Suenan tambores de guerra en Europa

Un militar de la tripulación de artillería de la unidad especial de la Policía Nacional vigila el cielo en busca de drones rusos mientras los militares descargan proyectiles para un obús D-30 en una posición en la línea del frente, en medio del ataque de Rusia a Ucrania, en la región de Zaporizhia, Ucrania, el 11 de enero de 2025 - PHOTO/REUTERS
Un militar de la tripulación de artillería de la unidad especial de la Policía Nacional vigila el cielo en busca de drones rusos mientras los militares descargan proyectiles para un obús D-30 en una posición en la línea del frente, en medio del ataque de Rusia a Ucrania, en la región de Zaporizhia, Ucrania, el 11 de enero de 2025 - PHOTO/REUTERS
La vieja Europa se ha cansado de tantos años de paz. Desde hace 80 años no sonaban los tambores de guerra en el continente como lo están haciendo ahora

Según la “Enciclopedia del Holocausto”, la causa que detonó el inicio de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) fue el asesinato del archiduque Francisco Fernando, heredero de la corona austrohúngara, y de su esposa, la archiduquesa Sofía, en Sarajevo el 28 de junio de 1914. Una excelente excusa para poner encima de la mesa los intereses y las ambiciones de cada uno de los contendientes.

La Segunda Guerra Mundial (1939-1945) con escenario principal en Europa, fue consecuencia de la anexión de Austria por Alemania en 1938 y la invasión de Polonia un año más tarde. 

También sería interesante en este punto analizar las frustraciones, los acuerdos traicionados y los gigantescos intereses en juego.

Baste solo con decir que, en las acciones ofensivas y anexionistas de Alemania, a quien la historiografía oficial atribuye en exclusiva todos los pecados, contaba siempre con el socio dentro del país engullido o con la pasividad de los enemigos. 

La anexión de Austria, el “anschluss”, fue posible porque el canciller austriaco Kurt Schusnigg se plegó ante Hitler permitiendo que en marzo de 1938 Austria se convirtiera en la provincia alemana Ostmark. 

Francia y Gran Bretaña, declarados enemigos de Alemania, cerraron los ojos y permitieron no sólo el “anschluss”, sino también que Hitler remilitarizara el país y recuperara los Sudetes, la región fronteriza de Checoslovaquia con Alemania. Cuando quisieron reaccionar el 3 de septiembre de 1939, la contienda bélica ya estaba en marcha.

Un año y medio después de la anexión de Austria, el 1º de septiembre de 1939, Alemania invadió Polonia. Y en ese mismo mes Alemania pactó con la Unión Soviética y se dividieron Polonia. 

En el posterior desarrollo de la guerra, que dejaría decenas de millones de muertos, la Alemania de Hitler recibiría el apoyo entusiasta de la Italia de Benito Mussolini, de la Francia del mariscal Phillipe Pétain y su régimen de Vichy, de Bélgica con  el partido Rexista de León Degrelle, de Noruega con el primer ministro Vidkun Quisling, de Suecia donde el Gobierno dirigido por el socialdemócrata Per Albin Hansson ayudó a Hitler a mantener su Ejército durante la invasión de la Unión Soviética, de Gran  Bretaña un tiempo donde el rey Eduardo VIII mostraba su admiración y apego por el nazismo, y de los Estados Unidos donde las grandes empresas industriales y financieras dieron su apoyo a la Alemania nazi: ITT, General Motors, Ford, Coca Cola, y los bancos JP Morgan, Chase Manhattan Bank, el cártel bancario Rothschild y el Banco Internacional de Pagos, entre otros.

Terminada la guerra, firmados todos los armisticios y realizados los juicios de “los vencedores contra los vencidos”, Europa ha vivido quizás el mayor periodo de su historia en paz. 

Pero de nuevo han comenzado a sonar las trompetas del Apocalipsis. Esta vez la justificación es “la invasión rusa de Ucrania”. Los europeos, a excepción de los húngaros, que conocen bien lo que supuso para su país ser aplastado por el Kremlin en la Revolución húngara de 1956, han salido unánimes para apoyar al presidente ucraniano Volodimir Zelenski que quiere continuar la guerra cueste lo que cueste. 

