Perseguidos por la Fe

En numerosas ocasiones hemos llamado la atención desde este espacio sobre conflictos o regiones que, o bien gozaron de cierto protagonismo en su momento, saliendo después del foco mediático, o bien pasan desapercibidos bajo la sombra de problemas que consideramos mucho mayores.
Hoy, sin embargo, queremos fijar nuestra mirada en un asunto que en otras circunstancias alguien no dudaría en calificar de genocidio y, sin embargo, por algún motivo que no se alcanza a comprender, pasa prácticamente desapercibido, mereciendo sólo algunas líneas en algún medio digital de tanto en cuanto y, por supuesto, no gozando de la más mínima reflexión en las principales televisiones.
Habrá a quien le parezca exagerado, pero los hechos hablan por sí solos. En pleno siglo XXI, donde la globalización rige todas nuestras relaciones, con una comunidad internacional preocupada por el futuro del planeta, por el clima, donde organismos como Naciones Unidas vuelcan su esfuerzo en establecer objetivos de desarrollo sostenible, nos encontramos que estamos viviendo una época de creciente y brutal persecución religiosa, con los católicos y otros cristianos como protagonistas de un singular sufrimiento.
Este hostigamiento adopta diversas formas que se manifiestan en hechos, como la sutil discriminación en el seno de diversos modelos de sociedad hasta los episodios nada esporádicos ni aislados de violencia extrema que se dan principalmente en Asia, Próximo Oriente y África. Y es probablemente el continente africano donde esta oscura realidad adquiere tintes mucho más sombríos y dolorosos que se materializan en matanzas masivas, desplazamientos forzosos de población, y formas de opresión que en cualquier otro caso serían tildados por la comunidad internacional como episodios de limpieza étnica. Estamos sin duda ante una crisis humanitaria silenciosa y silenciada en parte.

La organización “Puertas Abiertas”, dedicada a prestar apoyo y ayuda a los cristianos perseguidos en todo el mundo, alerta sobre el número constantemente creciente de cristianos que sufren acoso por su fe, hasta el punto de que la cifra se ha multiplicado exponencialmente, más aún durante la última década.
Los datos del último año son abrumadores. Durante el pasado 2024 se estima que más de 365 millones de cristianos, tanto católicos como de otras denominaciones, han vivido bajo la amenaza constante de la discriminación, la violencia y el desplazamiento. Esta cifra representa a uno de cada siete cristianos en el mundo, y el fenómeno se ha intensificado de manera dramática en ciertas regiones, impulsado por una mezcla de nacionalismo religioso, extremismo islámico y la fragilidad de muchos de los Estados donde se da esta situación.
Dentro de este panorama, África puede considerarse como el epicentro de la persecución religiosa contra los católicos. El continente africano, que alberga a una de las poblaciones cristianas de más rápido crecimiento, se ha convertido en el epicentro de la violencia anticristiana.

Muchos son los factores que convergen creando el caldo de cultivo perfecto para esta persecución religiosa, véase la inestabilidad política, los abrumadores índices de corrupción de todo tipo, la pobreza y la presencia cada vez más importante y en zonas más extensas de grupos yihadistas.
Aunque la violencia religiosa contra la minoría cristiana en la región del Sahel se está incrementando a marchas forzadas, es sin lugar a duda Nigeria el país donde más se produce este fenómeno. Lo que podemos denominar como el “cinturón medio” del país, una región de mayoría cristiana ha sido escenario de matanzas constantes, perpetradas principalmente por pastores de la etnia fulanis de religión musulmana y, por otro lado, por el que probablemente sea el grupo yihadista más sanguinario de todo el continente, Boko Haram, aunque cada vez más se atribuyen acciones de este tipo al grupo afín al Daesh en la región, ISWAP, acérrimo rival del anterior. Estos ataques, que a menudo son atribuidos a conflictos por la tierra, tienen un carácter claramente religioso, con los asaltantes atacando específicamente a las comunidades cristianas, quemando iglesias y asesinando a sacerdotes y fieles, a menudo aprovechando celebraciones especialmente multitudinarias.

Un ejemplo de lo anterior lo constituye la masacre de Nochebuena de 2023, que se ha revelado como uno de los episodios más trágicos de los últimos años. Aquel día, en el estado de Plateau, cientos de atacantes irrumpieron en más de 30 aldeas, disparando indiscriminadamente e incendiando las casas. Más de 300 personas perdieron la vida durante ese ataque. La mayoría de las víctimas eran cristianos que se preparaban para las celebraciones navideñas. El obispo local, Michael Gobal Gokum, dio testimonio del horror vivido en la comunidad, mientras que la organización Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN) proporcionó asistencia de emergencia a las víctimas y a los miles de desplazados internos que abandonaron la zona ante el temor de más ataques similares. Esta acometida, y muchas otras de menor escala, demuestra la impunidad con la que operan los que las llevan a cabo, pues no hubo consecuencias ni detenciones, así como la falta de protección efectiva por parte del Gobierno nigeriano.
Más recientemente, tenemos otro claro ejemplo de esta persecución mortal. El quince de junio de este mismo año se produjo un ataque contra desplazados en el estado de Benue, donde gran parte de su población, especialmente en la región de Makurdi, en torno al 95 %, profesan la religión católica. Durante la noche, y al grito de Allahu Akhbar, un grupo de yihadistas incendiaron un alojamiento provisional de refugiados. Aquellos que lograron escapar de las llamas fueron asesinados a machetazos. La cifra de víctimas alcanzó algo más de los doscientos muertos. El hecho de que el ataque se llevara a cabo en una zona teóricamente segura subraya la vulnerabilidad extrema de aquellos que profesan la fe católica en Nigeria. La Fundación para la Justicia, el Desarrollo y la Paz (FJDP) de la diócesis de Makurdi ha documentado este y otros ataques, señalando que el objetivo de esta violencia es forzar a las comunidades cristianas a abandonar sus tierras ancestrales.
Más allá de Nigeria, la batida se extiende por todo el Sahel y otras regiones africanas. En Burkina Faso, Camerún y la República Democrática del Congo, los grupos yihadistas, afiliados a Al-Qaeda o al Estado Islámico, han intensificado sus ataques contra las comunidades cristianas. En este caso, sacerdotes y religiosos son objetivos prioritarios, y muchos de ellos han sido secuestrados o asesinados. El objetivo es desestabilizar la región y erradicar cualquier presencia no islámica.

