Gaza, lugar de muerte y desesperación

Se han cumplido tres meses del ataque terrorista de Hamás y por tanto de que se iniciara la guerra en la Franja de Gaza. Los comandos de Hamás causaron entonces 1.200 muertos, 3.300 heridos, llevándose consigo además a 251 rehenes. Junto con el estupor que sacudió a la sociedad israelí, la violencia y la crueldad de aquellos asesinatos, buscaron -y encontraron- la respuesta que en realidad habían buscado por parte de Israel: su venganza y la correspondiente invasión de Gaza, con las consiguientes atrocidades, catástrofes y destrucción que conlleva toda guerra.
Transcurridos estos primeros tres meses, la Franja de Gaza ha quedado reducida en buena parte a un inmenso mar de escombros. A tenor de las cifras facilitadas por el Ministerio de Sanidad gazatí, casi 23.000 palestinos han muerto y casi 60.000 han resultado heridos, mayoritariamente a resultas de los sistemáticos bombardeos de las FDI.
Sobre una abigarrada población de 2,4 millones de palestinos, 1,9 millones han sido desplazados dentro de la propia Franja de Gaza, devenida de hecho en una ratonera de la que es prácticamente imposible escapar.
“Gaza se ha convertido simplemente en un lugar inhabitable, un lugar de muerte y desesperación”, tal y como lo ha definido Martin Griffiths, coordinador de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas.
Las carencias básicas alimenticias y sanitarias condenan irremisiblemente a una población reducida a la miseria a perecer de hambre, deshidratación o a causa de las bombas.
Por su parte, Israel ha desarticulado la práctica totalidad de la infraestructura de Hamás en el norte de la Franja, a tenor de lo declarado por el portavoz de las Fuerzas de Defensa, el contralmirante Daniel Hagari, quién ha advertido que, en la nueva fase de la guerra proseguirá esa labor de desmantelamiento en el centro y sur de Gaza.
Las FDI han descubierto casi un millar de bocas de la extensa red de túneles subterráneos construida por Hamás, muchos de ellos dotadas de rampas de lanzamiento de misiles camufladas en instalaciones civiles como escuelas, universidades, hospitales u oficinas civiles.
En este recuento de los daños causados por estos tres meses de guerra no hay que olvidar el peor de todos ellos: la intensificación del odio entre judíos y palestinos, un sentimiento que permite augurar la imposibilidad de una coexistencia futura de ambas comunidades si no es separadas por muros o fronteras bien delimitadas.
Los medios audiovisuales israelíes omiten deliberadamente mostrar las imágenes de la diaria y sistemática destrucción de Gaza, lo que acentúa la percepción de que todo palestino es un inminente y potencial terrorista. A su vez, Hamás ha inoculado en los gazatíes un odio visceral hacia Israel y los judíos, sentimiento que trata asimismo de extender en una Cisjordania, cuya población palestina ha doblado precisamente sus simpatías hacia Hamás, a tenor de numerosas encuestas.
Llegados a este punto, no son por tanto extrañas las posiciones extremistas que se aventan para el futuro de Gaza una vez termine la guerra. Posturas radicales, como las exhibidas por ministros como Bezalel Smotrich o Itamar Ben Gvir, que preconizan el total vaciamiento de palestinos de la Franja de Gaza, planeando de paso la tentación de terminar haciendo lo mismo en Cisjordania, haciendo realidad en definitiva el sueño del Gran Israel.
Y persiste, por supuesto, el peligro de desbordamiento de la guerra de Gaza. Incendio que tanto la diplomacia norteamericana como la europea tratan de contener. La última gira del secretario de Estado Antony Blinken por nueve países de la zona pretende precisamente evitar una escalada que, caso de producirse, terminaría indefectiblemente introduciendo directamente a un Irán que podría encontrar en la guerra una vía de escape a su explosiva situación social interna.
A rebufo de Blinken, Josep Borrell trataba también de evitar que Líbano se convierta en escenario de la guerra. El jefe de la diplomacia europea llegaba hasta donde puede la menguada influencia de la UE, al advertir a Israel, genéricamente, de que “un conflicto regional no beneficia a nadie”.
Tentándose mucho la ropa, sobre todo después de los deslices de Sánchez y De Croo en su visita conjunta a Israel, Josep Borrell se limitó a sugerir a los israelíes que “debe existir algún otro medio de erradicar a Hamás que no sea provocando tantos muertos”.
En todo caso, que la región no esté toda ella todavía literalmente en llamas no significa que no estemos pagando ya el alto precio de la guerra de Gaza. Ahí están para demostrarlo el cambio de la situación en la guerra de Ucrania o el encarecimiento del comercio provocado por la renuncia de las grandes navieras a navegar por el incandescente Mar Rojo.