Susana Campo/lainformacion.com
Pie de foto: El Papa Francisco llega a Lesbos para sacudir conciencias. El Pontífice pidió al mundo que responda "de modo digno" a la crisis migratoria. Dos de las tres familias provienen de Damasco y una de Deir Azor, en la zona ocupada por la organización yihadista Daesh.
“Somos todos migrantes", afirmó este sábado el papa Francisco durante una visita a la isla griega de Lesbos, de donde partió al Vaticano con 12 refugiados sirios musulmanes y pidió al mundo que responda "de modo digno" a la crisis migratoria. El viaje de apenas cinco horas a Lesbos, puerta de entrada de los refugiados en Europa, estuvo marcado por muestras de cariño hacia todos los que huyen de la guerra y la miseria y de llamamientos a la solidaridad internacional.
Francisco habló con familias de refugiados. Los niños le mostaron y le regalaron dibujos sobre sus vidas. Saludó a las mujeres y a los hombres y a quienes se lo pidieron, les dio la bendición. Algunos contaron a Francisco experiencias terribles que vivieron durante su huida, mientras que otros relataron que se encuentran atrapados en la isla mientras que sus familias están en Alemania.
Tres familias viajan a Roma con el Papa
El Pontífice quiso ir más allá de las palabras y predicar con el ejemplo: tres familias de refugiados, doce personas, de las cuales seis menores de edad, han viajado con el Papa a Roma. Las familias serán acogidas por la Comunidad de San Egidio. Dos de las tres familias provienen de Damasco y una de Deir Azor, en la zona ocupada por la organización yihadista Estado Islámico.
El pasado otoño, cuando Europa central empezaba a levantar muros contra el flujo de migrantes, el papa pidió a cada parroquia del continente que acogiera a una familia, sin diferenciar entre los que huyen de la violencia y los que escapan de la miseria. El mensaje papal tropieza con los movimientos xenófobos en pleno auge en Europa, pero también con las reticencias de muchos cristianos frente a la llegada masiva de musulmanes.
¡No estáis solos!
"Somos todos migrantes", proclamó poco antes de emprender el viaje de vuelta en una oración común con el patriarca de Constantinopla Bartolomé y el arzobispo ortodoxo de Atenas y de toda Grecia, Jerónimo. Los tres pasaron varias horas en el centro de registro de Moria, donde están confinados unos 3.500 migrantes que pueden ser expulsados por haber llegado después del 20 de marzo.
"Quiero deciros que no estáis solos (...) ¡No perdáis la esperanza!", afirmó el papa, que espera que el mundo "responda de un modo digno" a la crisis humanitaria. En Moria, el papa estrechó cientos de manos, dio bendiciones, escuchó un coro de adolescentes y recogió dibujos de niños.
"¡Freedom!" (libertad) gritaban los migrantes, que lo recibieron con pancartas en las que se leía "Help" (ayúdennos).
"¡Bendígame!", le dijo llorando un migrante arrodillándose a sus pies.
Antes de un almuerzo con unos refugiados, el Papa junto con el Patriarca de Constantinopolitana Bartolomé y por el arzobispo de Atenas y de toda Grecia Jerónimo hicieron una declaración en la que piden al mundo que "responda con valentía".
Los refugiados de Moria viven en condiciones terribles, según las oenegés, desde que Europa endureció las medidas frente al éxodo iniciado en 2015. Un endurecimiento marcado sobre todo por el cierre de la ruta de los Balcanes y el acuerdo entre la UE y Turquía.
El primer ministro de izquierda griego, Alexis Tsipras, aprovechó la visita papal para criticar a "algunos socios europeos que han levantado muros en nombre de la Europa cristiana".
"Son personas no números", dijo el Papa en el puerto de Lesbos
No hay que olvidar que los migrantes "a ntes que números, son personas, rostros, nombres, historias", insistió el papa en el puerto de Mitilene. El papa recordó a los muertos en la travesía e instó a luchar " firmemente contra la proliferación y el tráfico de armas".
Tras guardar un minuto de silencio, los tres representantes religiosos lanzaron cada uno una corona de flores al mar en memoria de las víctimas. En lo que va de año, 375 migrantes, en su mayoría niños, se ahogaron intentando cruzar el mar Egeo. Otros cientos murieron en 2015.
Una muchedumbre asistió a la ceremonia; algunos manifestantes protestaron contra las expulsiones previstas a Turquía, incluso para los solicitantes de asilo sirio. " Pido asilo político en Grecia", proclamaba una pancarta.
El número de muertes en el mar ha descendido tras la entrada en vigor del acuerdo entre Ankara y la UE, debido a que el número de llegadas a las islas griegas pasó de varios miles diarios a unas decenas. Sin embargo, el mismo día en el que Papa llegaba a Moria, una embarcación con decenas de personas fue interceptada por los guardas costas. Al menos un bebé murió ahogado.
