Francia mueve ficha en África

Diego Urteaga

Pie de foto: Francia mueve ficha en África.

El 19 de mayo de 2017, apenas cinco días después de ser investido como presidente de la República Francesa, Emmanuel Macron embarcaba rumbo a Mali en el que sería su segundo viaje oficial, el primero fuera de Europa. Eso marcaba una clara directriz: África sería una pieza clave de la política exterior gala. En sus dos primeros años de legislatura recién cumplidos, Macron ha viajado al continente africano en otras diecisiete ocasiones, más de la mitad de lo que lo hizo François Hollande en toda su legislatura. A pesar de la creciente presencia china y rusa en África, Francia no está dispuesta a perder su influencia en dicho continente.

Que Francia sea denominada como el gendarme africano se entiende mejor si hacemos referencia a las veintisiete misiones y operaciones que ha llevado a cabo en África entre 1964 y 2016. A esa cifra, hay que sumar las ocho multinacionales en las que participa (con diferentes niveles de ambición) directamente sobre el continente y las tres de carácter naval que tienen relación directa con él. El grueso del contingente desplegado, se lo lleva la ambiciosa Operación Barkhane, que abarca cinco países del Sahel, con alrededor de 4.500 efectivos y un coste anual de 700 millones de euros según el Institut de Relations Internationales et Stratégiques.

A esa elevada cifra, hay que sumar los cuatro contingentes fijos que Francia tiene desplegados, en el marco de acuerdos bilaterales, en Gabón, Djibuti, Costa de Marfil y Senegal, que elevan la cifra total en otros 3.000 efectivos. El esfuerzo militar realizado en África por parte de Francia es incontestable. Es evidente que el mayor esfuerzo lo ha realizado donde mayores intereses tiene: el 80% de las misiones exteriores se han llevado a cabo en sus antiguas colonias, principalmente en República Centroafricana y Chad.

Fuente: État Major des armées. Enero 2019

París, con el beneplácito de las élites políticas de sus antiguas colonias, ha usado África como un enorme campo de maniobras para sus fuerzas armadas bajo la premisa del mantenimiento de la seguridad y estabilidad – de sus intereses –. También ha demostrado saber mirar para otro lado, como hizo en Ruanda, cuando, de forma muy clara, François Miterrand expresó en 1998: “en estos países el genocidio no es demasiado importante”. Desde entonces, el término Françafrique se utiliza para poner de manifiesto las relaciones ocultas, la connivencia y el juego de intereses que aún podemos encontrar en el sistema político francés respecto a algunos regímenes africanos.

En las últimas legislaturas, sin embargo, se ha producido una modulación del discurso, mostrando la voluntad de cambio en la forma en que Francia se ha relacionado con sus antiguas colonias, estimulando la multilateralidad y cooperación entre los propios países africanos. De ese esfuerzo y de la manifiesta necesidad de seguridad, surge el G5 Sahel – Mauritania, Mali, Burkina Faso, Níger y Chad –, como contrapartida política y económica de la Operación Barkhane, que además incluye, desde 2017, una Fuerza conjunta, apoyada por la propia operacion francesa. El objetivo no es otro que profundizar en la cooperación en la lucha contra el terrorismo de la región, compartir capacidades, métodos de actuación e impulsar el desarrollo de la zona.

Tras un comienzo relativamente esperanzador, pese a la lentitud de la llegada de la financiación, la Francia de un Macron recién llegado al Elíseo pero con la firme voluntad de ‘escribir una nueva página en la relación con el continente’, impulsó con Angela Merkel y las instituciones europeas la creación de la Alianza por el Sahel. Este grupo, del que forman parte otros países y organizaciones, como España, Italia o el Banco Africano del desarrollo, pretende facilitar la financiación de aquellos proyectos que el G5 Sahel considere prioritarios y de los que Francia es uno de los principales apoyos económicos. Tras varias décadas de relaciones erráticas entre la ostentosidad y la equidistancia, Francia busca ahora retomar la cercanía que le permita disputar a China su predominio comercial, sin dejar de vigilar, con inquietud, la creciente presencia rusa –como en el caso centroafricano-.

Con unas excolonias creciendo de forma sostenida por encima del 5%, la África francófona sigue siendo el principal objetivo económico de las empresas francesas. De hecho, en Gabón, República Centroafricana, Túnez y Níger, Francia se sigue manteniendo como principal socio comercial de fuera del continente. A pesar de que el peso de las exportaciones al continente africano se han reducido de un 11% en el año 2000 a un 5,5% en el 2017, el valor de las mismas ha aumentado en casi 10.000 millones de dólares y se ha mantenido estable durante los últimos años según COFACE.

Pie de foto: Organización Mundial del Comercio.

Francia no es únicamente un importante socio comercial para África, sino que se encuentra también a la cabeza de la inversión extranjera directa en el continente. Sí, por encima de China o Estados Unidos. Desde el año 2000, la cifra se ha multiplicado por diez, habiéndose mantenido en torno a los 64.000 millones desde 2013. Un tercio de esa inversión directa se realiza en el norte de África, principalmente en Marruecos. No obstante, de la misma forma que las relaciones comerciales y las exportaciones, la inversión directa empieza a diversificarse extendiéndose más allá de la principal zona de influencia francesa.

En los últimos años, pero especialmente tras la llegada de Macron, París ha empezado a fijarse en el potencial económico del este africano. Desde 2014, las exportaciones a esta región han aumentado un 70%, la cuota de mercado en Etiopía por ejemplo, ha aumentado de un 5% en 2016 a un 10% en 2017. De la misma forma se ha visto aumentada la inversión directa en la región, principalmente en Kenia y Etiopía. Sin embargo, peso a estos aumentos, sigue quedando lejos de la presencia china.

A pesar de que cerca de 38.000 empresas francesas exportan hacia África y más de mil están presentes directamente en el continente, la batalla comercial y empresarial no se juega únicamente en tierras africanas. La conexión de Francia con el continente y en particular con sus antiguas colonias, tanto a nivel político como logístico, hace de Francia un lugar mucho más interesante para asentarse empresarialmente que China, cuando el objetivo de las empresas extranjeras son las inversiones en África. Por ese motivo, el gobierno de Macron lanzó el año pasado la campaña France: A hub for Africa en la que ponía de manifiesto las ventajas comerciales que presenta Francia, como puerta de entrada en ese continente, de cara a seguir aumentando su influencia en África.

París ha demostrado haber dejado de lado el tradicional paternalismo que lastraba sus relaciones continentales para competir, dentro de sus limitaciones, con una China que parece inalcanzable, desde el punto de vista comercial, o con una Rusia cada vez más presente, en una zona con innumerables y apreciados recursos naturales. A través de una fuerte presencia militar, acompañada de un fortalecimiento del multilateralismo regional, con una incipiente diversificación tanto de la inversión directa como de los mercados, Francia se sitúa como uno de los principales actores no continentales. La línea ferroviaria que construyo Francia en 1917 para unir la capital etíope con Djibuti, ha sido reconstruida ahora por Pekín en un claro ejemplo de lo que ha estado ocurriendo en África durante la última década. Parece que París ha aprendido la lección y está decida a mover ficha.

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