La dura represión de las fuerzas iraníes no consigue detener las protestas y el cambio de régimen comienza a asomar en el horizonte

Irán: la inminente caída de una dictadura 43 años después

photo_camera AFP/ ATTA KENARE - Una mujer iraní pasa por delante de cartel del líder supremo de Irán, el ayatolá Ali Jamenei, en la capital, Teherán

Las manifestaciones en las calles de Irán amenazan el control de la dictadura y hacen soñar a la ciudadanía. 

Mahsa Amini. El nombre que ha impulsado a la sociedad iraní a poner el grito en el cielo y salir a las calles para demostrar que la dictadura que llegó a Irán en 1979 con Ruhollah Jomeiní tiene los días contados. La muerte de la joven de 22 años mientras se encontraba bajo custodia policial ha abierto la veda de un hartazgo que, tarde o temprano, iba a acabar por romper el último hilo que sostenía el control del régimen de los Ayatolás. Un mes más tarde, Irán ve, por primera vez en 43 años bajo la sombra de la dictadura, un pequeño rayo de luz que invita al optimismo, una oportunidad para acabar con más de cuatro décadas de sufrimiento y letargo.

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Lo realmente complicado es saber hasta dónde puede llegar la sociedad iraní, saber si será capaz de derrocar al régimen o, por el contrario, las fuerzas le fallarán antes de acabar con la dictadura. Una cosa es innegable, y es que es el momento en el que más dudas han surgido en Teherán en los últimos años. En recientes ocasiones, la rápida – y violenta – acción policial acababa con cualquier atisbo de protesta, pero esta vez, nada más lejos de la realidad. Las muertes se aceptan como pérdidas en una guerra, una que tiene como premio la libertad y cuyo coste podría demasiado alto si no llega la ayuda desde fuera de las fronteras iraníes.

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La lucha del pueblo iraní

204 personas han perdido la vida en las protestas, según la ONG Iran Human Rights (IHR), 23 de ellos, niños. 140 ciudades han sido testigos de las protestas desde el 10 de septiembre cuando Amini fuese asesinada tras no haberse colocado correctamente el velo. Esas son las cifras de una lucha que comenzó hace más de un mes pero que ha llevado al Gobierno iraní a plantearse una mesa de diálogo, algo completamente impensable en anteriores intentos de protesta por parte del pueblo iraní que, como ahora, se han encontrado con la violencia de las fuerzas del Estado como respuesta.

Zahedán es la ciudad que más ha sufrido esta represión. Situada en la provincia de Sistán y Baluchistán, tan sólo en esta localidad, 90 personas perdieron la vida en una marcha celebrada el 30 de septiembre como protesta por la violación de una niña baluchí de 15 años a manos del jefe de la Policía de Chabaha. El informe de IHR enumera una amplia lista de ciudades y las víctimas que fallecieron en estas durante las protestas. Destacan los 27 muertos de Mazandaran, los 12 en Gilan, otros tantos en Azerbaiyán Occidental, o los ocho en Teherán.

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Pero entre todas las víctimas, la información proporcionada por Iran Human Rights destaca una por encima del resto, el asesinato de una joven de 16 años. Sarina Esmailzadeh, natural de Karaj, capital de la provincia de Elburz, fue brutalmente asesinada por la policía cuando se manifestaba junto a sus amigos cerca de la escuela de idiomas a la que asistían juntos. La versión proporcionada en primera instancia por las autoridades fue que Esmailzadeh se había quitado la vida precipitándose desde un punto alto, algo que ha sido desmentido por IHR: “Después de revisar las pruebas y hablar con testigos y fuentes cercanas, Iran Human Rights confirma que Sarina ha sido víctima de un asesinato llevado a cabo por las fuerzas de seguridad del Estado”.

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Los estudiantes contra la dictadura

Los jóvenes iraníes, como Sarina o Mahsa, son la mejor representación de la lucha que libra la población iraní contra la dictadura. Y buena prueba de ello es que las fuerzas de seguridad de Irán han puesto el foco en instalaciones educativas. The Guardian informó la semana pasada del arresto de varios escolares que se encontraban dentro de sus centros. A esta información se une la recogida por IranWire que entrevistó a algunas de los alumnos del centro: “Estábamos sentados en nuestro salón de clases cuando el director abrió la puerta, acompañado por cuatro policías”.

