Opinión

Lanzarote: artes y migraciones

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En paralelismo con los cuatro estratos de lectura que plantea para la narrativa literaria el crítico y editor Constantino Bértolo, podemos pensar que la comprensión de las obras de arte también pone en acción diferentes dimensiones, desde la puramente semiótica (que nos conduce a interpretar el significado de los signos de que están compuestos las obras), a la biográfica (que nos permite relacionar las obras con nuestras experiencias de vida), pasando por una dimensión meta-artística (por la cual comparamos la obra en cuestión con objetos artísticos de otras escuelas, periodos o tendencias, según nuestro conocimiento de la disciplina de que se trate) hasta, en fin, la dimensión que podemos llamar ideológica, que nos hace mirar la obra como resultado de un contexto sociopolítico que la explica y que, a su vez, la obra intenta explicar. Nuestro cabal entendimiento de cada obra pasa entonces por el acercamiento que hacemos a ella desde estas cuatro perspectivas que, presumiblemente, variarán en profundidad y cualidad en función de cada receptor, de sus conocimientos previos sobre una disciplina artística determinada, de sus circunstancias vitales, etc.

No es infrecuente que una de estas dimensiones pese más que las otras, de modo que, en la práctica, monopolice la interpretación del objeto artístico. La dirección artística de la xi Bienal de Lanzarote (https://bienalartelanzarote.com/) ha optado por esta vía, privilegiando una aproximación que vincula las obras artísticas que se presentan con el compromiso social y las prácticas disidentes. En concreto, uno de los ejes articuladores de la Bienal es el de las migraciones. La elección se revela como especialmente adecuada, teniendo en cuenta la incidencia social que los flujos migratorios tienen en el archipiélago canario, convertido en el punto de llegada de una de las rutas de acceso a Europa desde África más frecuentadas y peligrosas. En este contexto, nos parece muy interesante indagar en las aproximaciones que al fenómeno migratorio se hacen desde las obras seleccionadas en los diferentes ámbitos y secciones de la Bienal, pues nos permitirán, una vez más, comprobar los peculiares modos que tienen las artes para buscar el sentido de los acontecimientos sociales desde perspectivas originales.

Las actividades de la Bienal (iniciadas el pasado 1 de septiembre y que finalizarán el 30 de marzo de 2023) que inciden directamente en las migraciones incluyen exposiciones, charlas y representaciones (performances).

Comisariada por Carlos Delgado Mayordomo y Adonay Bermúdez, la exposición “Bienes ocultos”, (1 septiembre – 7 noviembre en el Museo Internacional de Arte Contemporáneo – Castillo de San José) presenta una reflexión sobre las formas en que se configura la relación entre arte y política (con referencias a conflictos de la actualidad como las fronteras y los estados amurallados, o la presión migratoria), con el propósito de mostrarnos “el potencial del arte para poner en escena las ganancias que genera el análisis crítico y simbólico de las estructuras del poder”. Esta muestra permite conocer el trabajo de artistas como Rigoberto Camacho (Lanzarote, 1985) y de otros de trayectoria más amplia, como son Santiago Sierra (Madrid, 1966) e Isidro López-Aparicio (Jaén, 1967), entre otros.

La muestra que la artista mexicana Tania Candiani (1974) presenta en la Bienal se titula “Los ojos bajo la sombra” (17 de noviembre – 31 de enero en el Museo Internacional de Arte Contemporáneo, MIAC), y tiene como objeto evidenciar que las migraciones derivadas del comercio entretejen una red capaz de cambiar a las sociedades, incluso al paisaje de un territorio. La idea estaba ya presente en Camouflage (2020), un trabajo precedente en el que Candiani recreó unas fotografías de Dorothea Lang de 1942 – en las que mujeres americanas de origen japonés encarceladas en campos de concentración tejían enormes redes de camuflaje – para visibilizar el trabajo forzado. En esta ocasión, la artista invita a las mujeres del archipiélago canario a emular el trabajo de aquellas prisioneras, pero esta vez con tiras teñidas con grana de cochinilla.

La performance de Carlos Martiel (La Habana, 1989) “Mediterráneo”, presentada en el pabellón de Cuba en la 57ª bienal de Venecia (2017), muestra a su autor arrodillado en la parte inferior de una especie de reloj de arena, de cuyo nivel superior desciende un hilo de agua del mar Mediterráneo que poco a poco va inundando el espacio ocupado por el artista (puede verse en el MIAC del 17 noviembre al 31 de enero).

También relacionada con las migraciones está una de las dos piezas presentadas por el venezolano Marco Montiel-Soto (Maracaibo, 1976), cuya instalación “Paralelismo tropical de la ausencia” combina máscaras y maracas negras, flujos migratorios y surrealismo social, simbología y cultura mestiza (17 noviembre – 20 de febrero, MIAC).

Al lado de las presentaciones artísticas, la Bienal ha incluido también la charla de Sami Naïr “Sobre los refugiados: los ucranianos y los otros”, en la que el pensador francés reflexionó sobre las diferentes políticas de acogida de la UE en función del origen de los refugiados (y que tuvo lugar el pasado 6 de octubre en la Fundación César Manrique, sala Saramago, en Arrecife).

La XI Bienal de Lanzarote ha explorado también el tratamiento artístico de otras cuestiones sociales de indudable interés (la violencia patriarcal, la memoria histórica), con la intención de poner de manifiesto la conexión existente entre las realidades sociales y las producciones artísticas que pretenden explicarlas de otras formas (al tiempo que no se explican sin aquellas).

Luis Guerra, doctor en Filología, es investigador asociado del proyecto INMIGRA3-CM, financiado por la Comunidad de Madrid y el Fondo Social Europeo