Carlos Igualada/El orden mundial/ Geopolítica
http://elordenmundial.com/2016/10/caso-irak-la-necesidad-una-buena-inteligencia/
La reciente publicación del informe Chilcot y su conclusión de que no se agotaron todas las vías pacíficas previas a la decisión de intervenir militarmente en Irak refleja las dificultades a la hora de elaborar los informes en materia de inteligencia. La principal causa de ello fueron los posteriores errores cometidos ante la falta de previsión y perspectiva por parte de los Gobiernos implicados, lo cual se tradujo en una serie de medidas que afectaron tanto a la ocupación militar como a la posterior reconstrucción del país.
El 20 de marzo de 2003 comenzaban los primeros bombardeos en Irak por parte de la coalición. Estados Unidos había iniciado una guerra contra el régimen de Saddam Hussein, al que se le acusaba de poseer armas de destrucción masiva. Este pretexto sirvió al presidente Bush para englobar esta ofensiva dentro de la Guerra Global contra el Terrorismo (GWOT en inglés), iniciada el 20 de septiembre de 2001, tras el atentado contra las Torres Gemelas. De esta forma, se relacionaba la colaboración entre Saddam Hussein y Osama bin Laden, líder de la organización terrorista Al Qaeda.
La perspectiva temporal demostraría que se dieron importantes fallos en la elaboración de la inteligencia que aprobaba la existencia de este tipo de armas en manos del Gobierno iraquí tras no encontrarse ninguna desde 2003 hasta 2011, fecha en la que se dio por finalizada la intervención. De igual forma, la relación entre el régimen iraquí y la principal amenaza terrorista que suponía por aquel entonces Al Qaeda tampoco pudo demostrarse. Así pues, se justificó una guerra a partir de informes que resultaron ser completamente erróneos. No obstante, este no ha sido el único error previo a la invasión de Irak, ya que, como indica el informe Chilcot —así llamado por su creador—, la decisión de intervenir militarmente no tuvo en cuenta otras alternativas previas de carácter pacífico y diplomático que hay que considerar antes de arriesgarse a iniciar una guerra.
Estos errores de inicio en el planteamiento del conflicto fueron desencadenando la implantación de nuevas y precipitadas medidas ante la falta de previsión, que resultaron ser igual de ineficaces debido a diversos factores.
La caída del régimen y el inicio de la reconstrucción
Dejando a un lado la premisa de que se autorizó una intervención a partir de informes equivocados, se pueden enfocar distintos análisis desde múltiples perspectivas que indican nuevos errores en cuestiones de planificación y elaboración de estrategias óptimas durante el desarrollo de la guerra y la posterior reconstrucción del país.
A los pocos meses de iniciar la intervención de Irak, las fuerzas de la coalición habían conseguido derrocar al régimen de Saddam Hussein, principal objetivo de la ocupación. A partir de ese momento, Estados Unidos y sus aliados debían ocuparse de mantener de alguna forma la estabilidad hasta que se formase un nuevo gobierno provisional. Sin embargo, en las semanas posteriores a la desaparición de forma oficial del régimen se produjo un aumento importante de la violencia a manos de distintos grupos cuya finalidad era el saqueo. En esas semanas comenzaron a darse enfrentamientos armados entre distintos grupos violentos de población iraquí que luchaban por obtener todo tipo de recursos materiales. Ante este panorama, las fuerzas estadounidenses encargadas de la seguridad no quisieron o no fueron capaces de frenar este auge de violencia, dando paso a una libertad descontrolada que produjo un aumento de víctimas civiles. En ese momento se demostró que las fuerzas aliadas habían ido a Irak con el propósito de eliminar al Gobierno, pero sin proponer una alternativa real que permitiese al país recuperar el equilibrio y la estabilidad provocada por el vacío de poder, creada en gran medida por la incapacidad de las fuerzas estadounidenses para controlar la situación.
Pie de foto: Fuerzas de ocupación extranjeras. Fuente: CSCA
Esta circunstancia se produjo debido a la falta de un plan de reconstrucción para el país tras la caída de Saddam Hussein. La organización encargada de esta labor fue la Organización para la Reconstrucción y Ayuda Humanitaria (ORHA, por sus siglas en inglés) programada 50 días antes de la invasión. Sirva como ejemplo que una organización similar fue creada dos años antes del final de la Segunda Guerra Mundial para realizar las tareas en la reconstrucción de Alemania. La ORHA supuso el primer órgano gubernamental de lo que sería el nuevo régimen político en Irak.
