La nueva geopolítica

Miremos donde miremos encontramos focos de tensión, conflictos activos o escenarios complicados. Y, como ya hemos señalado en más de una ocasión, a poco que profundicemos, encontraremos puntos de unión entre la mayor parte de ellos.
Esto nos lleva a una primera conclusión: lo que hagamos en cualquiera de ellos tendrá un impacto en el resto, o, dicho de otro modo, no podemos pensar en soluciones simples, parciales o locales.
A nadie se le escapa ya que estamos viviendo un punto de inflexión histórico. Durante los últimos veinte años, las relaciones entre países, los balances de poder y el panorama geopolítico se han ido configurando poco a poco, sin que apenas nos diéramos cuenta, hacia un escenario de profundo cambio.
Y los cambios a los que estamos asistiendo obligan a analizar el mundo que nos rodea de un modo diferente al que lo hacíamos hasta ahora.
La geopolítica nos ofrece un marco teórico que nos ayuda a entender lo que sucede a nuestro alrededor, pues ciertas dinámicas son relativamente constantes y dependen de factores independientes. Sin embargo, aunque las teorías tradicionales siguen teniendo vigencia, hemos de adaptarnos al momento que nos ha tocado vivir e interpretar lo que vemos teniendo en cuenta nuevos parámetros.
Lo interesante del momento actual es que, al contrario de lo que ha sucedido hasta el momento en los equilibrios geopolíticos, la geografía ya no es el factor determinante. No deja de tener su importancia, eso es algo que siempre condicionará en mayor o menor medida las capacidades o posibilidades de las naciones, pero no del modo en que lo hacía hasta ahora.
La situación geográfica ayuda, inclina, orienta, pero por sí sola no decide irremediablemente el devenir de las naciones como sucedía antaño. Del mismo modo, el medio, si bien conserva su indudable importancia, ya no causa el mismo impacto sobre el desarrollo, pues los avances técnicos y tecnológicos permiten sortear en gran medida los condicionantes impuestos por la naturaleza. Ésta, y el medio en general, tienen menos impacto en el comportamiento del ser humano de lo que estos provocan al modificarlo.
Del mismo modo, durante mucho tiempo se ha abusado de lo que se conoce como el “determinismo geográfico”, aun cuando ya no resultaba tan determinante.
Ciertas situaciones providenciales se consideraban que significaban para algunos países un papel específico, prominente e incluso dominante. Y no sin cierta razón, muchas naciones han basado en su situación geográfica el signo de un designio preminente. Es el caso de Alemania, que por ocupar la posición central de Europa se consideraba destinada a dirigirla; o el de Inglaterra, llamada a asegurarse el dominio de los océanos debido a su insularidad; o también Holanda, que por su ubicación junto a la desembocadura del Rin y frente a la del Támesis, por su propia naturaleza debía liderar el comercio de Europa. En el continente americano, Estados Unidos, situado en el punto central entre los dos principales focos de civilización, el europeo y el asiático, y protegido por tres océanos, se consideraba inexorablemente llamado a ejercer el poder, algo que aún hoy perdura. Y Rusia, que controla un sexto de las tierras emergidas, sentía la responsabilidad y el designio de regentar los otros cinco sextos.
La geografía, fundamental antaño, aun sin perder su importancia, ayuda, inclina, orienta…pero por sí sola ya no decide irrevocable y duraderamente el destino de las naciones.
En el escenario actual podemos afirmar sin lugar a duda que el espacio geográfico no es la única causa de la importancia de los Estados. Lo que se conoce como la “Geopolitik” condicionaba el poder los países a su extensión geográfica. El espacio nutría y a su vez servía de defensa del Estado, al mismo tiempo que le incitaba al engrandecimiento. Pero, actualmente, la concentración en pequeños territorios de recursos energéticos y materiales que son imprescindibles para la comunidad internacional, así como el desarrollo tecnológico, añaden otras formas de poder a la que resultaba de la extensión.
