¿Y si Trump quisiera liquidar la OTAN?

Desde antes incluso de tomar posesión de la Casa Blanca, el presidente Donald Trump no ha cesado de insistir en sus reivindicaciones de seguridad que considera esenciales: la aportación de los países miembros de la OTAN de un 5 % de su PIB para el mantenimiento de las capacidades y sostenimiento de esta, al tiempo que redobla sus amenazas (el término es apropiado) de hacerse con el control de Groenlandia y del Canal de Panamá.
Todo ello parece estar interconectado, de manera que de las conclusiones del análisis conjunto pudiera desprenderse que la presunta nueva doctrina aislacionista de la Administración norteamericana le llevaría a conformar su propio espacio de seguridad en la totalidad del territorio de América del Norte, incluidos Canadá y México más Groenlandia.
Tal estrategia haría consiguientemente innecesaria la OTAN, en tanto que sus principales beneficiarios han sido siempre, y lo seguirían siendo en el futuro, los países europeos.
Para un presidente con su consabida mentalidad empresarial, seguir aportando entonces el 80 % del presupuesto total a una organización político-militar que no le reporta valor añadido lo considera un despilfarro, máxime si resulta que, además, los beneficiarios principales de la OTAN, los europeos, tienen muy interiorizado un antiamericanismo a menudo visceral, que ha sido una de las principales señas de identidad de la izquierda, y más especialmente de la neocomunista.
Formulada, pues, con la brutalidad dialéctica que le caracteriza, la exigencia de Trump de que los europeos se rasquen el bolsillo hasta un 5 % de su PIB es interpretable como un indicio bastante inequívoco de que estaría aprestándose a liquidar la OTAN si tal requisito no se cumple.
Y, ciertamente, es una exigencia bastante difícil, por no decir imposible, de realizar. Acostumbrados los europeos a un generoso estado de bienestar único en el mundo, generador de crecientes derechos y exigencias, el inevitable recorte entonces de las partidas presupuestarias sociales -ya saben, pensiones, sanidad, educación e infraestructuras, fundamentalmente- para destinar ese dinero a aumentar los efectivos y las capacidades militares provocarían violentas revueltas en toda la Unión Europea, con el riesgo evidente de su estallido.
Quienes toman esta hipótesis como improbable o simplemente exagerada, quizá no tengan en cuenta que Trump tiene un dóberman en la reserva, que no es otro que el presidente de Rusia, Vladimir Putin. Una Europa privada del paraguas defensivo de la OTAN, es decir de la contribución de Estados Unidos a la misma, dejaría el campo libre al invasor de Ucrania para que hiciera lo que quisiera con Europa, empezando por los territorios desgajados de su imperio a raíz de la implosión de la Unión Soviética en 1991.
La guerra comercial, cuyo estallido es inminente, es otro ingrediente más que demostraría que hemos entrado en el nuevo (des)orden mundial, escenario en el que cada hiperpotencia –EE. UU. y China, fundamentalmente- busca imponer su hegemonía, y en donde los demás han de buscarse la vida. Como ya se ha visto en el plan presentado por la presidente de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, hay voluntad en la UE de sacudirse la modorra. Admitámoslo, pero entonces habrá que acelerar el proceso de cambio, aligerando a marchas forzadas la pesada burocracia que lastra al conglomerado comunitario, tanto más apresuradamente cuanto que la conflagración entre los grandes actores está camino de alcanzar el punto fatal de ignición.
Para la próxima cumbre de la OTAN, a celebrar en junio en La Haya, es muy posible que Trump haya cimentado ya sus planes, incluidos tal vez los de liquidar la organización, y dejar entonces a la intemperie a los europeos.
Convendría a estos no presentarse entonces con las manos vacías, a verlas venir y dejarlas pasar, no ya para demostrar que la UE quiere de verdad pintar algo en el nuevo orden mundial, sino también para no servir de pasto a quienes se repartirían muy a gusto los jirones de nuestra soberanía.
Se impone estudiar y tener preparadas nuevas estrategias, que desde luego no deberían realizar líderes y partidos incapaces de concebir nuevos e ilusionantes proyectos a una sociedad europea envejecida, casi totalmente resignada en su conjunto a vivir del pasado y a que su nublado futuro sea imposible de cambiar.