MANUEL ELKIN PATARROYO: “Ya tengo la vacuna contra la malaria y la probaremos en África desde Canarias”

Carmelo Rivero/Diario de Avisos

Pie de foto: Manuel Elkin Patarroyo durante la entrevista

En la habitación del hotel en Tenerife, solo, delante de un pequeño ordenador portátil, a 7.000 kilómetros de su laboratorio en Colombia, este hombre de carácter jovial al que la vida ha pegado duro, da los últimos retoques al artículo científico más importante de su carrera. En él desvelará en qué consiste su vacuna definitiva, Colfavac. La vacuna sintética contra la malaria que abre un nuevo capítulo en la historia de la ciencia. Manuel Elkin Patarroyo, Premio Príncipe de Asturias y candidato al Nobel, ha estado diseñando un modelo universal de vacunas para evitar 12 millones de muertes al año a causa de un amplio abanico de enfermedades infecciosas actualmente sin protección. No le han resultado fáciles estos 30 años que se cumplen de la primera vacuna química que alumbró en un galpón de la selva amazónica.

Está feliz y destrozado. “Uno da los años de su vida por salvar a seres humanos, y un desalmado arrolla a decenas con un camión en París”. Pero el inmunólogo colombiano, nacionalizado español, sabe que tiene en sus manos un arma para curar. Y está orgulloso. “Ya tenemos la vacuna contra la malaria y la probaremos en humanos en África desde Canarias”. En poco tiempo, podrá regar de vacunas el África subsahariana y otros focos de malaria, y, con ayuda de un consorcio de filántropos, quiere que salga casi gratis.

Los atletas rusos no estarán, en agosto, en los Juegos Olímpicos de Río. Pero el zika sí. Al experto en virus por antonomasia, brotes como este (que asocia a casos de microcefalia) no le causan extrañeza. Los mosquitos ahora “vuelan en jet”. Los desplazamientos modernos y la invasión de las selvas diseminan patologías sin prevención, hasta que una de ellas “ponga en riesgo a la especie humana”, según su conocida alerta. El cambio climático traerá malaria, dengue y virus emergentes. Sin vacunas estamos indefensos.

Patarroyo, director del Instituto Inmunológico de Colombia, figura en el libro de genios del BBVA, 40+1 innovadores que han cambiado el mundo en el siglo XXI, junto a Steve Jobs, Bill Gates, Mark Zuckerberg, Norman Foster o Joan Massagué. Está de enhorabuena, pues acaba de ganar su última batalla. La justicia colombiana le ha dado la razón en el conflicto de los monos, después de cinco años varado por presunto tráfico ilegal de la especie con la que investiga desde siempre.

El científico de perpetua sonrisa tiene motivos a los 69 años para mostrarse alegre cuando recibe a DIARIO DE AVISOS en el Hotel Botánico del Puerto de la Cruz tras participar en el Campus África. Vuelve al laboratorio con su equipo (los malarios) y celebra la adversidad: “Yo soy como las cometas, cuanto más me bajan, más arriba me levanto”.

Los ensayos clínicos (con humanos) de esta vacuna que, según promete, se acerca al cien por cien de eficiencia, los hará con la colaboración de la Fundación Canaria para el Control de Enfermedades Tropicales, que lidera el catedrático de Parasitología Basilio Valladares. Hasta ahora, Patarroyo ha sido reticente con la industria farmacéutica, que vio con desagrado que donara a la humanidad en 1993 su primer antídoto contra la malaria.

-¿Volverá a donarla a la Organización Mundial de la Salud (OMS)?

“Ese error ya lo cometí una vez. De una forma altruista e inocente, creí que lo mejor era donarla a la humanidad a través de la OMS para que la distribuyera por el mundo. Pero la OMS está sujeta a los intereses de las multinacionales, que la financian, y quien pone la plata, pone las reglas. Lo que hicieron fue engavetarla”.

-Usted cuestionó la imparcialidad del ensayo clínico de la OMS.

“Fue bastante tendencioso. Lo hicieron en Tailandia, dio una protección del 8% nada más, y dijeron que no funcionaba. Pero participó un alto ejecutivo de investigaciones de Glaxo, la poderosa compañía farmacéutica británica. Trabajó para la OMS durante nuestra prueba y luego regresó a Glaxo. Nosotros teníamos evidencia, en Colombia, Venezuela, Ecuador, Tanzania, de un 30-40% de protección con los monos. Los monos nunca mienten, pues tienen el mismo sistema inmunitario que los humanos. Era extremadamente extraño. Pero no me vine abajo”.