Teniendo el antecedente de la tardía creación de la ORHA, resulta complicado creer que su función pudiese ser llevada a cabo de forma eficaz sobre el terreno. La misión no era nada desdeñable, ya que sus prioridades eran la asistencia humanitaria, la reconstrucción y la administración civil. Sin embargo, los miembros de esta organización destinados a realizar sus funciones en Irak se encontraron con una situación en la que no existía ningún tipo de organización ni planificación, tanto en términos materiales como en lo que se refiere a personal. La mayoría de los miembros de la ORHA no tenían la experiencia necesaria para abordar un trabajo de ese calibre, mientras que en otros casos faltó un mínimo de preparación a la hora de colaborar con las autoridades locales, pues gran parte del equipo no tenía ningún conocimiento sobre el idioma o las costumbres y tradiciones de la propia sociedad.
Durante los primeros meses en los que la ORHA realizaba sus funciones, tuvo que hacer frente al aumento de violencia proponiendo a las fuerzas militares una lista de veinte lugares que era necesario proteger debido a factores de diversa índole: religiosos, culturales, históricos, etc. Entre ellos se encontraban la Biblioteca Nacional, el Archivo Nacional o el Museo de Bagdad. Esta propuesta de la ORHA fue desatendida por las autoridades ocupantes, las cuales solamente se encargaron de proteger los pozos petrolíferos en pro de los intereses occidentales, debido a que, ante la falta de fuerzas suficientes para controlar todo el territorio, se priorizó en aquello que se consideraba prioritario. El resultado de esta decisión fue que en poco tiempo instituciones tan importantes como las mencionadas fueron saqueadas y destruidas, perdiéndose un patrimonio de miles de años de antigüedad como consecuencia de la pasividad e inoperancia de las fuerzas estadounidenses y aliados.
Las quejas de distintos cargos de la ORHA hacia la propia Administración Bush por la incapacidad para poder realizar de forma efectiva su misión, sumadas a las nuevas políticas procedentes desde Washington con el propósito de mejorar la situación, tuvieron como consecuencia el remplazo de la ORHA por la Autoridad Provisional de la Coalición (CPA en inglés) en abril de 2003, dando origen de esta forma al primer Gobierno provisional del nuevo Irak.
La CPA y la autoridad provisional
La instauración de la CPA, encabezada por el embajador Paul Bremer, no es que consiguiese aportar la estabilidad que se requería en aquel momento, sino que las medidas y decisiones que tomó fueron contraproducentes para lograr ese objetivo. El mejor modelo que representa esta situación se aprecia en que las principales políticas implantadas por la CPA fueron claves en la aparición de una insurgencia que comenzó a ver a Estados Unidos como un enemigo invasor. Esta insurgencia, como se irá viendo más adelante, no supo ser contrarrestada por los altos mandos de los ejércitos de la coalición y sembró la semilla que germinaría y evolucionaría hasta la aparición de organizaciones terroristas actuales como es Dáesh, principal referente del yihadismo global.
Entre las múltiples normativas con resultados nefastos impuestas por la CPA destacan dos: la desarticulación por completo del baazismo y la disolución del ejército iraquí, así como de sus servicios de inteligencia. Por un lado, el partido Baaz en Irak había sido fundamental durante el régimen de Saddam Hussein; todos sus miembros ocupaban cargos públicos, ya que uno de los requisitos para ejercer como funcionario era la pertenencia al partido. Tras la publicación de la ordenanza de la CPA para descomponer este sistema, inmediatamente 50.000 personas quedaron sin trabajo, provocando un colapso a nivel general, pues eran múltiples las instituciones que se vieron afectadas por esta decisión, especialmente en el ámbito de la educación y la sanidad. A causa de este hecho, la economía del país se vio gravemente afectada tras quedar sin recursos una gran cantidad de la población, la cual quedó sin trabajo simplemente por pertenecer al partido baasista, habiéndose unido a este para poder mantener a sus familias y tener una mejor profesión y no por cuestiones ideológicas o políticas.
