Crónicas de una quiebra aplazada

“Mañana estaré dispuesto a saltar en el coche de mi vecino si éste está dispuesto a tomar otro rumbo que el mío” - Sartre

Quizás esta sea la cita que mejor nos ayuda a entender la relación neurótica entre los Gobiernos de Marruecos y Argelia, una relación inusitada en la que ambos aparentan disgusto y prescinden del otro, pero en el fondo no dejan de mandarse mensajes subliminales de cortejo y amorío. 

Digamos que es el caso clínico de un amor enfermizo inducido por un paternalismo desembridado que pretende adueñarse de la voluntad del Otro y manejarla al antojo del Yo y los intereses de éste. Lo triste es que esta relación suicida no cesa de despeñar a los ciudadanos de ambos países al abismo, a la desavenencia y la frustración. 

Sí, la cita es irónica, surrealista, incluso cruel, pero lleva una gran dosis de reductio ad absordum, el único razonamiento quizás susceptible de hacernos entender y explicar la postura del régimen argelino que hace caso omiso a la diplomacia de la mano tendida del rey de Marruecos so pretexto de unas enmarañadas alegaciones que abrasan cualquier retoño de reconciliación y demoran la vuelta a la normalidad entre los dos pueblos hermanos.  

En la resma pesada y cansina de dichos argumentos, encontramos primero un mejunje de acontecimientos que tuvieron lugar a principios de los años sesenta y a comienzos de los noventa. En definitiva, eventos en que los máximos dirigentes civiles actuales no tuvieron nada que ver. Por tanto, si algún reproche se pudiera hacer sería para aquel que no quiere pasar página y seguir rigiéndose por lo que llama T. Todorov “el código de los muertos”.  

En cuanto a la normalización de las relaciones con Israel, se trata de un alegato que cae per se porque por un lado casi todos los países árabes lo han hecho, y por otro porque los mandamases argelinos mantuvieron y mantienen relaciones con el Gobierno y Ejército israelí. Más, como gesto de acercamiento hacia este país, tengo entendido que en la última visita del ministro de Interior francés a Argelia se llegó a un acuerdo para indemnizar a los descendientes de los judíos de origen argelino que dejaron bienes y propiedades a la hora de abandonar el país junto con los franceses (ya que se les había otorgado la nacionalidad francesa). Se habla de que la suma asciende a cifras ingentes. 

Por último, cuando el presidente argelino, él que debe su cargo a una junta militar que como el dios Cronos, se regocija en destronar a su padre y comerse a todos sus hijos, declara con su amaneramiento habitual, en una rueda de prensa dirigida al consumo local, que el rey de Jordania en su visita a Argelia no ejerció mediación ninguna para acercar posturas entre los dos regímenes, sabe que tal intercesión tuvo lugar y que la condición de los gobernantes argelinos fue que el régimen marroquí renunciase a la propuesta de autonomía ampliada como solución al conflicto del Sáhara. 

Quizás la ingenuidad sea un estilo inteligente en el ejercicio de la política, pero afanarse en semejante estafa hace que ambos países y pueblos se hundan más y más en unas arenas movedizas que tarde o temprano acabarán engulléndonos para que en vez del vecino, el amigo siga siendo el vecino del vecino, como dice el gran y sarcástico Nietzsche. 

A esta abracadabrante situación, quien se empeña en ella en “buscarle vaina a la hoz” como dice el proverbio marroquí, y a quien beneficia entretener este fatídico reino de taifas, dediqué un artículo anterior publicado en este mismo espacio digital el 30 de octubre de 2022.  

Dicho esto, paso a formular una pregunta que me parece más elemental: ¿a qué se debe tanta tirria entre los dirigentes de Argelia y Marruecos? ¿Es sólo algo relacionado con conflictos puntuales, el Sáhara (Occidental y Oriental) en particular y con él la lucha entre ambos para no ir a la zaga del otro en cuanto a hegemonía en el Magreb, o se trata más bien de las consecuencias de unas causas más profundas relacionadas con nuestra personalidad y constitución psíquico-emocional como árabes (hablo de cultura no de etnia), gobernantes seamos o gobernados? 

