“Cuando pienso en mi vocación no temo a la vida”. La frase es del dramaturgo ruso Antón Chéjov, un autor clave en la trayectoria de Luis d´Ors, quien tras ocho años alejado profesionalmente de los escenarios regresa al Fernán Gómez. Una pausa, como él llama a este periodo, en la que descubrió que junto a su vocación teatral nacía otra: la de ser padre. Y tuvo claro lo que tocaba. Vocaciones que alejan miedos para enfrentarse a lo que ha de venir y saber esperar mientras se intenta disfrutar al máximo de esos regalos que hace la vida. Y llegó el momento; primero, como un “impulso amoroso, y, después, fruto de una larga reflexión”.

D´Ors regresa por la puerta grande, y lo hace con una arriesgada e interesante apuesta producida por el Vodevil: la lectura en acción o semimontado de La paura, versión de la obra La paura número uno de Eduardo De Filippo. Los nervios, las tensiones, la falta de tiempo, las dificultades…quedaron tras el escenario en el instante en que se abrió un telón inexistente y aparecieron los actores: la familia Viyuela, por vez primera actuando juntos: Pepe y Elena González y sus hijos Samuel y Camila, además de Pepa Pedroche y Markos Marín. “Un sueño”, dice este director, consciente del maravilloso trabajo realizado por este grupo de “funambulistas”.

Y se hizo realidad el volver a crear, ese soñar y volar, aunque se tengan los pies en el suelo, con la tenacidad y el entusiasmo, con el deseo y el esfuerzo, con sus tardes grises también. Y aquí está de nuevo este director formado en Inglaterra, que defiende la imaginación como parte de la vida, una vida que hay que mirar desde la distancia. Una existencia, la suya, que no entiende sin el teatro, sin amor, sin la luz de la verdad; y un teatro, el de todos, que bien puede entenderse como “catarsis sanadora”.

Ha estado ocho años alejado de los escenarios de forma profesional por una elección personal. ¿Qué le hizo plantearse la vuelta?
Si le soy sincero, no fue una elección. Hice el largo paréntesis de la profesión (porque del teatro, de la enseñanza del teatro, del teatro con los amigos..., nunca me he apartado) por una prioridad familiar. Sentía que, en mi caso, no eran compatibles. Este es un oficio absorbente. Para nadie es fácil combinar las exigencias de cada cosa. Para mí, además, por temperamento, no sé cómo hacerlo a medio gas. No soy un director profesional sino vocacional. Y la vida me ha regalado otra vocación: la de padre. Estoy orgulloso y contento de haber hecho esa pausa, también de retomarlo ahora. Volver a trabajar con la gente de mi oficio y presentar mis trabajos al gran público es para mí una necesidad; también para mi familia, que me apoya, por amor, que es en lo que todo se resume...

Regresa con La paura, una versión de la obra La paura número uno de Eduardo de Filippo, ¿Por qué esta obra y este autor? ¿Fue casual o meditado?
Me gusta recordar siempre a Herman Hesse cuando dice que, en realidad, nuestras decisiones importantes son más fruto de un impulso inconsciente o un enamoramiento y no tanto de razonamientos. Buscamos luego la filosofía que mejor convenga para justificar el paso dado. Amo el teatro de Eduardo desde muy joven cuando leí El arte de la comedia, obra que ayudé a montar para el 15 aniversario de La Abadía. Conocí luego otras muchas genialidades suyas, en particular, La grande Magia. Podría decirle que mis viajes por Italia, las aventuras por Roma con mi amigo Tomás Muñoz, (compinche del teatro, encargado del espacio y la iluminación), aquel inolvidable viaje por Sicilia, otro por Capri, Nápoles y la costa Amalfitana tenían siempre el sabor del teatro de este autor. Eduardo, Italia, los años 50, el cine italiano... eran para nosotros casi una misma cosa.
La paura número uno cayó en mis manos en pleno confinamiento. Encontré en el texto cantidad de imágenes y concomitancias con el momento que vivíamos: el miedo al fin del mundo, los estados de alerta y excepción, los confinamientos, el aprovisionamiento de miles de rollos de papel higiénico, las creencias de unos y de otros...