-“Patarroyo es el animal más competitivo que conozco”, dijo de usted su propia madre.

“Herencia de mi padre. Él decía que ‘solo se persigue al que va delante’ y ‘se tira piedras a los árboles que dan fruto’. Era policía del sur de Tolima, donde nacimos. Mi abuelo no lo quería ni cinco, lo detestaba, y en una ocasión, montado a caballo, intentó atropellarlo. Mi padre, que tenía unos fuertes antebrazos, tumbó al caballo por las riendas con mi abuelo encima. Y mandó a la cárcel 15 días a su futuro suegro. Cuando se quiso casar con mi madre, sin la mayoría de edad, mi abuela, que sí quería a mi padre, le dijo al marido: ‘Luis Ángel, Julia se quiere casar…’. Mi abuelo se cogió una borrachera y escribió una nota: ‘Esa, que dice llamarse hija mía, Ana Julia Murillo, puede casarse con quien le dé la gana’. Firmado y autorizado. Al final se reconciliaron, y mi padre ayudó a mi abuelo toda la vida. Era insobornable”.

Pie de foto: Manuel Elkin Patarroyo. | J.G.

-¿Cuánto le ofrecieron a usted por la primera vacuna?

“Ciento veinte millones de dólares. Me la querían comprar las multinacionales farmacéuticas. No quiero dinero, sino resolver un problema que tiene la humanidad. Lo desalentador es que hoy estaría canonizable, porque protegía del 30 al 40%, como ninguna hasta ahora”.

-¿Usted sigue en el Amazonas?

“Sí, claro, en Leticia, en el trapecio amazónico. Ahí llevo 35 años. Los últimos cinco, parado, y los colectores se desperdigaron buscando trabajo. Ya solo falta afinar nada, las combinaciones de las moléculas para una cobertura del cien por cien”.

-¿No es muy optimista? ¿Qué vacuna lo ha logrado?

“Es un optimismo sólido. Es cierto, no hay vacunas tradicionales de ese alcance, las biológicas, pero las nuestras son químicamente hechas. Son moléculas modificadas, sintéticas, con el máximo de eficiencia”.

-Hace 30 años, su descubrimiento de la primera vacuna sintética fue considerado “el hito más importante de la historia de la química”.

“Se denominó SPF66. Y la siguiente es esta, Colfavac. Nadie más ha querido entrar por esta senda”.

-¿Es casual el affaire de los monos?

“Siendo un colectivo animalista colombiano, lo financiaban fundaciones británicas. Nos acusaban de experimentar con monos importados ilegalmente del Perú y el Brasil. El Gobierno colombiano gastó un millón de dólares en estudios de biología molecular para demostrar que todos los monos de la región son idénticos. Y el más alto tribunal de justicia, el Consejo de Estado, en enero nos dio la razón”.

-Esa hosca campaña contra usted, siendo infundada, fue demoledora.

“Hubo mucho fanatismo. En ocasiones, los animalistas actúan por verdadera sensibilidad, pero no siempre. Fui objeto de una persecución internacional”.

-Está a punto de cumplir 70 años y lleva 35, la mitad de su vida, en el Amazonas creando la vacuna y protegiéndose de los enemigos.

“Siempre he sospechado que trataban de boicotear mis investigaciones por donarlas a la humanidad. En todo este tiempo han intentado 107 diferentes tipos de vacunas contra la malaria, con resultado negativo. La más publicitada, la RTS,S, producida por Glaxo, acaba de fracasar: a los cinco años, el 50% de la gente desarrolla más malaria si la vacunan que si no la vacunan. Todavía hay 29 vacunas que están ensayando la OMS y las multinacionales, a un costo muy elevado”.

-¿En suma, qué vetos ha sufrido desde que empezó?

“¡Uf! Un embargo en 2001 por las deudas del hospital donde teníamos el Instituto. Solo pudimos sacar las moléculas y los ordenadores. Los dos últimos Gobiernos de Uribe y Santos nos redujeron el presupuesto a cero, y tuvimos que parar. Ahí me salvó España: la Agencia Española de Cooperación Internacional y la Fundación para la Investigación Solidaria Sadar de Navarra. Y ahora nos financia la Universidad del Rosario, en Bogotá. No solo perdimos el Instituto y el presupuesto, sino que al final perdimos también los monos. Ha sido una persecución bárbara a una vacuna para la humanidad”.

-En 2011 anunció en Chemical Reviews, la biblia de la química en EE.UU., que usted persigue un método universal de vacunas. ¿Es posible?