“Comenzaron a revisarnos y se llevaron nuestros teléfonos. Luego nos pidieron que nos quitáramos los pañuelos en la cabeza. Parecía que estaban buscando a algunas chicas específicas”, aseguraba uno de los jóvenes al medio iraní. Y añadía que les advirtieron “que no participáramos en las protestas, o no nos dejarían volver a la escuela”. Estas declaraciones son el fiel reflejo de lo que los observadores creen que se ha apoderado del Gobierno iraní: el miedo.

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En Teherán temen no poder hacer frente a la voluntad de su pueblo. No confían en que la violencia y la brutalidad de sus fuerzas de seguridad pueda acabar con una ola de protestas que lleva más de un mes agitando un país que no pretende seguir atado al yugo de la dictadura. En el pasado sí pudieron acabar con las manifestaciones usando la fuerza de su policía, pero, ahora, la sociedad iraní ha emprendido un camino con un solo sentido y que, liderado desde las aulas de escuelas y universidades, debe acabar con 43 años de dictadura.

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Y es que, más allá de los centros educativos, son todos los jóvenes los que están liderando las manifestaciones extendidas por todo el país. El grito de “muerte al dictador” suena en las calles de Teherán más fuerte que nunca con muestras de apoyo entre las distintas ciudades iraníes. Saqez, ciudad natal de la fallecida Mahsa Amini, fue una de las que salió a defender a su vecina Sanandaj, donde dos manifestantes fueron abatidos por las fuerzas iraníes. “Sanandaj no está sola, Saqez la apoya”, y “Mujer, vida y libertad”, eran entonados por jóvenes que bloquearon las calles e hicieron hogueras alrededor de las que bailaban mientras deseaban la muerte del líder supremo Ali Jamenei.

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Cierre de fronteras con Pakistán

Zahedán, al sureste de Irán y cerca de la frontera con Pakistán, ha sido, como se ha mencionado anteriormente, una de las ciudades en la que las protestas han traído consigo las peores consecuencias. A sucesos como la marcha en protesta de violación de una joven de 15 años, se suma el conflicto independista que agita, aún más si cabe, la provincia de Sistán y Baluchistán. El asesinato de Ali Mousavi, jefe de inteligencia provincial del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica, a manos de Jaish Al-Adl, grupo militante yihadista asentado en el sur de Irán, es buena prueba de ello.

Estos se definen como un grupo que defiende la independencia de Sistán y Baluchistán, y a los baluchíes, grupo étnico mayoritario en la región. Los efectos de las acciones tanto de Jaish Al-Adl como las protestas contra el Gobierno, han provocado que “no se permita el movimiento de salida de Pakistán hacia Irán”, según explicaba un funcionario de la Agencia Federal de Investigación de Pakistán. El domingo pasado “detuvieron por completo todo tipo de comercio y movimiento de peatones”, añadía. Y es que, según fuentes locales, la escalada de la inestabilidad en esta región en particular viene provocada por la “brutalidad hacia la gente de Zahedán por parte de las fuerzas iraníes”.

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El cierre de la frontera con su vecino pakistaní podría tener más efectos negativos que positivos para Teherán. Sardarzada Umair Muhammad Hassani, antiguo asesor del primer ministro de Baluchistán, cree que Irán sufrirá mucho al tener a Islamabad como principal fuente de suministro de alimentos. Pero las consecuencias van más allá de lo puramente administrativo. El propio Hassani dice retractarse de la idea que manifestó hace semanas sobre un acercamiento entre ambos países. Cree que los asesinatos perpetrados por las fuerzas de seguridad hacen imposible cualquier muestra de apaciguamiento en vistas de la brutalidad con la que están respondiendo a las protestas.