Por casualidad me enteré de que había muerto la madre de Pepe Viyuela, y lo llamé. Recordamos cómo a su madre le gustaba una primera obra que hicimos al salir de la Escuela de Arte Dramático: Chiquilladas, y decidimos que teníamos que volver a trabajar juntos. Mi devoción por Pepe como persona y como el más genial de nuestros cómicos, y por su familia, hizo lo demás. En el reparto de La Paura había papel para los cuatro, ¡el clan al completo, qué maravilla! Todo casaba, me dijeron que sí casi inmediatamente. La obra está producida por el Vodevil SL, en colaboración con Actores Chéjov y Rotor Media.
La elección de esta propuesta para mi vuelta al teatro fue fruto de un primer impulso amoroso y, después, fruto de una larga reflexión. Eso sí, ¡entusiasmante!

Habla de la familia Viyuela, pero menudo reparto. Regresa por la puerta grande…
Ver a la familia Viyuela, por primera vez, embarcada en esta aventura profesional, es emocionante. Resultaba conmovedor observar cómo llegaban juntos; cómo se quedaban para hacer la carga de los trastos, desvivirse por recopilar los papeles de la empresa, unos requerimientos tan exigentes... En fin, todo eso da para otra obra. Hay una película maravillosa, no muy conocida, de James Ivory, titulada Shakespeare and company, sobre una familia de actores ingleses que representan a Shakespeare por la India colonial. Estos días, Tomás me recordaba esa película, mirando a los Viyuela. Por si esto fuera poco, he tenido la suerte de trabajar con los otros dos componentes del reparto: la gran Pepa Pedroche, una de nuestras damas de la escena (no imagino una Luisa mejor) y Markos Marín, otro actor extraordinario que, además de íntimo de los Viyuela, ha tenido una formación idéntica a todos nosotros en la Escuela de Mar Navarro y en La Abadía. En fin, ¡qué más se puede pedir! Un sueño.

Dice que al leer la obra encontró cierta similitud, pese a la distancia y las circunstancias, entre lo escrito por De Filippo y lo que estábamos viviendo. ¿La historia se repite?
Las personas somos más parecidas de lo que pensamos. En todos los sitios, en todas las épocas, la esencia de lo humano es la misma. Podemos leer una novela rusa del XIX o ver una película afgana o una pintura rupestre y reconocernos, emocionarnos. El mismo principio vale para el teatro: un actor puede encarnar diversos personajes. En realidad, las llamadas identidades diversas son solo circunstanciales. El gran teatro, el de los poetas dramáticos, Sófocles, Shakespeare, De Filippo..., es grande porque trata de lo humano, lo inalterable. Por tanto, respondiendo a su pregunta, pues sí, la historia se repite, claro, si bien no de la misma manera. A los pesimistas yo les preguntaría si cambiarían la época actual por cualquier otra época del pasado. ¡Ni de broma! Por duro que parezca lo actual, en comparación, resulta más llevadero que la vida que les tocó a nuestros padres, ni le cuento a nuestros abuelos... Hay muchos momentos en La paura que resuenan hoy; la mayor perspectiva que tenemos ahora, gracias a Dios, nos hace mirarlo de otra forma. Se pueden poner múltiples ejemplos: el truco de las fake news con el que el tío Arturo convence a Mateo para que crea que el desastre ya ha llegado y se tranquilice...; la pasión por acumular miles de artículos innecesarios en épocas de incertidumbre...; la obsesión por la seguridad, el querer escapar del peligro, aunque ello conlleve un mayor sufrimiento, como es la privación de la libertad…

