Asia-Pacífico, mucho más que cosa de dos

Y, aunque debido a los movimientos de la nueva administración norteamericana, el foco está puesto inevitablemente en Ucrania, no debemos perder de vista el motivo real de estos. Ya durante el pasado mandato del actual inquilino de la Casa Blanca quedó patente que el foco de la política exterior de EE. UU. estaba virando para centrarse en la región Asia-Pacífico. Para Estados Unidos, el verdadero rival a medio y largo plazo no es otro que la República popular de China, y el escenario de su pugna va a ser dicha región, en un marco eminentemente marítimo. Pero para poder dedicar la mayor parte de sus esfuerzos a ese reto, es imprescindible reducir presencia e implicación en otras regiones, y de ahí la urgencia por tratar de resolver o aminorar problemas como el de Próximo Oriente (recordemos los acuerdos de Abraham), o sentar las bases como hizo entonces para la retirada de Afganistán. Es este segundo asalto, junto con el repliegue paulatino de las fuerzas que aún permanecen en países como Siria y la menor implicación en toda esa región, le ha llegado el turno a Europa, con el conflicto generado por la invasión rusa de Ucrania como epicentro. Y todo ello, como ya hemos mencionado, con la vista y el objetivo puesto en el Indo-Pacífico.
Es ahí donde se va a jugar la próxima partida. Rusia ya no supone una amenaza para EE. UU., ni en el plano militar ni en el plano económico, que a la postre es el que de verdad importa y marca la agenda, los movimientos y las alianzas. Y, sin embargo, en caso de que la guerra en Ucrania finalice (sin entrar a valorar el cómo, ni lo justo o injusto del modo en que suceda, pues no es el objeto de este trabajo), China, que se ha perfilado como el nuevo “gran rival” de EE. UU., puede que sea uno de los países más perjudicados, si no el que más. Por un lado, porque gracias a la guerra, y a las sanciones impuestas a Rusia, Moscú se ha visto obligado a buscar vías alternativas para dar salida a su mayor fuente de ingresos, los recursos energéticos, y una de las vías ha sido suministrar el tan necesario gas y petróleo a China a precios realmente bajos. El país asiático, deficitario en este tipo de activos, necesita ingentes cantidades de energía para el funcionamiento de su inmensa industria, y la débil posición de Rusia ha sido como un maná caído del cielo. En el momento en que Rusia pueda volver a la normalidad, Pekín habrá de acusar el golpe. Pero además, hay otro factor importante. China, conocedora de la difícil situación de Rusia, y de la importancia de la región del Ártico, zona donde Rusia es el país con más kilómetros de costa, manifestó hace poco más de un año su interés por jugar un papel relevante en la misma. Todo ello sin ser una de las cinco naciones árticas. Eso, de poder llevarse a cabo, sólo sería viable con la connivencia o colaboración de una de esas cinco naciones, y qué mejor oportunidad que una Rusia debilitada y necesitada de ingresos y trasvase de tecnología y componentes necesarios para mantener el esfuerzo bélico, a la que forzar a alcanzar acuerdos beneficiosos para el país asiático. Amén de conseguir una posición privilegiada para participar de la codiciada ruta del norte, cerrando así el círculo de la conocida como “Nueva Ruta de la Seda”.
Pero cuando nos referimos a la región Asia-Pacífico no podemos obviar a un actor principal que también tiene mucho que decir sobre lo que allí suceda. Actor que, además de tener serias diferencias con China, se siente amenazado por los movimientos que lleva aparejado el establecimiento de la ruta de la seda (el conocido como “Collar de perlas”) y que tradicionalmente ha sido más cercano a la órbita de la antigua Unión Soviética primero y de Rusia después. Y es más que notorio que su posicionamiento en este enfrentamiento puede ser determinante.
Nos referimos, cómo no, a la India. India juega un papel fundamental en la geopolítica actual como una potencia emergente que busca equilibrar sus relaciones con EE. UU., China y Rusia, mientras refuerza su autonomía estratégica. Su posición es clave en la región del Indo-Pacífico y en el sistema multipolar en construcción.
A pesar del tradicional descontento de Pekín por los estrechos vínculos de Moscú con Nueva Delhi, que en no pocas ocasiones han entrado en conflicto con los intereses territoriales de China, en el actual contexto de intensificación de la competencia estratégica entre China y EE.UU., Pekín ha tolerado en gran medida la participación de Rusia en estos conflictos territoriales, especialmente en la disputa chino-india, como un instrumento útil para evitar que Nueva Delhi se incline más hacia Washington.
Pero la aparente mejoría de las relaciones y vínculos de Estados Unidos, tanto con India como con otros países de la región, en el actual escenario de fricciones con China, entender cuándo y dónde entran en conflicto las relaciones rusas con Nueva Delhi es vital para navegar en un complejo entorno geopolítico.

