Una mirada a Irán

Al igual que otros Estados revolucionarios, la República Islámica de Irán no ha agotado ni mucho menos su potencial radical.
Sometida a fuertes tensiones políticas internas, ubicada en una región que tradicionalmente y por diferentes motivos se encuentra en una permanente situación de confusión y caos, una de las aspiraciones tradicionales de Teherán es convertirse en la potencia dominante en el Asia occidental.
Por todo lo anterior, la República Islámica de Irán, sea cual sea el resultado de las crisis más inmediatas (armas nucleares, guerra de Gaza, Líbano etc.) seguirá siendo durante mucho tiempo años una fuerza poderosa e inquietante en la región.
Algo inherente a todos los políticos, y dirigentes, y eso incluye a los iraníes, tanto en el régimen de Jomeini como en tiempos del Sha, es lo que se conoce como autopercepción no ya personal, sino como nación, lo cual incluye en no pocas ocasiones ideas grandilocuentes como el sueño de establecer una república islámica universal o la de reconstituir el imperio persa del siglo IV antes de Cristo, que abarcaba desde el Asia central al norte de África.

Para la mayoría de iraníes, ambas aspiraciones son muy similares en el fondo, y este sentimiento de derecho imperial tiene más que ver con la hegemonía cultural que con cualquier tipo de reclamación territorial. Sin embargo, el resultado es que, cuando entran a revisar los conflictos que les han enfrentado a otros países, a menudo se apresuran a invocar una perspectiva histórica muy amplia: los rusos llegaron y se fueron al cabo de doscientos años, los británicos y los franceses ejercieron su influencia durante apenas unas décadas, y los norteamericanos durante un período de tiempo todavía más breve.
Bajo su perspectiva, sin embargo, Irán ha sido una potencia determinante en la región durante casi tres mil años, y más pronto o más tarde, desde el Asia central hasta el Mediterráneo, volverá a desempeñar este papel.
De todos los países de la región, solamente Egipto, India y, en cierto modo, Turquía son puestos en un mismo plano de igualdad, y, por tanto, de legitimidad, que Irán. Los demás, ya sean Pakistán, Irak o Israel, se consideran simples vestigios del colonialismo que en algún momento serán barridos o quedarán subordinados en el interior de las estructuras más amplias del poder histórico y estratégico, que son las que, en última instancia, determinan la política de la región. En lo que se refiere a los afganos y a los Estados árabes del Golfo, el sentimiento es casi de desprecio, pues no tienen ni de lejos la significación histórica que tiene su nación ni pueden compararse a la milenaria civilización y al destino de Irán.
Para tratar de comprender la naturaleza del actual sistema político en Irán es necesario poner este en el contexto de la historia. Sólo así se podrá entender el origen de este.
Tras varios años algo turbulentos en la política iraní, en la década de 1970 se produjo un nuevo avance hacia la consolidación de un régimen de tintes absolutistas cuando el Sha disolvió los dos únicos partidos y anunció la formación del Partido del Resurgimiento, que sería el único partido del Estado y un agente de movilización popular para su Gobierno. Además, en un intento de combinar los beneficios autoritarios de un sistema unipartidista con la apariencia de debate legítimo en un sistema bipartidista, el Sha constituyó la ficción de dos alas dentro del partido, el ala “progresista” y el ala “liberal”, aunque los líderes de ambas eran de hecho elegidos por el propio Sha.
A pesar de sus esfuerzos, la idea de El Partido del Resurgimiento fue un fracaso absoluto de cara a los objetivos del Sha. Sólo logró ganarse el apoyo de aquellos cuyo único interés era lograr un puesto de trabajo en el sector público. La reacción en ciertos sectores no se hizo esperar y aparecieron varios grupos insurgentes de corte tanto laico como religioso que se organizaron para desafiar al Gobierno de Pahlavi.
Otro paso hacia la desestabilización total de la situación vino de la consideración por parte del Sha del estamento clerical. Su opinión era que este era algo eminentemente medieval y retrógrado y que sólo suponía un freno para la modernización del país. Los clérigos, excepto los que él había atraído a su círculo, se oponían a sus programas de modernización y, por lo tanto, se ganaron la consideración de enemigos políticos. En otro intento de mantener el control de la situación trató de comprar a la élite empresarial permitiéndole enriquecerse a condición de que se mantuviera al margen de la política, algo que no hizo sino ahondar en la desafección social hacia su régimen.

La crisis económica desatada en la década de los setenta contribuyó así mismo a deteriorar más al régimen del Sha, cuyo Gobierno en 1978 cometió el grave error de criticar al ayatolá Jomeini, que gozaba de gran predicamento ya entre los iraníes y al que había exiliado previamente. Esto desencadenó una ola de agitación popular que ya no pudo ser frenada pues todas las facciones de la oposición se unieron en una alianza con la finalidad de derrocar a la monarquía con el final que todos conocemos.
Cuando se estudia el actual sistema político iraní, y más concretamente todo lo relativo a sus partidos políticos, no se puede perder de vista que la naturaleza de los partidos y grupos políticos en Irán es muy diferente a la de Occidente. En el Irán posterior a la revolución de 1979, el punto en común de todos los grupos políticos es la ideología, la cual puede ser islamista, marxista o liberal. Partiendo de esa base, en ocasiones, y ante contextos económicos o sociales particulares, los intereses económicos o políticos en un periodo concreto de tiempo provocan la aparición de grupos políticos en escena.
La Revolución de 1979 supuso así mismo un cambio fundamental en la actitud de los iraníes hacia la política. Con el anterior régimen la cultura política había sido elitista en el sentido de que todas las decisiones gubernamentales importantes las tomaban el Sha y sus ministros la mayoría de la población permanecía en gran medida ajena a la política y aceptaba este enfoque.