Los árabes hemos ofrecido a la humanidad ilustres personajes en los campos de ciencia y cultura, pero hay que reconocer que somos intermitentes, impacientes, marcados por una exagerada volubilidad debido a una carga emocional indómita que nos hace pasar del arrebato a la apatía. Y ahí radica el secreto de la indisciplina y la falta de sentido común que acompañan nuestras vidas y proyectos. 

Por ello, nuestro arte de gobernar está aquejado de una debilidad muy arraigada, la de subestimar la necesidad de acatar las leyes dificultando así cualquier posibilidad de ofrecer a equidad y prosperidad. La unión en torno a una idea central y ‘federadora’ no es más que un estado fugaz que tan pronto que podamos nos desvinculamos de ella so tal pretexto u otro. No olvidemos que, a diferencia de la cultura occidental, anteponemos el yo sobre el otro. ¡“Yo y él” decimos no lo contrario! 

Menos de ocho décadas antes, nuestros vecinos del norte estuvieron completamente imbuidos en guerras sangrientas y fratricidas que dejaron millones de muertos, viudas y huérfanos. Aun así, consiguieron lamer sus heridas, pasar sus respectivos lutos, y ponerse de acuerdo, paulatinamente, en pasar de una memoria literal, afligida y rencorosa, a una memoria ejemplar, positiva y reconciliadora. Merced a su capacidad de desplazar los malos recuerdos de la zona central de dicha memoria a la periferia, neutralizando así su poder explosivo y destructivo, consiguieron milagros y ofrecieron a sus ciudadanos un espacio de libre movimiento, complementación y prosperidad.  

En el caso de Estados Unidos, pocos decenios después de la cruel y demoledora guerra de secesión que se pensó que dividiría este país para siempre, éste, como un verdadero fénix, renació de sus cenizas y consiguió liderar el mundo. 

¿Qué es lo que nos falta entonces?  

Si bien que el análisis de las sociedades nos indica que no existe solo una vía para el desarrollo, que cada país puede inspirarse de sus recursos y tradiciones para lograrlo, cada vez me queda claro que la democracia es el denominador común entre las diferentes exitosas experiencias humanas y el punto de inflexión necesario para crear disrupciones. 

Luces, democracia, reparto equitativo de la riqueza nacional, menos intromisión de la religión en los asuntos políticos y sociales…Por ahí van algunas claves que explican el éxito de unos y el malogro de otros. 

Hacer caso omiso a la voz de los pueblos y convertir los instrumentos e instituciones de la expresión política, sindical y de la sociedad civil en general en una mera caja de resonancia y aprobación de la política de los gobernantes, genera recelo y desconfianza entre ellos y la mayoría de sus ciudadanos, les hace más vulnerables y por tanto más proclives a buscar mecenas extranjeros que les avalen el uso de la violencia del Estado para atajar a cualquier voz crítica a cambio de diezmos y tributos. Taifas y taifas… 

El resultado:  

  • La gente: como si viviera de prestado en su propio país, es indolente y tristona, viendo -y participando también lamentablemente- en que arrecie cada vez más la improductividad y la cultura del pelotazo, sea a través de la corrupción, la economía de la renta y/o la emigración en todas sus formas.  
  • El ambiente: ascuas debajo de paja seca fruto del desvanecimiento de los modelos de trabajo y “meritocracia”, el bloqueo del ascensor social y la reproducción de élites huecas y adulteradas. No en vano pasamos de una cultura que estimaba que el trabajo es la verdadera adoración a otra donde se dice y se acepta que sólo el burro trabaja.  

En definitiva, países al borde de una estrepitosa bancarrota a todos los niveles.  

Entretener a los pueblos con retintines de nacionalismo y de que la culpa la tiene el vecino o el enemigo exterior no es más que un disco rayado, crónicas de una quiebra aplazada.  

¿Cuán tiempo nos queda por esperar a que cambien las cosas?  

Si de algo estoy seguro es de la gran sapiencia que alberga aquella exquisita frase en “El cantar del mío Cid”: “¡Qué buen vasallo sería si tuviese buen señor!”.  

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