¿Qué intereses tiene Europa en entrar en la contienda ucraniana? Más allá de las frases altisonantes de defender la justicia, la democracia, los derechos internacionales y las fronteras reconocidas por las Naciones Unidas.  

¿Qué sacan de provecho los Gobiernos de Francia, Gran Bretaña, Alemania, España, Italia y los otros miembros de la Unión Europea? 

Estados Unidos, que ha sido el país que más ha contribuido a la guerra en Ucrania durante el mandato del demócrata Joe Biden, con armas y dinero, dice ahora, con el mandato de Donald Trump, que le interesa más la paz, las tierras raras ucranianas y la producción agrícola. Las tres multinacionales estadounidenses del agro, Monsanto, Cargill y Dupont han comprado a Zelenski 17 millones de hectáreas de tierra fértil y controlan de facto el suministro internacional de cereales. 

En cuanto a las tierras raras, minerales estratégicos para la alta tecnología civil y militar, EE. UU. quiere firmar un acuerdo con Ucrania, aunque este país sólo disponga de menos de un 5 % de las reservas mundiales y una gran parte (un 33 %) se encuentran controladas por Rusia, “en los territorios históricos que han regresado a la Federación Rusa, en el Donbass, en Zaporiya y en las áreas cercadas por el Ejército de Putin. Además, Vladimir Putin ha ofrecido a Donald Trump compartir estos recursos. 

Lo primero que gana Europa al fomentar la ayuda militar a Ucrania para que siga con la guerra es engrasar la maquinaria de los complejos industriales-militares franceses, ingleses, alemanes, italianos o españoles. 

Las francesas Dassault, Naval Group, Airbus Group, Safran y Thales, serán las primeras beneficiadas. Lo mismo, las inglesas, British Aircraft, Bae Systems, Aegis, G4S, Control Rysks; las alemanas Rheinmetall AG, Lockheed Martin, Airbus y RTX; las italianas, Leonardo, Augusta, Fincantieri, MBDA, Alenia; o las españolas, Airbus, Navantia, Indra, Santa Bárbara y Expañol, las llamadas “cinco magníficas”. 

Las ayudas europeas a Ucrania en materia militar irán a parar en su mayor parte a estas empresas, en las que, por cierto, concluyen sus carreras políticas ministros de Defensa, jefes de Gobierno, cancilleres, generales jubilados, y jefes de los partidos democráticos que gobiernan en la Unión Europea. No es casualidad que, a su vuelta a Europa desde Washington, el presidente ucraniano aterrizó en Londres donde el primer ministro Keir Starmer le gratificó con una ayuda militar de 2.840 millones de dólares destinados a la producción armamentista, en la que las firmas inglesas querrán jugar el papel principal. 

La justificación que blanden los Gobiernos europeos para seguir armando a Zelenski es “el peligro ruso”, cuando los servicios de inteligencia realmente serios – no las oficinas de reparto informativo fieles a los que mandan – saben que ese peligro es inexistente. Vladimir Putin no puede invadir ningún país europeo.  

Lo único que sí puede hacer es apoyar a las minorías ruso hablantes de países antiguamente pertenecientes a la Unión Soviética, como Moldavia, Bulgaria, Georgia, Armenia, Azerbaiyán, incluso Lituania, para que estas luchen en el terreno político para alcanzar el poder. Es lo que hizo en Ucrania en 2014 en apoyo al presidente Víctor Yanukovich derrocado por Estados Unidos y la OTAN en lo que se conoció como “primavera naranja” o “golpe de Estado del Maidán”. 

¿Se han planteado los Gobiernos europeos, entre ellos el español, la posibilidad de dedicar esas decenas de miles de millones de euros destinadas a armas a Ucrania al desarrollo socioeconómico de Europa, a mejorar el sistema productivo en el campo y en la industria, a mejorar la ingeniería genética, la Inteligencia Artificial destinada al desarrollo y a luchar contra las enfermedades actuales? ¿Y en ese camino a encontrar un plan de paz sólido para Ucrania y para Europa?