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Casi 300 personas llegaron a ser heridas durante una única manifestación en Sistán y Baluchistán, según la Campaña de Activistas Baluchíes, la mayoría de ellos heridos por la policía. Además, los 19 fallecidos que se contaban al principio ascendieron hasta los 50 al no poder trasladar a los heridos a los hospitales por miedo a que fuesen arrestados por las fuerzas de seguridad de Irán. Así, la mayoría fueron asistidos en sus casas, provocando la muerte de buena parte de ellos ante la falta de recursos para su cuidado.

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El apoyo de la comunidad internacional: ¿Insuficiente?

Desde que comenzó esta ola de protestas que inunda las calles de Irán, el apoyo de la comunidad internacional ha sido absoluto. Millones de personas han salido en rincones de todo el mundo para mostrar apoyo a las mujeres que, tras la muerte de Mahsa Amini, han decidido poner punto final a la imposición del velo. Uno de los actos más repetidos para solidarizarse con el pueblo iraní es el de muchas mujeres que han decidido cortarse el pelo y mostrarlo en señal de apoyo.

Solmaz Etemadzadeh, activista iraní que vive en el País Vasco, dijo que unas declaraciones a Glamour que “cortarse el pelo es un símbolo de duelo y de denuncia. Una manera que tenemos las mujeres iraníes de manifestar el dolor profundo. Es una tradición milenaria”. Es precisamente por ello por lo que desde Irán son agradecidos estos gestos de apoyo que llegan desde todas partes del planeta. Ahora bien, la pregunta que aparece en este momento es: ¿Es todo lo que se puede hacer? Una muestra de solidaridad, sí, pero ¿Hasta ahí?

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Puede parecer una cuestión con fácil respuesta, pero no con fácil solución. Está claro que Occidente podría – y debería – hacer algo por ayudar a un pueblo que está luchando en las calles contra un régimen que contesta asesinando a los manifestantes. Sin embargo, el coste no sería asunto menor. El riesgo de tomar acción en territorio iraní, sobre todo teniendo en cuenta que se trata de una situación interna, es de una complejidad elevada. No resulta sencillo manejar una situación de este calibre con el Gobierno de Ebrahim Raisí, como lleva más de un año demostrando cada vez que se intentan retomar las negociaciones para renovar el Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA, por sus siglas en inglés).

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Pero la realidad es que, aun poniendo todos de su parte, es muy complicado acabar con cuatro décadas de teocracia Ayatolá. Lisa Daftary, experta en asuntos iraníes y editora en jefe de la Foreign Desk Foundation, dice que “la forma en que este régimen será derrocado será a través del pueblo, y es la misma forma en que llegó al poder”, es decir, el camino emprendido por la sociedad iraní puede tener su referencia en la propia llegada de la dictadura. Pero también advierte: “El pueblo iraní está enviando un mensaje al mundo de que es capaz de soportar la carga de derrocar al régimen, pero necesita ayuda”.

Cómo hacer llegar esa ayuda a Irán es el tema de mayor complejidad. Existe una tendencia que apunta a Estados Unidos como líder de una acción que movilice a Occidente. Otros señalan directamente al JCPOA. Creen que retomar el acuerdo nuclear puede ser un inconveniente de cara al fortalecimiento de la posición iraní debido a los millones que recibiría el régimen en el caso de llegar a un acuerdo. Es más, en vez de sentarse de nuevo en la mesa de negociaciones con Teherán, hay expertos que apuestan por endurecer las sanciones económicas contra el país liderado por Ali Jamenei para debilitar su músculo económico.

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Si algo parece claro es que las acciones que tome Occidente – si es que las llega a tomar, que está por ver – ni son inminentes ni serán definitivas. Y lo que tampoco parece que vaya a cesar son las protestas del pueblo iraní. Saben que el derrocamiento de la dictadura pasa por salir a las calles a combatir contra el régimen, aunque esto les cueste miles de heridos y centenares de fallecidos. Hasta el momento son 204 las vidas que se ha cobrado una lucha que pide a gritos la ayuda de la comunidad internacional y que pretende poner fin a 43 años de dictadura.
 

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