Esta primera decisión sin duda creó el rechazo por parte de la sociedad iraquí hacia el Gobierno provisional. Sin embargo, la orden más sorprendente y funesta para los intereses de Estados Unidos fue la decisión de disolver gran parte de las Fuerzas Armadas nacionales. La medida fue adoptada en mayo de 2003 por imposición de la CPA, que recibía indicaciones desde Washington, y obligaba a disolver distintas instituciones necesarias para mantener la seguridad y la defensa de la nación. Entre los órganos que desaparecieron se encontraban el Ejército de Tierra, el Ejército del Aire, la Armada, el Mando de Defensa Aérea, la Policía, la Guardia Republicana, la Guardia Republicana Especial, la Policía Secreta y los Servicios de Inteligencia.
Pie de foto: Fuente: The Military Balance (2002-2003)
La decisión de hacer desaparecer de un día para otro a la mayoría de estas instituciones sigue sin tener explicación a día de hoy, a pesar de que en aquel momento ya se hicieron diversas críticas tanto por parte de consejeros y analistas como por parte de altos cargos militares sobre las consecuencias que tendría aquella decisión, sin que ninguna de estas voces fuese escuchada. Estos expertos apostaban por reforzar o modificar aquellas instituciones en las que fuera necesario realizar cambios, mientras que el principal argumento al que hizo referencia Estados Unidos fue que esta decisión vino tomada debido a que tras la guerra apenas quedaban escasas unidades de estas instituciones en funcionamiento.
Sea como fuere, el hecho objetivo es que medio millón de hombres armados se quedó sin trabajo y poco tardó en originarse un movimiento insurgente que pretendía combatir al nuevo enemigo invasor. A esta insurgencia le haría frente el ejército estadounidense como si fuesen restos del régimen de Saddam Hussein que estaban en contra de ellos cuando en realidad se volvieron en su contra no por pertenecer al anterior Gobierno, sino por las malas decisiones políticas aplicadas por los representantes de la CPA. Este error en la interpretación del enemigo propició que se tomasen decisiones desmedidas a la hora de combatirlo, provocando mayor rechazo y el incremento de la violencia.
Prestando atención a otra medida importante, y de nuevo errónea, impuesta por la CPA, se encuentran las ayudas económicas destinadas a la reconstrucción de Irak. En octubre de 2003, el Gobierno de Estados Unidos informó de que invertiría unos 18.000 millones de dólares. Un año después, esa cifra se había visto reducida a escasamente mil millones. Por otro lado, la CPA elaboró una nueva normativa, la Orden n.º 39, que trataba la inversión extranjera en Irak. Detrás de esta ordenanza se encontraban las principales empresas estadounidenses que tenían intereses en hacer negocio con la reconstrucción del país. La CPA acabaría contratando a estas, mucho más costosas en términos logísticos y económicos, en detrimento de las propias empresas iraquíes, que realizaban los mismos trabajos por un coste inferior. Lo que podía haber sido una buena oportunidad para comenzar a crear puestos de trabajo para la población y una mejora en la economía se convirtió en una privatización de empresas por parte del Gobierno provisional.
Es posible que todas las malas decisiones, tanto políticas como económicas, durante la guerra de Irak, especialmente tras la caída del régimen de Saddam, sean consecuencia de que tanto el Gobierno de Estados Unidos como el de sus aliados se negó a aceptar el hecho de que sería necesario destinar una cantidad mucho mayor de recursos materiales, humanitarios y económicos para la reconstrucción del país en comparación con el propio período de ocupación. Esta falta de previsión obligó a tomar decisiones equivocadas en un intento de minimizar los daños por no haber realizado una buena lectura de la realidad de ese momento.
El nacimiento de la insurgencia
Como ya se ha comentado antes, la decisión de eliminar los órganos militares iraquíes más fundamentales supuso el origen del movimiento insurgente que combatiría a Estados Unidos y los ejércitos aliados hasta su retirada del país. Este rechazo en forma del uso de la violencia contra los estadounidenses se inició en la segunda mitad del 2003, intensificándose especialmente a lo largo del 2004 en adelante. La introducción de grupos terroristas ligados a Al Qaeda en el norte de Irak con la intención de crear mayor inestabilidad tuvo su efecto, y la respuesta de Estados Unidos no fue la más apropiada, dando inicio a una etapa de represión en la que cualquier hombre en edad de combatir podía ser considerado terrorista o soporte del partido Baaz. De una u otra forma, el individuo era detenido sin más pruebas que la de ser sospechoso por los pobres informes y fuentes de inteligencia sobre el terreno (HUMINT), las cuales resultaron tener una fiabilidad muy escasa. Estas personas eran trasladadas a las conocidas prisiones desplegadas por la región, donde el trato que se les daba a los presos no era el adecuado, siendo esta una de las causas de la extrema radicalización que pudo observarse entre los reos que allí se encontraban.