Los diferentes teóricos de la geopolítica también han especulado tradicionalmente sobre la oposición entre Estados marítimos y terrestres. La “Geopolitik” y los geopolíticos ingleses y americanos anteriores a la Segunda Guerra Mundial analizaron las tensiones internacionales y explicaron el comportamiento de las grandes potencias atendiendo también a este factor. Sin embargo, hoy, la diferencia entre los Estados continentales e insulares tampoco es ya tan señalada y no es este un elemento decisivo.
La consecuencia de todo lo expuesto hasta el momento es que la geopolítica contemporánea ha pasado a ocuparse mucho más de la gestión del espacio político, tal como está organizado, que, a desplazar las fronteras, objeto tradicional de la “Geopolitik”.
En los tiempos de la “Geopolitik”, el Estado-Nación era el objeto de todos los análisis. Mackinder, al otro lado del Canal de la Mancha, Haushofer, en tierras bávaras, y Spykman, en la otra orilla del Atlántico, por mencionar a algunos de los más relevantes teóricos de la geopolítica tradicional, no basaron sus trabajos en el comportamiento de la población, pues se daba por hecho que ésta y su parecer estaban en línea con sus gobernantes, ya fueran elegidos o impuestos.
Actualmente, la geopolítica se ocupa más profundamente de la salvaguarda y la gestión del medio. Teniendo muy presente que ninguna de las amenazas que afrontamos en nuestro tiempo, aunque pueda parecer lo contrario, se ciñe a una nación en concreto o a un conjunto de éstas, aquellas que nos acechan son transversales, y los focos de conflicto van mucho más allá de la rivalidad entre países. Ningún Estado, por poderoso que se muestre, puede solucionar el problema de la escasez de recursos naturales, ni poner freno al deterioro del medio ambiente, ni por supuesto paliar las innumerables situaciones de miseria y desesperación que sirven de abono para diversos movimientos radicales.
Todo lo anterior debe llevarnos a plantearnos una pregunta: ¿estamos afrontando la nueva situación del modo adecuado?
Si la fuente de las amenazas ya se focaliza estrictamente en los países como se ha mencionado, ¿tiene sentido circunscribirlas dentro de unas fronteras? ¿Vendrán las soluciones a través del sometimiento o derrota de tal o cual nación?
Algo que ha quedado patente en los últimos tiempos es que no nos enfrentamos sólo a actores estatales. Es más, el origen de los conflictos ya no está en las fronteras. Más aún, los conflictos ya no se deciden solo en un espacio físico, se lucha en otros dominios como el cognitivo o el cibernético, donde por descontado no hay fronteras y donde con mucha frecuencia no sólo intervienen actores estatales.
Cuando bajamos a identificar las principales causas de los conflictos actuales identificamos dos potenciales y principales fuentes de conflicto: la falta de desarrollo, la ausencia de esperanza, que favorece la implantación de ideologías extremistas y radicales, generalmente apoyadas en un contexto religioso islámico, por un lado, y, por otro, la escasez de recursos críticos, unos fundamentales para la industria tecnológica, y por lo tanto clave para el desarrollo económico, y otro fundamental para la vida, el agua.
Ante ese panorama, las teorías geopolíticas tradicionales pierden parte de su valor, y ello nos obliga a redefinir, al menos en parte, el marco teórico que nos ayude a lidiar con la nueva realidad.
La geopolítica no es ni mucho menos una ciencia exacta, y hemos de resaltar de nuevo que no debemos desechar las corrientes teóricas tradicionales. Sin embargo, es necesario buscar nuevos enfoques que nos ayuden a sentar las bases que nos permitan comprender lo que sucede para de ese modo poder proponer las soluciones más adecuadas.
- M. Gallois PIERRE, “Geopolítica, los caminos del poder”, Colección Ediciones Ejército, Madrid 1992
- Coutau-Begarie, HEVÉ, “Geoetstrategia del Pacífico”. Colección Ediciones Ejército, Madrid 1990
- Marshall, TIM, “Prisioneros de la Geografía”. Ed. Península, Barcelona, 2017