China tiene multitud de disputas territoriales pendientes con sus países vecinos. Su lucha territorial terrestre con India y sus disputas marítimas con Vietnam son especialmente tensas, dados los conflictos militares históricos y los recientes enfrentamientos que se han cobrado vidas de todas las partes. Sin embargo, el socio cada vez más cercano, o deberíamos decir, dependiente de China, Rusia, mantiene estrechas relaciones tanto con Nueva Delhi como con Hanoi.
Por ello, hemos de ser conscientes de que las acciones de Pekín hacia Moscú no están determinadas únicamente por los condicionantes de la relación bilateral chino-rusa, sino también por las dinámicas e interacciones que implican a múltiples terceros actores y en múltiples direcciones. Como consecuencia, la creciente asimetría de poder entre China y Rusia no se traduce necesariamente, por el momento, en un aumento equivalente de la influencia de Pekín sobre Moscú que le permita presionar por un mayor apoyo ruso en las disputas territoriales chinas con India y Vietnam.
Con el paso del tiempo, la relación sino-rusa se ha estrechado y se ha vuelto cada vez más asimétrica, especialmente desde el final de la Guerra Fría. La robusta economía de China y su creciente influencia mundial se han yuxtapuesto al estancamiento económico y la disminución de poder de Rusia. Este desequilibrio en beneficio de Pekín se ha visto exacerbado por la imposición de sanciones económicas internacionales a Rusia a raíz de la crisis de Crimea de 2014 y la invasión de Ucrania en 2022. Lo que algunos observadores predijeron al contemplar la evolución de la guerra se ha materializado, y puede afirmarse que Rusia, en cierto modo, se ha convertido en un “socio menor” de China, lo que permitirá a Pekín presionar para conseguir un mayor apoyo ruso a las reivindicaciones chinas en sus disputas territoriales con India y Vietnam y en sus aspiraciones en la región ártica, zona clave en el tablero geopolítico y que jugará un papel clave en un futuro no muy lejano.

La cuestión es, ¿hasta qué punto China puede aprovechar su posición favorable de poder para obligar a un mayor apoyo ruso? Tomando como referencia documentos de archivo, escritos académicos chinos, memorias y entrevistas con expertos chinos, se deduce que el antiguo descontento de Pekín con los estrechos vínculos de Moscú con Nueva Delhi y Hanoi nace durante el periodo de la Guerra Fría, contribuyendo en parte, si no a la ruptura, sí al distanciamiento en las relaciones sino-soviéticas. Sin embargo, durante el periodo posterior a la caída del muro, y por ende del bloque soviético, Pekín ha adoptado un enfoque hacia la implicación de Rusia en estas disputas completamente diferente al de la época de la guerra fría. China ha tolerado la implicación de Rusia en estos conflictos territoriales, especialmente en la lucha sino-india, considerando a Moscú como un instrumento útil para evitar que Nueva Delhi y Hanoi se inclinaran aún más hacia Washington acercándose a su órbita.
Pero en el escenario actual, desentrañar el enfoque chino de las relaciones de Rusia con sus otros socios, especialmente India y Vietnam, es crucial para las consideraciones políticas de Estados Unidos, pues nos arroja luz sobre al menos dos aspectos clave de la estrategia estadounidense hacia el Indo-Pacífico. En primer lugar, proporciona una comprensión imprescindible de las características de las relaciones sino-rusas al poner de relieve una discrepancia entre Pekín y Moscú que viene de lejos, pero que a menudo se pasa por alto, ofreciendo ideas sobre cómo las políticas estadounidenses podrían explotar esta discrepancia. En segundo lugar, este conocimiento ayuda a abordar el reto de cómo Estados Unidos y sus aliados deben manejar sus relaciones con India y Vietnam.
Lo expuesto hasta el momento nos demuestra que ese nuevo centro de gravedad geopolítico hacia el que pivota el mundo es mucho más complejo de lo que nos quieren hacer ver, y que no se reduce ni mucho menos a una pugna entre China y Estados Unidos. Tenemos un tercer actor principal que llegado el momento tendrá mucho que decir, y que incluso podría decantar la balanza hacia un lado u otro. Y, dadas las circunstancias actuales, con el debilitamiento de Rusia a consecuencia de la guerra, aunque de forma sutil y sin precipitarse, observamos como el acercamiento de Nueva Delhi con Washington es cada vez mayor. Y si lo analizamos bien, es un movimiento natural, pues India necesita apoyos que le ayuden a contrapesar el incesante incremento de la presencia China en los mares que la rodean, y EEUU necesita un aliado fuerte en la región en el que apoyarse para equilibrar sus fuerzas, y no nos referimos sólo a las militares (no olvidemos el inmenso potencial económico y de talento que supone la India) en esa lucha por el momento incruenta por controlar el que será el nuevo epicentro del poder mundial.