“Exacto, para todas las enfermedades infecciosas y determinados cánceres. Un gran amigo nuestro, Haraldzur Hausen, alemán, Premio Nobel, descubridor del virus del cáncer de útero, el del papiloma, sostiene que el 45% de la carga global de cáncer se asocia a agentes infecciosos (virus, bacterias y parásitos)”.

-Aquella publicación lo redimió de algunos desaires de la comunidad científica.

“Esas campañas contra mí se explican fácilmente: en 20 años otros han gastado 40.000 millones de dólares con resultado cero”.

-Lo han tachado de charlatán. ¿Le duele?

“No ha habido ni una sola voz que tumbe mis estudios. Y son ya 368 publicaciones mundiales. Ni una sola ha sido rebatida”.

-¿Qué grado de colaboración mantiene con la Fundación y el Instituto de Enfermedades Tropicales, de Basilio Valladares?

“En esto estamos asociados, vamos juntos. Las vacunaciones en humanos se harán en lo que Basilio llama la Plataforma Atlántica: Colombia, Venezuela, las Guayanas, Brasil, y la parte africana: Senegal, Costa de Marfil, Cabo Verde, Angola, Guinea Ecuatorial…”.

-¿Cómo nació la amistad con Basilio?

“A través de uno de mis mejores amigos, Manuel Carlos López, que me dijo que tenía que conocer a una persona excepcional, que lo es. Basilio es de unas cualidades humanas fuera de serie”.

-¿Canarias le ha apoyado?

“Canarias me ha dado muchísimo apoyo y afecto en las horas bajas, desde los Gobiernos de Paulino Rivero y Fernando Clavijo, la diputada Ana Oramas y los presidentes de Cabildo Ricardo Melchior y Carlos Alonso, a la Universidad de La Laguna, que me hizo doctor honoris causa en 1998. Estoy muy agradecido a Canarias”.

-En los 90 estaba a metros del Nobel. Ahora debe de estar a centímetros.

“No me puedo quejar. Estoy en la quiniela desde el 89. Pero la verdad es que nunca me ha preocupado”.

-¿Es cierto que en la Universidad Rockefeller le decían que si se marchaba se fuera olvidando del Nobel?

“Yo fui a trabajar a la Rockefeller en 1967 después de estudiar en Yale. Henry Kunkel, uno de mis mentores, me decía que no me fuera. En cambio, Bruce Merrifield, Nobel de Química, y Peter Perlman, me decían: ‘Mire, aquí puede tener un futuro fantástico, pero su futuro está allá, hágalo’. Lo vieron clarito. Para mis vacunas, qué mejor que estar al lado de las enfermedades infecciosas en mi país”.

-¿Cómo fue el regreso a Colombia?

“Al dejar los Estados Unidos en 1972, empecé de cero. Mi primer laboratorio era tan chiquitico como una habitación de dos por dos”.

-Sus hijos han seguido sus pasos.

“Manuel Alfonso es médico y químico y lleva 157 publicaciones mundiales. El menor es filósofo, Carlos Gustavo, doctorado en Alemania. La chica, Cristina, es médico, pediatra como la madre, y me ha dado dos nietas que adoran el Loro Parque y quieren ser científicas. ¡Qué mundo les espera!”.

-¿Le preocupa?

“Estoy asustado, como si estuviéramos al borde del estallido de una guerra mundial, si no se desencadenó hace rato. Si uno se deja arrastrar por esta dinámica de terror, nada tiene sentido, pero yo me pongo a hacer vacunas más rápido”.

-¿Hay riesgo de guerra bacteriológica?

“Pueden llegar a hacerla. Ahí sí confío que ayuden nuestras vacunas. Pero hoy en día cualquier cosa es un arma terrorista”.

-¿Tiene vacuna para esto?

“El perdón y la reconciliación. Te voy a contar algo. Un día fueron a matar a mi padre a nuestro pueblo, Ataco, y se salvó porque nacía mi hermana Gloria y se había ido a la seis y media de la tarde, con los dolores de parto de mi madre. Cuando atacaron a las diez de la noche no lo encontraron. Se llamó la masacre de Chiparco, como la finca. Mataron a todos, 27 personas; no respetaron ni a un bebé al que volaron la tapa de los sesos con un machete. ¿Quiénes fueron? Los del Partido Conservador. Mi padre era liberal. Al día siguiente, montamos en un camión todos los corotos y nos fuimos. Yo debería haber agarrado y matado a todos los conservadores. Pero no, no tiene ningún sentido. Hoy, los conservadores son de mis mejores amigos, Belisario Betancur, Andrés Pastrana… Aquello fue obra de unos fanáticos y hay que perdonar. Gandhi decía: ‘Ojo por ojo y el mundo terminará ciego’. Si seguimos esta lógica, acabamos todos muertos”.

