La pugna por el islam chií en Iraq

Alejandro Martín Iglesias

El gran ayatolá Ali Al-Sistani, la autoridad religiosa chií más respetada de Iraq, emitió en 2014 una fetua en la que animaba a los ciudadanos iraquíes a tomar las armas para combatir al DAESH. Cientos de voluntarios marcharon para frenar el avance de los yihadistas. El pasado abril, Sistani renovó la vigencia del dictamen, justificando la lucha únicamente del lado de las fuerzas gubernamentales, y rechazando la formación de milicias independientes cuyas acciones pudieran resultar arbitrarias, cosa que incrementaría aún más el sectarismo en la región. Estos pequeños grupos militares son susceptibles de ser apadrinados y utilizados por la República Islámica de Irán para llevar a cabo una injerencia cada vez mayor en el país vecino.

La retirada de las tropas estadounidenses en 2011 ha dejado en Iraq un panorama de incerteza ante el futuro y de extrema fragilidad institucional. Para Irán, esta inestabilidad puede fácilmente traducirse en un mayor control. Región de vital importancia para el islam chií, con sus principales ciudades santas y centros de peregrinación, Iraq comparte inevitables lazos históricos con Irán. Sin embargo, la orientación ideológica de sus respectivos núcleos de religiosidad no tiene por qué coincidir, aunque el país de los ayatolás anhele ser visto como líder de esta corriente del islam.

Ali Al-Sistani y la “hawza” de Nayaf

La ciudad iraqí de Nayaf acoge la denominada “hawza”, o seminario, una importante institución del mundo chií en la que los clérigos más destacados reciben su formación intelectual y religiosa. Caracterizada por su independencia y autoridad, sus principales figuras rechazan el modelo político iraní, según el cual son los clérigos quienes deben tomar el control de los asuntos de estado. La competencia entre los clérigos iraníes e iraquíes se centra en la construcción de mezquitas, hospitales y centros de enseñanza. Así pues, la postura de la hawza ha sido la de una aproximación cautelosa al difícil proceso político iraquí de los últimos años, marcada por el pragmatismo y el alejamiento de Irán. Sistani, su líder, ha actuado como figura conciliadora y apolítica tras la caída del régimen, apoyando la construcción de un nuevo estado que integre a toda la población, no únicamente a los chiíes, y que apacigue los ánimos sectarios. Su fama de hombre austero y santo le ha proporcionado tanto popularidad como legitimidad de opinión.

Con la irrupción del DAESH y la llamada de Sistani al combate, los simples “voluntarios” que oyeron la voz del ayatolá no tardaron en organizarse, convirtiéndose en una milicia institucional, conocida como PFM. En principio, una fuerza de apoyo al ejército nacional, pero que no ha tardado en llamar la atención de la Guardia Revolucionaria iraní, dispuesta a prestar toda la ayuda posible para ponerla de su parte. No por nada la fetua ha sido descrita por Ali Jamenei, el líder supremo iraní, como una “intervención divina”. Sin embargo, Jamenei y Sistani ocupan cada uno sus respectivas esferas de poder. Una gran diferencia parece separarles, la diferencia, al menos en principio, entre una concepción esencialmente política del islam y una orientación de carácter moral. Pero el futuro de la hawza cuando muera Sistani es incierto, pues no parece haber un claro sucesor, ni un líder con tanta capacidad de movilización como el anciano ayatolá. El alto clero iraní bien podría sacar partido de esta situación, o bien mantener el statu quo tal como está.

La influencia iraní en el plano político. El gobierno y las milicias

La actual constitución de Iraq es favorable a Irán, pues prevalece un federalismo que coloca a las provincias con mayor población chií bajo la órbita iraní. Qassem Soleimani, el hombre fuerte de la Guardia Revolucionaria fuera de Irán, ha ejercido un papel de árbitro y supervisor de los grupos políticos, siendo en gran medida responsable de la llegada de Al-Maliki al poder, así como de su sustitución por Al-Abadi. Al mismo tiempo, ha fomentado el apoyo económico, incluso la financiación, de milicias no gubernamentales que desafían el poder central, con la intención de menguar la ya de por sí frágil situación de éste, alimentando así su dependencia.

Ninguno de los numerosos grupos armados es un títere perfecto. Unos están demasiado integrados en el sistema político (brigada Badr). Otros son demasiado independientes, y por lo tanto, incontrolables (los afines al clérigo Muqtada Al-Sadr). Existen aproximadamente en torno a unas 50 milicias chiíes, muchas de ellas entrenadas en suelo iraní y más experimentadas en el combate que el débil ejército de Iraq. Ofrecer cada vez mayor poder a estas milicias, y con ello exacerbar el sectarismo, o fortalecer el gobierno y arriesgarse a que escape de sus manos, tal es el dilema iraní.

Entre los grupos más impotantes se encuentra la Brigada Badr, el más inclinado por la opción iraní, ya desde la guerra Irán-Iraq, integrado en las instituciones en forma de ejército, inteligencia y policía. Más conflictiva es la organización del ya mencionado Muqtada Al-Sadr, cuyas relaciones con Irán oscilan entre la simpatía y la insumisión, según sea conveniente a los intereses de este joven religioso, cuyo importante respaldo popular (superior al de los Badr) le convierte en una figura política con la cual se debe contar. Tanto la Brigada Badr como los saadristas han sido origen y resultado de numerosas escisiones, reorganizaciones y renombramientos.

Finalmente, pueden citarse otros grupos menores, pero no menos relevantes: la Liga de los justos (Asa'ib Ahl al Haq), rivales de Al-Sadr y leales de manera incondicional a Jamenei, y la Falange del partido de Dios (Keta'ib Hezbollah), involucrado únicamente en actividades militares, y cuyo líder, un tal Abu Mahdi al-Muhandis, ha actuado como enlace entre Soleimani y Al-Maliki.

¿Qué va a ser de Iraq?

Si la amenaza de DAESH ha supuesto un antes y un después para la reconfiguración del orden político en la región, su inminente colapso no significa que la situación vaya a volver a la normalidad. Mientras gran parte del territorio iraquí permanezca fuera del control de un gobierno central inestable y condicionado por vecindades interesadas (Irán) o en pleno conflicto (Siria), la supervivencia de Iraq como estado parece dudosa. La emergencia del yihadismo ha supuesto un incremento del sectarismo. Solo la existencia de una fuerza política firme, autónoma y conciliadora puede hacer posible que esa amenaza no suponga un motivo de divisiones, sino de alianza y unidad frente a un enemigo común. Sin embargo, ante un panorama dominado por actores externos, por grupos armados y por rivalidades entre líderes religiosos, algo así es difícil de vislumbrar en un futuro próximo.

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