La cuestión del Sáhara marroquí en la encrucijada de Naciones Unidas

Logo de la ONU - PHOTO/ARCHIVO
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Poder hacer una elección racional, muchos tomadores de decisiones lo desean y se esfuerzan por lograrlo, en muchos casos se trata de elegir la mejor opción para resolver el problema planteado, de tal manera que permita optimizar el interés y minimizar el coste 

A nivel de relaciones internacionales, los actores se encuentran a menudo en situaciones en las que las consecuencias de sus elecciones merecen reflexión, y provocan la necesidad de analizar, racionalizar y, si es posible, decidir una sola opción entre otras, muy especialmente cuando se trata de decisiones relacionadas con estar en un punto de inflexión importante en un proceso multilateral complejo.

Favorecer esta opción en vez de aquella, girar a la derecha en lugar de la izquierda, una verdadera confusión que generalmente conduce a dos dificultades. 

La primera se manifiesta mediante una fatiga decisional a la hora de tomar decisiones, que produce una especie de parálisis mental o un deseo de bricolaje, de apostar por lo más simple, por consensos frágiles, por los más pequeños denominadores comunes.

La segunda dificultad se plantea cuando se trata de tomar decisiones estructurantes, en una fase de incertidumbre y dudas, con un montón de preguntas, vacilaciones y afirmaciones que generalmente no ayudan a salir del estatus quo.

No se puede saber en qué tipo de dificultad se encuentra la Organización de Naciones Unidas en su gestión del asunto del Sáhara, pero lo que es cierto es la existencia de numerosos indicadores, permitiéndonos suponer que el proceso político de la ONU sobre el Sáhara marroquí ha llegado a una encrucijada decisiva tras muchos años de estatus quo. Cabe señalar que la fase de encrucijada en un proceso de resolución de conflictos puede representar un momento crucial en el que hay que tomar decisiones. Ello implica, a menudo, una evaluación de las diferentes opciones disponibles, pero también la oportunidad de encontrar la solución más realista y razonable al conflicto en cuestión.

La toma de decisiones en política internacional se basa en gran medida en la claridad de visión y en la necesidad de tomar una decisión. Una visión clara permite identificar claramente a las partes implicadas, así como sus respectivas agendas, a fin de reducir la ambigüedad y establecer responsabilidades, mientras que la capacidad de tomar una decisión permanece crucial para evitar agendas ocultas y frustrar cualquier estrategia de putrefacción y perpetuación del conflicto.

¿Es el asunto del Sáhara un conflicto geopolítico más que una cuestión de autodeterminación? ¿Es la problemática de las fronteras el núcleo de esta disputa? ¿Está Argelia detrás de este conflicto artificial? ¿Quiere Argel abrir una ventana al océano Atlántico a través de un pseudo-Estado saharaui? ¿Al calificar la propuesta de autonomía marroquí como seria, creíble y realista, no está el Consejo de Seguridad de la ONU posicionando el Plan de Autonomía como la única y exclusiva base para resolver la cuestión del Sáhara marroquí?

Entonces, ¿a qué esperan las Naciones Unidas para llamar a las cosas por su nombre? ¿Cuántos nuevos enviados personales y nuevas resoluciones del Consejo de Seguridad serán necesarios para que se produzcan avances realmente significativos hacia la solución duradera?

Henry Kissinger, dijo una vez: “Cuando no sabes adónde vas, todos los caminos conducen a ninguna parte”. El arquitecto de la política exterior estadounidense siempre insistía en la importancia de objetivos claros en la toma de decisiones, porque sin una dirección precisa, los esfuerzos diplomáticos pueden resultar ineficaces y conducir a resultados insatisfactorios, sobre todo en situaciones complejas en las que las posturas poco claras sólo pueden prolongar el estancamiento y obstaculizar soluciones duraderas.

El discurso del rey Mohamed VI con ocasión del 49º aniversario de la Marcha Verde, constituyó un paso decisivo en esta dirección, al hacer un llamamiento a las Naciones Unidas para que adopten medidas precisas para resolver este conflicto persistente y, sobre todo, para que establezcan claramente la diferencia entre Marruecos, que se esfuerza por consolidar una realidad tangible basada en el derecho y la legitimidad, y aquellos que están desvinculados  de la realidad, y explotan constantemente esta cuestión al servicio de sus agendas ocultas. En su discurso, Mohamed VI facilitó la tarea de Naciones Unidas trazando una clara línea divisoria entre estos dos mundos diferentes, incluso opuestos, entre la visión realista y legítima de Marruecos sobre sus provincias saharauis, y los planteamientos irrealistas apoyados por los enemigos de su integridad territorial. 

Aunque la línea de demarcación entre estos dos parámetros sigue sin estar clara para algunos actores internacionales, parece evidente que ha llegado el momento de que las Naciones Unidas asuman plenamente sus responsabilidades y de que el Consejo de Seguridad adopte una resolución definitiva sobre este conflicto artificial, sobre todo después de haber enterrado definitivamente la opción del referéndum y reafirmado en repetidas ocasiones la preeminencia de la propuesta de autonomía marroquí, que goza de un creciente apoyo internacional. 

En su discurso, fuertemente marcado por este llamamiento a las Naciones Unidas para que reconozcan esta dicotomía entre los dos paradigmas opuestos, Su Majestad el Rey pareció no sólo hacer un llamamiento al sistema internacional, sino también tomar como testigo a la conciencia global, para que además de su juicio de realidad, haga también su juicio de valor,  diciendo no cómo son las cosas en este rincón del mundo, sino lo que valen en relación con cualquier sujeto consciente.