Una mujer y una niña emocionadas, los rostros de la desesperación en Lesbos
La visita del Papa Francisco a Lesbos deja imágenes del dolor y la desesperación de los refugiados que están atrapados en la isla helena . Las lágrimas y los lamentos han marcado una jornada histórica en la que el Santo Padre se ha reunido con los refugiados mientras la Unión Europea ejecuta un controvertido plan para deportarlos a Turquía.
Muchos refugiados se arrodillaron y lloraron en su encuentro con el papa en el centro de detención de Moria, en la isla griega de Lesbos. Otros corearon “¡Libertad! ¡Libertad!” a su paso. Francisco se inclinó ante una niña arrodillada que lloraba desconsoladamente. Una mujer le dijo que su marido estaba en Alemania y que ella está varada en Lesbos con sus dos hijos. Otra grita que se quiere ir.
Tras saludar a un centenar de refugiado, el Santo Padre ha pronunciado unas palabras en las que ha dicho a los asistentes que “no estáis solos (…) Muchos de vosotros os habéis visto obligados a huir de situaciones de conflicto y persecución, sobre todo por el bien de vuestros hijos, por vuestros pequeños”.
Después del discurso, se ha dirigido al campo de refugiado de Moria para saludar a una decena de refugiados. Según la prensa loca, el papa Francisco volverá a Roma con 10 refugiados de grupos vulnerables, miembros de familias monoparentales, madres con niños, y personas con discapacidad y con problemas de salud, han informado medios locales.
La agencia de noticias griega AMNA informó que el Papa pidió el viernes poder hacer esta acción simbólica y la Agencia griega de Coordinación de Refugiados confirmó también la petición realizada por el Santo Padre.
Primer discurso íntegro del Papa en Lesbos
Queridos amigos
He querido estar hoy con vosotros. Quiero deciros que no estáis solos. En estas semanas y meses, habéis sufrido mucho en vuestra búsqueda de una vida mejor. Muchos de vosotros os habéis visto obligados a huir de situaciones de conflicto y persecución, s obre todo por el bien de vuestros hijos, por vuestros pequeños. Habéis hecho grandes sacrificios por vuestras familias. Conocéis el sufrimiento de dejar todo lo que amáis y, quizás lo más difícil, no saber qué os deparará el futuro. Son muchos los que como vosotros aguardan en campos o ciudades, con la esperanza de construir una nueva vida en este Continente.
He venido aquí con mis hermanos, el Patriarca Bartolomé y el Arzobispo Hieronymos, sencillamente para estar con vosotros y escuchar vuestras historias. Hemos venido para atraer la atención del mundo ante esta grave crisis humanitaria y para implorar la solución de la misma. Como hombres de fe, deseamos unir nuestras voces para hablar abiertamente en vuestro nombre. Esperamos que el mundo preste atención a estas situaciones de necesidad trágica y verdaderamente desesperadas, y responda de un modo digno de nuestra humanidad común.
Dios creó la humanidad para ser una familia; cuando uno de nuestros hermanos y hermanas sufre, todos estamos afectados. Todos sabemos por experiencia con qué facilidad algunos ignoran los sufrimientos de los demás o, incluso, llegan a aprovecharse de su vulnerabilidad. Pero también somos conscientes de que estas crisis pueden despertar lo mejor de nosotros. Lo habéis comprobado con vosotros mismos y con el pueblo griego, que ha respondido generosamente a vuestras necesidades a pesar de sus propias dificultades. También lo habéis visto en muchas personas, especialmente en los jóvenes provenientes de toda Europa y del mundo que han venido para ayudaros. Sí, todavía queda mucho por hacer. Pero demos gracias a Dios porque nunca nos deja solos en nuestro sufrimiento. Siempre hay alguien que puede extender la mano para ayudarnos.
Este es el mensaje que os quiero dejar hoy: ¡No perdáis la esperanza! El mayor don que nos podemos ofrecer es el amor: una mirada misericordiosa, la solicitud para escucharnos y entendernos, una palabra de aliento, una oración. Ojalá que podáis intercambiar mutuamente este don. A nosotros, los cristianos, nos gusta contar el episodio del Buen Samaritano, un forastero que vio un hombre en necesidad e inmediatamente se detuvo para ayudarlo. Para nosotros, es una parábola sobre la misericordia de Dios, que se ofrece a todos, porque Dios es "todo misericordia". Es también una llamada para mostrar esa misma misericordia a los necesitados. Ojalá que todos nuestros hermanos y hermanas en este Continente, como el Buen Samaritano, vengan a ayudaros con aquel espíritu de fraternidad, solidaridad y respeto por la dignidad humana, que los ha distinguido a lo largo de la historia.
Queridos amigos, que Dios os bendiga a todos y, de modo especial, a vuestros hijos, a los ancianos y aquellos que sufren en el cuerpo y en el espíritu. Os abrazo a todos con afecto. Sobre vosotros y quienes os acompañan, invoco los dones divinos de fortaleza y paz.
