El oso y el dragón

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Biden y Putin se acaban de ver en la ciudad suiza de Ginebra bajo la sombra de China, ausente de la reunión y presente en los debates, igual que ha planeado sobre los que el presidente americano había mantenido antes con los dirigentes europeos. Porque Rusia nos preocupa sobre todo a los europeos, a los americanos les preocupa China y aún más la posibilidad de que un día chinos y rusos se entiendan a sus espaldas y los rusos devuelvan así la jugada que le hizo Nixon a Brezhnev en 1972 con aquella “diplomacia del Ping-pong” orquestada por Kissinger con Chu En-Ali. Eso, que recuerda el variable juego de alianzas entre las tres potencias que se reparten el mundo orwelliano de “1984 “ les pone los pelos literalmente de punta a los americanos. Como escarpias. Y no es para menos.

Hay factores que inducen a un acercamiento entre Rusia y China, mientras que otros lo dificultan.

Entre los primeros destaca el que ambos países ven a Estados Unidos como el gran rival geopolítico, la gran potencia decidida a imponer una visión de las relaciones internacionales basada en el liberalismo, la democracia y la economía de mercado, que no son precisamente ideas que impregnan sus sistemas políticos autoritarios con economías capitalistas pero centralizadas y de Estado. Creen que Estados Unidos quieren seguir dictando las reglas de funcionamiento del mundo de acuerdo con unos principios y unos valores con los que ni China ni Rusia se sentirían cómodas.

Rusia cree que Estados Unidos, una vez lograda esa “gran tragedia” (Putin dixit) que fue la implosión de la URSS, pretende ahora rodearla de países hostiles integrados en la OTAN, desde los Bálticos hasta Polonia y Rumanía, incumpliendo compromisos que Moscú afirma que se le hicieron en 1991 y que no se han cumplido. Por eso ha anexionado Crimea, interfiere en Bielorrusia, Georgia, Moldavia y Armenia, y le acaba de recordar a Biden que la mera aproximación de Ucrania a la Organización del Atlántico Norte es una línea roja que Rusia no dejará cruzar. Vladimir Putin es un hombre ambicioso formado en la dura escuela de los servicios de Inteligencia soviéticos y con un alma nacionalista que le hace añorar sin disimulo la época en la que la URSS se repartía el planeta con los Estados Unidos en esferas de influencia que ambos respetaban. Y ese era el mundo que le gustaba a Putin porque colocaba a Rusia, como cabeza de la Unión, a la par de los Estados Unidos y no como ocurre ahora que tiene que aguantar que un día Obama lo calificara de manera displicente como una “potencia regional”. Putin nunca lo ha perdonado porque ve a Rusia como potencia nuclear, el país más grande del mundo por extensión territorial, con un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, con derecho de veto....y no le faltan razones para no querer ser “ninguneado” por Washington.

China con Xi Jinping ha abandonado la prudencia de Deng Xiaoping de no asustar y de “ocultar las capacidades” para embarcarse en una política expansionista basada en la tradición de Confucio, el autoritarismo, el personalismo, el nacionalismo (“China ha regresado”), el marxismo-leninismo y la dictadura de un Partido Comunista omnipresente (90 millones de miembros) que lo controla
todo. Xi se legitima con el ėxito económico que le da ser la segunda economía del planeta (14% del PIB mundial) tras haber sacado a 600 millones de compatriotas de la pobreza. En el debe hay que anotar una dura represión política que se manifiesta hoy de forma dramática sobre los uyghures de Xinjiang, pero que también sienten en Hong-Kong, Tíbet y el conjunto de la población gracias a digitalizados y omnipresentes sistemas de control social. Otros problemas tienen que ver con puntos débiles en su estructura económica y con una población decreciente.

Xi y Putin piensan que Occidente está en decadencia pero también saben que aún no están condiciones de enfrentarse a EEUU y resienten lo que perciben como sucias maniobras de Washington para impedir que China y Rusia ocupen el lugar que legítimamente le corresponde en el mundo. Prefieren esperar mientras que los americanos perciben un riesgo real y actual de enfrentamiento con China: Michelle Flournoy alerta sobre el peligro de “errores de cálculo” sobre todo en el Mar del Sur de China, que es precisamente el escenario elegido por el almirante Stavridis para situar su “2034, a Novel of the next World War”. Por su parte Graham Allison habla de “Trampa de Tucídides”.... y el comandante militar del Pacífico acaba de informar al Congreso que no se espera un ataque sobre Taiwan “en los próximos dos años”. No es algo precisamente tranquilizador y hay voces en Washington que alertan contra esta visión belicista que en opinión de muchos sobrevalora las capacidades chinas.

China y Rusia comparten un modo autoritario de gobernanza que gana adeptos en el mundo y ambos se sienten maltratados por las políticas hostiles de los EEUU. Lejos quedan ya los tiempos de enemistad entre ambas potencias que llegaron a enfrentarse militarmente en el río siberiano Usuri (1993). Hoy Rusia puede sentirse tentada a escuchar los cantos de sirena que le dirige China invitándole a un acercamiento para hacer frente juntos a lo que ambos consideran prácticas de hostigamiento de los Estados Unidos. Esa es probablemente la mayor pesadilla de Washington, la posibilidad de que Xi y Putin le hagan a Biden lo mismo que Nixon y Mao le hicieron a Brezhnev en 1972. Este acercamiento ya se ha traducido en un aumento de las ventas de gas y de armas rusas, en la celebración de frecuentes maniobras militares conjuntas, o en la creación de la organización de Cooperación de Shanghai. Rusia acaba de salir de la Estación Espacial americana y ha anunciado su participación en un proyecto chino para hacer una base en la Luna. Este acercamiento que ha sido definido como “nunca uno contra el otro, nunca uno totalmente con el otro”, tiene límites porque Rusia desconfía de los progresos de la red de infraestructuras terrestres de la Ruta de la Seda en Asia Central, en los países surgidos del Imperio soviético (Kazajistán etc) o en la misma Mongolia, regiones donde ambos compiten soterradamente por influir, y sobre todo porque Rusia sería el socio menor de esa hipotética alianza y el macho alfa que es Putin tendría que ceder primacía a Xi Jinping, algo que le costaría mucho aceptar. Y por eso también Washington tiene que medir mucho la presión sobre Moscú, para no obligarle a dar ese paso.
 
La geopolítica mundial apunta así a un bipolarismo imperfecto entre los EEUU y China donde Rusia trata de tener voz y lo consigue al menos en el ámbito militar. Que esa voz se acompase a la de China está aún por ver. Pero no hay que cometer errores.

Jorge Dezcallar/ Embajador de España.
 

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