Pie de foto: Civiles fallecidos durante la guerra de Irak a causa de coches bomba y ataques suicidas. Fuente: Statista
Muchos de ellos, en el momento que salían de prisión, pasaban a formar parte de grupos yihadistas que combatían al enemigo invasor, como es el caso del propio Abu Bakr al Baghdadi, actual líder del autodenominado Estado Islámico. Él mismo se encargó a la salida de prisión de ir reclutando a presos con los que había convivido; había iniciado su proceso de radicalización durante su estancia en Camp Bucca, donde estuvo prácticamente todo 2004. Algunos de estos antiguos presos forman hoy la cúpula de Dáesh tras ser puestos en libertad sin que se sospechase nada de su actividad por aquel entonces.
Coincidiendo con este momento en el que la insurgencia comenzaba a resultar descontrolada para Estados Unidos, se produjo la ofensiva contra Faluya en noviembre de 2004, ciudad que estaba considerada como uno de los principales bastiones del movimiento insurgente suní. La batalla de Faluya es conocida por haberse convertido en una de los enfrentamientos urbanos más duros, dando como resultado un centenar de bajas estadounidenses y varios centenares de heridos. Se calcula que, durante el período de la insurgencia, cerca de 100.000 personas formaron parte de ella de alguna forma, ya fuese como combatiente o colaborando con la aportación de suministros, facilitando escondrijos, etc.
Pie de foto: División étnica en Irak. Fuente: CSCA
En el año 2006, el clima de conflicto tuvo de nuevo un importante auge: a los enfrentamientos entre la insurgencia y las fuerzas de la coalición había que sumarle la violencia étnica, originada a raíz del ataque contra el santuario chiita en Samarra en febrero de ese mismo año. Esta nueva guerra interétnica entre sunitas, chiitas y kurdos causó, según cifras del Ministerio del Interior iraquí, 12.320 civiles muertos, 1.231 policías y 602 soldados iraquíes.
El general Petraeus: el factor determinante
Este fue el tono hasta que en 2008 la situación para Estados Unidos llegó a ser tan grave que el Gobierno no tuvo más remedio que remodelar su estrategia y hacer los cambios necesarios a nivel institucional con el relevo de importantes cargos para dar un giro a la compleja situación. Una de estas importantes sustituciones se dio con la llegada del general Petraeus, el cual propuso combatir los focos terroristas de Al Qaeda, cuyo protagonismo adquirido era considerable. A través de la llamada estrategia Anaconda, Petraeus planteó asfixiar a Al Qaeda en Irak (AQI) cortando sus recursos económicos y armamentísticos, a la vez que hacía lo propio con las comunicaciones, con la finalidad de aislar a estos grupos e ir combatiéndolos uno por uno para poder destinar mayores fuerzas a cada combate e ir movilizándolos hacia otro foco posteriormente.
El propósito de la nueva estrategia era conseguir que las fuerzas de la coalición y las iraquíes combatiesen de forma conjunta y a medida que el ejército nacional fuese recomponiéndose, pudiese sustituir a las fuerzas internacionales, las cuales se irían retirando progresivamente hasta que finalmente las autoridades iraquíes fuesen capaces de hacerse con el control total de la situación.
Es incuestionable el gran papel que ejerció el general Petraeus, ya que su nuevo modelo estratégico fue todo un éxito, consiguiendo disminuir las ofensivas insurgentes y reduciendo tanto el número de muertes civiles como de soldados estadounidenses. A pesar de este giro significativo, su gran labor no consiguió limpiar la imagen que tanto EEUU como sus aliados habían ensuciado con sus polémicas decisiones políticas y geoestratégicas durante los casi nueve años que se prolongó la intervención en Irak. La consecuencia más grave de ellas fue la aparición de una insurgencia que evolucionó hacia las organizaciones terroristas presentes hoy en día tanto en Siria como en Irak, siendo el actual Dáesh el mayor legado de esa insurgencia.
*Carlos Igualada
Alicante, 1990. Licenciado en Historia por la Universidad de Alicante, Máster en Relaciones Internacionales por la UNIR y varios MOOCs en distintas universidades internacionales como Maryland, Ginebra o Leiden. Especialista en Análisis de terrorismo yihadista.