Segundo discurso íntegro del Papa en Lesbos
Distinguidas Autoridades
Queridos hermanos y hermanas
Desde que Lesbos se ha convertido en un lugar de llegada para muchos emigrantes en busca de paz y dignidad, he tenido el deseo de venir aquí. Hoy, agradezco a Dios que me lo haya concedido. Y agradezco al Presidente Paulopoulos haberme invitado, junto al Patriarca Bartolomé y al Arzobispo Hieronymos.
Quisiera expresar mi admiración por el pueblo griego que, a pesar de las graves dificultades que tiene que afrontar, ha sabido mantener abierto su corazón y sus puertas. Muchas personas sencillas han ofrecido lo poco que tenían para compartirlo con los que carecían de todo. Dios recompensará esta generosidad, así como la de otras naciones vecinas, que desde el primer momento han acogido con gran disponibilidad a muchos emigrantes forzados.
Es también una bendición la presencia generosa de tantos voluntarios y de numerosas asociaciones, las cuales, junto con las distintas instituciones públicas, han llevado y están llevando su ayuda, manifestando de una manera concreta su fraterna cercanía.
Quisiera renovar hoy el vehemente llamamiento a l a responsabilidad y a la solidaridad frente a una situación tan dramática. Muchos de los refugiados que se encuentran en esta isla y en otras partes de Grecia están viviendo en unas condiciones críticas, en un clima de ansiedad y de miedo, a veces de desesperación, por las dificultades materiales y la incertidumbre del futuro.
La preocupación de las instituciones y de la gente, tanto aquí en Grecia como en otros países de Europa, es comprensible y legítima. Sin embargo, no debemos olvidar que los emigrantes, antes que números son personas, son rostros, nombres, historias. Europa es la patria de los derechos humanos, y cualquiera que ponga pie en suelo europeo debería poder experimentarlo. Así será más consciente de deberlos a su vez respetar y defender. Por desgracia, algunos, entre ellos muchos niños, no han conseguido ni siquiera llegar: han perdido la vida en el mar, víctimas de un viaje inhumano y sometidos a las vejaciones de verdugos infames.
Vosotros, habitantes de Lesbos, demostráis que en estas tierras, cuna de la civilización, sigue latiendo el corazón de una humanidad que sabe reconocer por encima de todo al hermano y a la hermana, una humanidad que quiere construir puentes y rechaza la ilusión de levantar muros con el fin de sentirse más seguros. En efecto, las barreras crean división, en lugar de ayudar al verdadero progreso de los pueblos, y las divisiones, antes o después, provocan enfrentamientos.
Para ser realmente solidarios con quien se ve obligado a huir de su propia tierra, hay que esforzarse en eliminar las causas de esta dramática realidad: no basta con limitarse a salir al paso de la emergencia del momento, sino que hay que desarrollar políticas de gran alcance, no unilaterales. En primer lugar, es necesario construir la paz allí donde la guerra ha traído muerte y destrucción, e impedir que este cáncer se propague a otras partes. Para ello, hay que oponerse firmemente a la proliferación y al tráfico de armas, y sus tramas a menudo ocultas; hay que dejar sin apoyos a todos los que conciben proyectos de odio y de violencia. Por el contrario, se debe promover sin descanso la colaboración entre los países, las organizaciones internacionales y las instituciones humanitarias, no aislando sino sosteniendo a los que afrontan la emergencia. En esta perspectiva, renuevo mi esperanza de que tenga éxito la primera Cumbre Humanitaria Mundial, que tendrá lugar en Estambul el próximo mes.
Todo esto sólo se puede hacer juntos: juntos se pueden y se deben buscar soluciones dignas del hombre a la compleja cuestión de los refugiados. Y para ello es también indispensable la aportación de las Iglesias y Comunidades religiosas. Mi presencia aquí, junto con el Patriarca Bartolomé y el Arzobispo Hieronymos, es un testimonio de nuestra voluntad de seguir cooperando para que este desafío crucial se convierta en una ocasión, no de confrontación, sino de crecimiento de la civilización del amor.
Queridos hermanos y hermanas, ante las tragedias que golpean a la humanidad, Dios no es indiferente, no está lejos. Él es nuestro Padre, que nos sostiene en la construcción del bien y en el rechazo al mal. No sólo nos apoya, sino que, en Jesús, nos ha indicado el camino de la paz. Frente al mal del mundo, él se hizo nuestro servidor, y con su servicio de amor ha salvado al mundo. Esta es la verdadera fuerza que genera la paz. Sólo el que sirve con amor construye la paz. El servicio nos hace salir de nosotros mismos para cuidar a los demás, no deja que las personas y las cosas se destruyan, sino que sabe protegerlas, superando la dura costra de la indiferencia que nubla la mente y el corazón.
Gracias a vosotros, porque sois los custodios de la humanidad, porque os hacéis cargo con ternura de la carne de Cristo, que sufre en el más pequeño de los hermanos, hambriento y forastero, y que vosotros habéis acogido (cf. Mt 25,35).