Egipto cumple una década desde que la plaza Tahrir se erigió como el escenario principal de una serie de revueltas populares que consiguieron poner fin al régimen dictatorial de Hosni Mubarak. Influenciados por las manifestaciones encabezadas en Túnez, los egipcios se agruparon en El Cairo demandando el fin de la dictadura, la conquista de los derechos sociales y la libertad.
Los levantamientos populares lograron algo histórico: conseguir la dimisión de Mubarak. Con su derrocamiento, Mubarak se convertía en el segundo líder derrocado después del tunecino Ben Ali. El júbilo estallaba en el pleno centro de El Cairo y los egipcios se preparaban para dar paso a una nueva etapa política en el país en la que se esperaba que la democracia fuese la base del nuevo sistema.

A pesar de que las revueltas por parte de la población se caracterizaron por el pacifismo, el Ejército de Mubarak reprimió duramente a los manifestantes, causando heridos y muertos, lo que avivó el malestar de la población y generó la indignación global. En su primer aniversario, un año después del estallido, una serie de activistas egipcios consiguieron trasladar hasta Tahrir un obelisco, tallado en madera, en el que se habían grabado todos los nombres de los mártires como símbolo de la revolución. Ahora la plaza alberga otro obelisco, de piedra y con una mayor altura, al que se hace casi imposible acceder por el incesante tráfico egipcio y que aguarda una pequeña conmemoración dedicada a aquellos mártires.
Con Mubarak fuera del poder, la semilla de la revolución empezaba a hacerse eco de su vacuidad ya que, a pesar del idealismo, Egipto no tenía un plan concreto ni una nueva hoja de ruta que llevase al país a erigirse como un país democrático. Muchos egipcios deseaban la celebración de unas elecciones mientras que otros abogaban por la aprobación de una inminente constitución. Sin embargo, tres décadas de dictadura es un periodo muy prolongado para hacer borrar sus huellas y sacar a todas las figuras políticas del poder.

Los egipcios consiguieron derrocar a Mubarak, pero el Ejército continúo en los altos cargos de poder. Los egipcios volvieron a salir a las calles y, mientras que el Ejército prometía a la población que jamás irían contra ellos, la plaza Tahrir se convertía en una batalla campal a través de la cual las Fuerzas Armadas hacían alarde de su poder sofocando las demandas populares.
Sin una constitución y con los militares en el poder, la población no se rindió y, otra vez, las manifestaciones consiguieron marcar un antes y un después en el país a través de la la celebración de unas elecciones supuestamente democráticas. Los resultados legislativos dieron la victoria al primer presidente civil, el islamista Mohamed Morsi, con el 51% de los votos.

Tras su llegada al poder y después de realizar un acuerdo con los militares, los egipcios anti islamistas se sentían traicionados. Para muchos de ellos las revueltas populares fueron un símbolo de no distinción entre unos u otros, independientemente de las ideas políticas. Todos ellos estaban de acuerdo en acabar con el régimen y sus diferencias fueron olvidados por un tiempo hasta que los islamistas comenzaron a tomar la Sharía como fórmula política. Los islamistas no supieron responder a las demandas sociales que Egipto anhelaba, ni siquiera promulgaron la creación de una Carta Magna digna por lo que muchos de ellos sentían que derrocar a Mubarak no había servido para nada.
Con el sentimiento de la traición a sus espaldas, los egipcios que no deseaban a los islamistas en el poder volvieron a congregarse en Tahrir pidiendo la celebración de unas nuevas elecciones y el fin de su mandato.

Si el Ejército consiguió socavar a la población, pero no callarla, en estas nuevas revueltas la policía cometió actos brutales contra los civiles. La población comenzó a fotografiar y divulgar por las redes imágenes de cuerpos atropellados, cadáveres y multitud de heridos de balas. Según las cifras oficiales los muertos se elevan a cientos mientras que los egipcios que estuvieron durante aquellas revueltas dicen que fueron más de mil.
El levantamiento popular hizo que el entonces presidente del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, Abdul Fatah al-Sisi, liderara un golpe de Estado que conseguía derrocar a Morsi e iniciar una nueva etapa política. Su mandato, iniciado en el año 2013, ha tratado de posicionar a Egipto como un país estable y seguro. Pero, a pesar de las medidas aprobadas con este fin, el país sigue siendo esencialmente pobre.

Muchos de ellos viven el día a día en un ejercicio que ellos tildan como supervivencia. En un país en el cual la principal vía de ingreso sigue siendo la agricultura y el comercio, Al Sisi trata de hacer alarde de su imponente pasado histórico rescatando su historia faraónica para que los turistas sigan visitando al país, sector que se ha convertido en la primera fuente de divisas de ingreso.
Egipto cuenta con una historia cautivadora y el país en definitiva no deja de atraer a turistas de toda índole. El problema es que los turistas cuentan con un billete de regreso mientras que los egipcios tratan de sacar adelante un país que tiene muy presentes sus heridas. La economía sigue atravesando crisis abruptas y, en su intento de modernizar el país, Al-Sisi no deja de aprobar nuevas medidas y reformas que empobrecen aun más a su población. Muchos egipcios consideran las políticas de Al- Sisi como costosas ya que señalan que son ellos los que pagan, a través de los impuestos, las nuevas medidas y cada vez estas son más caras.

Además, en el 2019, el Parlamento Egipcio aprobaba una reforma constitucional que otorgaba el poder a Al-Sisi hasta 2030. Los seguidores del mandatario argumentan que es necesario que Al-Sisi este durante este periodo en el poder para poder cumplimentar su programa político que pretende dar estabilidad al país.
“Egipto sigue siendo pobre, pero es que ha pasado muy poco tiempo desde que Al-Sisi está en el poder”, argumenta una mujer egipcia. Ciudadanos como Eslam Nagdy señalan que en los últimos años, "Egipto ha sido testigo de muchos aspectos positivos, el crecimiento y la prosperidad en varios campos, como el campo de la industria, la agricultura, la salud, la educación, el transporte y las carreteras", señala.
"La economía egipcia ha sido testigo recientemente de una notable recuperación, también el aumento de las inversiones en Egipto, y un aumento en el turismo, y lo más importante ahora es que Egipto es un país seguro. Yo opino que su política es buena", indica.
Por otro lado, otros piensan que las revueltas populares fueron un fracaso porque no se ha conseguido la libertad política. Mientas tanto, desde Occidente la cooperación con Egipto trata de mantenerse en activo en esa lucha por la estabilidad.