Nunca tanta distancia había separado a Riad de Washington. Después de casi nueve décadas de prolíficas relaciones, el Reino wahabí atisba un serio distanciamiento en la hoja de ruta regional esbozada por Estados Unidos. No importa el ocupante, Arabia Saudí es visto como un socio secundario desde el Despacho Oval. Al menos es esa la sospecha que los jerarcas saudíes barruntan desde hace unos meses. Lo cierto es que Estados Unidos ha replegado posiciones en Oriente Medio y ha desplazado su base de operaciones al vecino Qatar, unas acciones que no han sentado bien en la casa de Saúd.
Afganistán no ha sido el único escenario en presenciar una retirada estadounidense. Irak y Siria aguardan con incertidumbre la salida definitiva de las tropas estadounidenses, que se hará efectiva en los próximos meses. Y Arabia Saudí atestigua una discreta marcha atrás emprendida por la Administración Biden en su respaldo defensivo con la retirada del país de los misiles Patriot y el sistema antimisiles Terminal High Altitude Air Defense (THAAD) efectuada hace unos días.

En 2019, el Pentágono reforzó su presencia militar en el país con el envío de tropas, dos baterías de misiles Patriot y un sistema THAAD después de un ataque aéreo, presuntamente iraní, sobre las instalaciones petroleras de Saudi Aramco que interrumpió el suministro de ‘oro negro’. El clima de tensión entre Riad y Teherán estaba en máximos históricos con las ofensivas transfronterizas lanzadas por los hutíes, la milicia chií en Yemen respaldada por Irán.
Un año después y bajo la presidencia de Joe Biden, Estados Unidos interpreta que las amenazas en el Golfo han bajado decibelios y su aliado saudí ha dejado de necesitar el despliegue logístico y militar. La estrategia de fondo del Departamento de Estado pasa por concentrar esfuerzos para contrarrestar a China y Rusia y dejar atrás una región, Oriente Medio, que le ha supuesto un desgaste billonario sin apenas conquistas de peso.
Riad no opina lo mismo. El Reino del desierto no termina de comprender la decisión de Estados Unidos en un contexto en que las ofensivas ejecutadas por los insurgentes yemeníes son constantes y la crisis afgana amenaza con desestabilizar al resto de la región. Aunque de puertas para afuera las autoridades saudíes hayan descrito la relación con Washington como “fuerte, duradera e histórica”, en Arabia Saudí existe un fuerte descontento.

Estados Unidos tampoco ha dado pistas de fricciones. El portavoz del Pentágono, John Kirby, declaró que el país mantiene decenas de miles de fuerzas desplegadas en la región “en apoyo de los intereses nacionales de Estados Unidos y de nuestros socios regionales”, en clara alusión a Arabia Saudí. Sin embargo, el secretario de Defensa, Lloyd Austin, canceló su visita a la capital saudí alegando motivos de agenda durante la gira por Oriente Medio que le ha mantenido ocupado esta misma semana.
Arabia Saudí cree necesitar refuerzos defensivos para sus instalaciones petroleras y emplazamientos militares y civiles, blancos hutíes, más aún con la retirada del armamento estadounidense. Este motivo llevó a Riad a sellar un acuerdo ambiguo con el Kremlin en materia armamentística el pasado mes de agosto, un notorio distanciamiento de la órbita de Estados Unidos.
Uno los puntos del memorándum firmado por ambas partes recoge la adquisición saudí de los sistemas de lanzamiento de misiles antiaéreos rusos S-400, conocidos como ‘Triumph’, un armamento de prestigio. De materializarse, la transacción podría suponer una ruptura frontal entre Washington y Riad similar a la que se produjo con Ankara. La compra turca del sistema antimisiles fabricado por Rusia provocó que Estados Unidos impusiera un régimen de sanciones contra Turquía, segundo socio mayoritario de la OTAN.

Arabia Saudí sostiene que el acuerdo se vio propiciado por la retirada del armamento estadounidense. El sistema antimisiles s-400 sería una alternativa de garantías a los Patriot y al THAAD. Aunque el objetivo principal del Reino wahabí es recuperar la atención de su aliado histórico y robustecer unas relaciones que, desde la llegada de Biden, han perdido fuerza. La nueva Administración no ha tenido reparos en criticar algunos aspectos del régimen saudí y tiene como prioridad, para algunos impostada, de la defensa de los Derechos Humanos, una práctica poco respetada en el Golfo. Además, Rusia no ejercería como socio de garantías para Arabia Saudí por su proximidad con Irán.
La desclasificación de los archivos del 11-S también ha irritado a la Casa de Saúd. La publicación de los documentos apunta hacia un posible apoyo logístico y financiero proporcionado por autoridades saudíes en el atentado que cambió el curso de la historia, lo que amplifica la ya de por sí oscura imagen que proyecta el Reino.