La fusión de los ideales islámicos chiíes tradicionales con los valores políticos durante la Revolución dio lugar a la aparición de una cultura política más popular. Las principales características de esta cultura política son el sentimiento generalizado de que el Gobierno está obligado a garantizar la justicia social y de que todos los ciudadanos deben participar en la política. Estos sentimientos son reconocidos por los dirigentes políticos, que expresan constantemente su preocupación por el bienestar de los mostazafin (personas oprimidas o necesitadas) y alaban persistentemente la labor del pueblo en multitud de asociaciones políticas y religiosas.
El objetivo del ayatolá Jomeini no era sólo a derrocar la monarquía, sino sustituir esta por un nuevo sistema político basado en los valores islámicos. Jomeini tenía la firme convicción de que el éxito a largo plazo de ese Gobierno islámico ideal dependía del compromiso y la implicación de las masas en la política. También creía que la política no podía estar separada de la religión. Consideraba que el clero era responsable de proporcionar orientación religiosa, basada en sus conocimientos de la ley islámica, al pueblo mientras éste trabajaba para crear una nueva sociedad en la que la religión y la política estuvieran fusionadas.

La participación política colectiva y multitudinaria ha sido tanto un objetivo como una característica del régimen de Irán posterior a la Revolución. Sin embargo, esta participación no se produce a través de los partidos políticos, sino de las instituciones religiosas. La mezquita se ha convertido en la institución política popular más importante. La participación en las oraciones semanales de la comunidad, en las que siempre se pronuncia un sermón político, se considera un deber tanto religioso como cívico. Para los aspirantes políticos, la asistencia a las oraciones semanales es obligatoria.
Numerosas asociaciones religiosas y políticas giran en torno a las mezquitas. Estas organizaciones llevan a cabo una gran variedad de actividades, desde la distribución de cupones de racionamiento a investigar las credenciales religiosas de los aspirantes a cargos locales, impartir clases de materias que van desde el estudio del árabe hasta el imperialismo de las superpotencias, y crear equipos para vigilar los precios de las tiendas y el comportamiento personal. Normalmente son asociaciones integradas por voluntarios cuyos miembros dedican varias horas a la semana a sus actividades. Aunque la mayoría de estas asociaciones voluntarias son para hombres, varias son específicamente para mujeres.

La Constitución iraní recoge en su artículo 26 las bases del sistema de partidos político en Irán. Textualmente, dicho artículo dice lo siguiente: “Está permitida la formación de partidos, sociedades, asociaciones políticas o profesionales, así como de sociedades religiosas, ya sean islámicas o pertenecientes a una de las minorías religiosas reconocidas. Sin embargo, no deben violar los principios de independencia, libertad, unidad nacional, los criterios del islam ni las bases de la República Islámica. No se puede impedir a nadie que participe en los grupos mencionados, ni obligarle a participar en ellos”.
Lo recogido en el artículo mencionado está desarrollado en la Ley de Partidos y correspondiente Reglamento, donde se recoge de manera específica toda la normativa relativa a partidos y grupos políticos. El funcionamiento de estos, como es obvio sólo es posible siguiendo establecido en ellos.

La Asamblea Consultiva Islámica ratificó la Ley sobre las actividades de los partidos políticos, asociaciones y sociedades, así como de las minorías religiosas islámicas y reconocidas, así como de las diferentes asociaciones en su sesión del 29 de agosto de 1981. Posteriormente estas normas fueron confirmadas por el Consejo de Guardianes, el 4 de octubre de 1981.
Como queda patente, y este es un dato muy importante para entender el control casi absoluto que ejerce el régimen para atajar cualquier conato de disidencia, son las organizaciones religiosas y no las laicas las que desempeñan las funciones políticas más importantes. Los centros de producción, centros de enseñanza de todo tipo y otros centros de trabajo también cuentan con asociaciones islámicas que desempeñan funciones similares a las de las asociaciones de voluntarios de las mezquitas.

Aun así, existen muchos grupos laicos, la mayoría asociaciones como sindicatos industriales y profesionales, clubes universitarios y organizaciones mercantiles, pero de un modo u otro, poco a poco han ido adquiriendo connotaciones religiosas. Estas organizaciones suelen contar con asesores religiosos que orientan a sus miembros sobre el ritual de la oración, la ley islámica y la historia chií. Cualquier ente de este tipo que busque evitar mezclar la religión con los negocios o con sus actividades propias se convierte automáticamente en sospechosa de ser anti islámica y por lo tanto desafecta al régimen, el cual la identifica como un posible foco de disidencia, y, por lo tanto, corre el riesgo de que se revoquen sus estatutos y por lo tanto deba cesar su actividad, con el riesgo añadido que ello supone para sus integrantes y por supuesto para sus dirigentes.

Es por tanto un sistema político con profundas raíces religiosas diseñado para asegurar en todo momento el control de la población y de posibles movimientos contestatarios. Y, como hemos visto en la introducción, con el objetivo marcado en una visión hegemónica de Irán en la región. Hegemonía que aun teniendo la base religiosa se enraíza con el sentimiento dejado durante siglos por el antiguo imperio persa, que, a pesar de no manifestarlo abiertamente, es el espejo en el que se mira la actual clase política iraní.