El desconcierto, la incertidumbre y la certeza de la pandemia que trajo millones de muertos se vivió de muchas formas, ¿dónde está la línea entre lo real y lo imaginario?
Hay una frase en La paura que resume lo que la obra viene a contar, cuando Mateo afirma: "Somos lo que creemos". En el teatro se habla de "creer para crear". Quiere decir que somos creadores de nuestra realidad, responsables de nuestra mirada ante esa realidad: así miramos la vida, así la vivimos. Existe “tú” verdad, existe “mi” verdad, y existe, claro, “La” verdad. Pero esa verdad, solo la vida misma (Dios para los creyentes) puede iluminarla. Se podría decir que el tema de todo el teatro eduardiano es este. Nunca define qué es verdad, y qué es lo imaginado. Al fin y al cabo, la imaginación es parte de la vida, y tiene claras consecuencias sobre la realidad, ¿no le parece?
En La paura aborda un tema dramático: el miedo y sus consecuencias en la cotidianidad, pero lo llena de tintes que buscan provocar la sonrisa. ¿Qué es para usted el humor?
Necesitamos poner distancia para mirar la vida. El arte es eso, mirar la vida. En cuanto te distancias, ves con más claridad. La distancia sobre el dolor es lo que permite en la comedia que te rías. El ejemplo más extremo lo experimenté en una obra sobre la muerte, titulada A minute too late. El público se tiraba por el suelo de la risa. Literalmente. De Fillipo, que vivió todo el siglo XX, un siglo convulso, es un experto en ese tono tragicómico. Trata siempre lo más cruel y duro con esa distancia teatral y consigue despertar las carcajadas y la sonrisa tierna, compasiva. Es un genio. En la obra de La paura hay un personaje que aún tiene más miedo que Mateo, la signora Luisa. En manos de otro dramaturgo, se hubiera hecho odioso. Eduardo es capaz de que asumamos su punto de vista, que la comprendamos, a pesar de sus terribles errores...

En este sentido, ¿cree que el teatro es catarsis? ¿Qué la sonrisa puede sanar?
El simple hecho de encontrarnos en un mismo lugar y tiempo con otros para presenciar juntos esa mirada a la vida, eso es ya una catarsis sanadora. El teatro, el arte en general, es imprescindible para vivir. Por eso forma parte de nuestra cultura desde el inicio de los tiempos; por eso nos acompañara siempre.
Hace una apuesta arriesgada con un formato poco usual en España para su puesta en escena ¿le da cierta “paura” este riesgo? ¿En qué sentido hace más participe al espectador?
Todo gran actor es un funambulista: ellos lo son, los seis. Se subieron a la cuerda floja y no solo no se cayeron al vacío, sino que empezaron a hacer cabriolas. La gente no tiene porqué saber que esto de leer y actuar es dificilísimo, que han tenido solo 5 días... En cada ensayo, me quedaba con la boca abierta por lo que estaban haciendo, cumpliendo todo lo establecido, con una humildad y una confianza propias de los grandes, como ellos. A la gente le encanta ver las tripas del teatro, cómo puedes sumergirte en una ficción y al mismo tiempo ver cómo se construye el artefacto.
Antes de desearle “mucha mierda” (como dicen ustedes, “los cómicos”), dígame ¿por qué debería ir a verla?
En la época de la Compañía de los Filippo, como decía Fellini, se iba al teatro a pasar una tarde inolvidable. Era tiempos en que la gente reservaba toda esa tarde para ir al banquetazo: ver a los De Filippo. Había muchos actores, dos entreactos, comían, los espectadores conversaban sobre sus vidas y la obra… Hoy estamos llenos de planes, con muchos frentes abiertos, pero tenemos el tiempo justo. El confinamiento nos enseñó a pararnos, a hacer una pausa y respirar. Según te haces mayor, te vas dando cuenta de la necesidad de parar y tomar tu tiempo para estar en gozosa soledad, meditar y hacer cosas gratuitas, y el arte está en este territorio. Respondiendo a su pregunta, si quiere pasarlo genial, emocionarse, reírse, reflexionar, compartir un rato con sus amigos, entonces, venga verla, porque será un regalo para su alma.