-Quien se libró de este realismo trágico fue su amigo y compatriota García Márquez.

“Éramos estupendos amigos. Cuando me dieron el Premio Príncipe de Asturias en el 94, me acompañó a recibirlo, derechito, y dijo: ‘Es el premio más merecido que colombiano alguno haya recibido’. Yo le dije, ‘oye, Gabriel, no jodas, el tuyo’, ya era Nobel, y se empeñó: ‘Ah, ah, el tuyo’. Su muerte me dolió mucho”.

-En Noticia de un secuestro lo cita como mediador. El martes, la Corte Constitucional de Colombia autorizó el plebiscito sobre el acuerdo con las FARC. ¿Qué opina?

“Todos anhelamos ese acuerdo y Dios quiera que lo tengamos, pero la guerrilla sabe que debe pedir perdón. A muchos los conozco. Incluso, preguntaron en una entrevista a Timochenko, líder de las FARC, si quería ser candidato a la presidencia y respondió: ‘Si las FARC me lo ordenan me presentaré, y si me ordenan que me vaya a trabajar con Patarroyo, igualmente lo haré’. Agradezco la cita”.

-En Colombia los niños querían ser como Patarroyo. Su Gobierno le niega el presupuesto. ¿Se siente querido?

“Tengo un gran cariño y una gran aceptabilidad. Habrá quienes no. Pero si Jesucristo tuvo no solamente enemigos, sino traidores, por qué voy a tener yo menos. En mi país están mis sueños”.

-¿Cuál es el mayor de sus sueños?

“Desarrollar ese método universal que permita hacer vacunas sintéticas para todas las enfermedades infecciosas que matan a la humanidad. Son 500 inducidas por virus, bacterias o parásitos que infectan a dos terceras partes de la población mundial, 4.500 millones de personas, y matan a 12 millones cada año. Mi sueño son todas las vacunas. Y ya lo tengo casi conseguido”.

-Quedarán obsoletas las vacunas tradicionales.

“Han cumplido, no hay que despreciar su papel lo más mínimo. Esto es una innovación: pasar de las vacunas biológicas a las químicas por primera vez”.

-¿Es consciente del salto que representa para la ciencia?

“Lo soy. Es un salto cuántico”.

EL TEBEO

“El hombre cuando sueña es Dios”, cita al poeta Hölderlin, pero, en realidad, está citando a su padre, el “soñador autodidacta”, que decía que los sueños hay que pelearlos. El sargento de policía Manuel Patarroyo Leyva reveló a los 11 hijos las tres claves del éxito: “Soñar todos los días, trabajar los sueños y abonar el bienestar de los demás”. El científico afirma que nunca olvida las tres reglas, y se siente la “mezcla perfecta” de un padre soñador y una madre pragmática. A punto de cumplir 70 años, ha viajado con una primicia, la vacuna de su vida (contra la malaria) contada en un artículo que revisa con lupa para una publicación prestigiosa que, en pocos meses, dará la noticia mundial. Consumado el sueño. En los tebeos que el padre le llevaba leyó una vez la vida de Louis Pasteur, descubridor de vacunas, benefactor de la humanidad. Y el efecto fue fulminante. Siguió los pasos de Pasteur, convertido en su ídolo. Otra enseñanza del padre era “entender antes de juzgar”. “Una vez puso en libertad a un ladrón porque era un buen hombre”. Cuando el hijo descubrió la primera vacuna de la malaria, le dijo: “Ni te lo creas. Dale gracias a Dios y pídele con humildad que te ilumine para los siguientes pasos”. Aquel día, el 26 de enero de 1986, Patarroyo se bebió una botella de ron sobre el Amazonas hasta caerse del bote, ciego de euforia y alcohol. Solo acertó a reaccionar cuando ya se estaba ahogando. “Yo no temo a la muerte. Todos nos vamos”. Al morir el padre, los hijos, uno a uno, dieron las paladas de despedida y lo enterraron. “Psíquicamente, sigue conmigo, pero asumí que ya no estaba. Como mi madre”. Entre los papeles confidenciales sobre la vacuna que trajo consigo a Tenerife, se desliza una foto en blanco y negro: “Mis padres”.

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