13.280 millones. Ese mismo año, el país recibió 30 millones de visitantes internacionales, un 9,5 % más que en 2023. El Consejo Mundial de Viajes y Turismo (WTTC) destacó que el sector creció un 32 % en 2023, aportando 118.480 millones de dólares al PIB —un 11,5 % de la economía nacional— y generando más de 2,5 millones de empleos, cerca de una quinta parte del total del país. El gasto de los visitantes internacionales aumentó un 57 %, hasta los 60.640 millones de dólares, reflejando la creciente atracción del destino y su rápida consolidación como referente turístico global.
Este éxito no es fruto de la casualidad, sino de proyectos colosales que superan el billón de dólares, entre ellos: The Red Sea Project, con 50 complejos de lujo distribuidos en 22 islas; la futurista ciudad de Neom, que albergará The Line y la estación de esquí Trojena; la isla Sindalah, diseñada para recibir a 2.400 visitantes diarios en 2028 con una inversión de 4.000 millones; o Qiddiya, una metrópoli del entretenimiento con un presupuesto de 9.800 millones.

En cuanto a infraestructuras, en 2024 el país contaba con 426.000 habitaciones hoteleras, y se prevé que la proporción de hoteles internacionales pase del 47 al 65 %. Solo en 2022, las inversiones turísticas alcanzaron los 12.000 millones de dólares. Las propuestas abarcan destinos patrimoniales como Diriyah, el barrio histórico de Al-Balad en Yeda o Al-Ula, que aspira a recibir dos millones de visitantes y aportar 32.000 millones de dólares al PIB en 2030, además de eventos como el Festival de Invierno de Tantora. Las joyas naturales incluyen Jebel Fihrayn (Edge of the World), las costas del Mar Rojo o las montañas de Asir.

Entre las ofertas de ocio moderno destacan Boulevard World en Riad, que atrajo a seis millones de personas en la temporada 2024, y el paseo marítimo de Yeda, con 30 kilómetros de longitud. Estos avances se apoyan en un sistema de visados electrónicos para 66 países, campañas de promoción intensivas y el desarrollo de grandes polos culturales y de entretenimiento, consolidando a Arabia Saudí como un destino donde tradición e innovación conviven en armonía.
No obstante, las cifras son solo una parte de la historia. La verdadera esencia del turismo saudí se experimenta desde el primer contacto con su gente: hospitalaria, generosa y cercana, que recibe a los visitantes como a miembros de su propia familia. Recuerdo cuando, en diciembre de 2024, acompañé a unos amigos españoles en un recorrido de diez días por Riad, Hail, Al-Ula y Unaizah. Vivieron momentos inolvidables: compartieron mesas con familias saudíes, degustaron platos locales y descubrieron un patrimonio milenario que en Al-Ula se remonta a más de 5.000 años.

Visitar Arabia Saudí no es simplemente conocer un nuevo país; es aceptar una invitación a descubrir un gran hogar habitado por un pueblo que domina el arte de la hospitalidad y un territorio que abraza una diversidad cultural sorprendente: desde desiertos infinitos a oasis verdes, de metrópolis modernas a aldeas históricas. Invito al lector español a mirar al Reino con curiosidad y neutralidad, y a concederse la oportunidad de descubrir otra faceta del mundo árabe, donde la autenticidad se encuentra con la modernidad en una experiencia que permanece imborrable en la memoria.
Hassan Alnajrani, periodista y académico