En Próximo Oriente, cuna del cristianismo, sus comunidades cristianas han sido diezmadas por la guerra, la violencia sectaria y el extremismo. Aunque la atención mediática se ha centrado en los conflictos más amplios, la persecución de los cristianos ha sido un factor constante y trágico en todos ellos.
La implantación del Califato por parte del Daesh en Irak y Siria ha dejado cicatrices muy profundas. Aunque su control del territorio fue relativamente efímero y las zonas controladas por el Daesh están muy localizadas, la herencia de su violencia perdura. Las comunidades cristianas, que una vez florecieron en la Llanura de Nínive, han sido diezmadas. Iglesias históricas han sido destruidas, y miles de cristianos han sido asesinados, secuestrados o forzados a huir. Aunque algunos han intentado regresar, las amenazas a su seguridad son una constante, así como la discriminación sistémica que en muchos casos se materializa en la falta de acceso a servicios básicos. La presencia de milicias sectarias, la inestabilidad y la incapacidad de los gobiernos para garantizar la seguridad hacen que el regreso sea casi imposible para muchos.
Incluso en Egipto, un país que a priori parece que pueda ofrecer más garantías, encontramos evidencias de esta persecución. La comunidad cristiana copta, que representa la mayor minoría cristiana del Medio Oriente, vive bajo una constante amenaza de violencia y discriminación. Aunque el Gobierno ha tomado algunas medidas para proteger a las iglesias, los ataques de extremistas islámicos siguen siendo un peligro real. Los cristianos son a menudo víctimas de secuestros para pedir rescate, y la construcción de iglesias sigue siendo un proceso complicado, lo que restringe el crecimiento de la comunidad.

Si nos desplazamos a Asia, allí la persecución de los cristianos toma otros tintes, y no solo proviene del extremismo islámico, sino también del ascenso del nacionalismo religioso, una ideología que promueve la supremacía de una religión mayoritaria y ve a las minorías como una amenaza a la identidad nacional. India es un claro ejemplo de esta tendencia. Bajo el Gobierno del partido nacionalista hindú BJP, la violencia contra los cristianos ha aumentado de forma alarmante. Los cristianos son acusados falsamente de conversión forzada, una acusación que a menudo se utiliza para justificar ofensivas contra iglesias, pastores y fieles. Los grupos extremistas hindúes, con la complicidad tácita de las autoridades locales, atacan a las comunidades cristianas con impunidad. Los asaltos van desde la quema de iglesias hasta agresiones físicas a sacerdotes y la intimidación de fieles. En el estado de Manipur, los enfrentamientos étnicos han tomado un cariz religioso, con decenas de iglesias incendiadas y miles de personas desplazadas.
En el vecino Pakistán, los cristianos, que son una minoría pequeña y empobrecida, son constantemente blanco de la violencia extremista. Las leyes de blasfemia del país son un arma recurrente y eficaz que es utilizada para perseguirlos. Una simple acusación de blasfemia puede desencadenar una turba violenta y la destrucción de barrios cristianos enteros. El más claro ejemplo lo tenemos en la situación de la católica Asia Bibi, que fue condenada a muerte por blasfemia y pasó años en la cárcel antes de ser absuelta tras años de presiones internacionales. Este es un ejemplo notorio del abuso de estas leyes. En 2023, una turba incendió decenas de iglesias y casas en la ciudad de Jaranwala, después de que se difundieran rumores de que dos cristianos habían profanado un Corán.
La persecución de los católicos y de los cristianos en general en Asia, Medio Oriente y África es una crisis humanitaria que a menudo pasa desapercibida en los medios de comunicación occidentales. Las cifras de muertos, los desplazamientos masivos y la destrucción de comunidades milenarias son un recordatorio de que la libertad religiosa, un derecho humano fundamental, está lejos de ser una realidad universal. Las matanzas en Nigeria, los ataques en Pakistán y la opresión en India son sólo la punta del iceberg de un problema acuciante que exige una respuesta de la comunidad internacional.

La Iglesia Católica, a través de organizaciones como ACN, continúa brindando asistencia a las víctimas y denunciando la persecución. Sin embargo, se necesita una acción concertada de los gobiernos, las organizaciones internacionales y la sociedad civil para abordar las causas profundas de esta violencia, garantizar la protección de las minorías religiosas y llevar a los autores ante la justicia.
Sólo un apunte más. Según el último informe de la organización Puertas Abiertas, en 2024 casi 5.000 católicos fueron asesinados por causa de su fe. Sin embargo, no existen referencias más allá de esos informes anuales, aunque tomando los datos año a año se puede afirmar que la cifra durante la última década supera con creses los 50.000, 50.000 vidas arrancadas por causa de su religión a las que casi no se les presta atención. Deberíamos preguntarnos el motivo.