“Cuanto más débiles sean nuestras democracias, más incapaces seremos de contribuir a la paz mundial”

El mundo está muy convulso, casi patas arriba. La preocupación ante ello es profunda y no sé hasta qué punto es posible que pueda estallar un conflicto de carácter más universal…
Es profundamente preocupante. Tuve una conversación muy larga e interesante con un compañero y amigo, embajador de España, cuyo nombre obviamente omitiré, con este mismo origen: que el mundo está muy revuelto y muy inestable. Y él hizo un ejercicio interesante: me contó que, visitando a un medio de comunicación, le dieron la portada del día de su nacimiento, y ese año estaba ardiendo París, estaba todo el ambiente pre-revolucionario en Europa, miles de muertos en la guerra de Vietnam…
Lo cierto es que sí, el mundo ha estado revuelto muchas veces, pero ahora tenemos multitud de convulsiones de diferente intensidad, que están convergiendo en un tiempo muy corto, y esto no se ha visto antes. Estamos viendo además un debilitamiento de las instituciones democráticas en países que antes jamás habían dudado de su estabilidad política ni habían tenido problemas de credibilidad en sus instituciones. Sin embargo, en este momento una parte de sus poblaciones, ya desde la extrema derecha o desde la extrema izquierda, están poniendo en duda la legitimidad, la viabilidad de las instituciones de su sistema democrático, de sus democracias. A esto se le une el hecho de que estamos todavía con el conflicto ucraniano abierto de par en par, con una crisis gravísima de suministro de armamento, de sistemas defensivos, de misiles antimisiles, de misiles antidrón y de munición a Ucrania. Y todo se agrava con la perspectiva de una posible victoria de Trump, porque sabemos que el candidato a la presidencia de los Estados Unidos es frontal y abiertamente contrario a continuar con la ayuda a Ucrania.
A esto hay que añadirle la inestabilidad en algunos países de la Unión Europea, supuestamente el club de democracias más avanzadas del mundo y el faro de estabilidad política y de democracia, que ahora tiene problemas muy serios en diferentes países, incluido el nuestro. Por no hablar de los países donde el extremismo se está arraigando de manera muy preocupante. Pero me preocupa muy especialmente la consolidación sanguinaria de los regímenes tiránicos en diferentes partes del mundo. Me temo, además, que la pasividad que estamos viendo, que está confundiéndose con una política y un pragmatismo que no son tales, sino simple cobardía y renuncia a los principios: dejar de presionar a Venezuela para que reconozca la victoria de la oposición; dejar de presionar a Nicaragua, que se ha convertido en un régimen bárbaro y opresivo, como pocas veces se ha visto en la historia de América Latina; dejar completamente olvidadas las exigencias de democratización y apertura a Cuba; de no señalar con el dedo acusador la permanente interferencia desestabilizadora de Irán en la región, que no tiene ninguna consecuencia porque se le han levantado las sanciones…
Además, estamos intentando presentar un éxito diplomático como es el intercambio de prisioneros, como la panacea universal. Esto es una consecuencia de la tiranía del régimen ruso: como ellos utilizan a los ciudadanos de nuestros países como rehenes, a cambio de conseguir la liberación de rehenes, estamos liberando a peligrosísimos delincuentes y espías.

Las noticias falsas, el apoyo de ciertos sectores de extrema izquierda a un buenismo en Europa que esconde una falta de respeto a los principios y valores, como hemos visto en la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos, debilitan aún más a las democracias liberales, consolidadas después de la Segunda Guerra Mundial, y que tanto progreso, estabilidad y seguridad han proporcionado durante todos estos años. ¿Hay gente que no se da cuenta de que lo que realmente está en peligro es nuestra vida cotidiana, la seguridad y la comodidad que hemos tenido hasta ahora?
Lamentablemente, quienes vivimos en democracia, especialmente los más jóvenes, que nunca han tenido que cuestionarse que viven en un régimen de libertades, con una de las constituciones más avanzadas del mundo, pese a que algunos partidos políticos presentes se empeñen en destrozarla o en cuestionar nuestro sistema de valores democráticos, no nos damos cuenta de que, como pocas veces antes y mucho más que en el 68 o que en los años 70, la democracia en sí es la que está en peligro. Antes había una enemistad de sistemas: el bloque soviético era el enemigo de las democracias, pero éstas, aunque tenían enemigos dentro, alentados por la KGB, no dejaban de ser enemigos principalmente externos con un leve apoyo interno. Hoy tenemos la inestabilidad arraigada en nuestro seno, en nuestras democracias. Y hay que decirlo con toda claridad: cuanto más débil sea nuestro sistema democrático, cuanto más débiles sean nuestros países, que han sido el faro de estabilidad de democracia durante el último siglo, más incapaces seremos de contribuir a la paz y la estabilidad mundiales, a la extensión y la consolidación de la democracia en países que hoy están gobernados por regímenes autoritarios, dictatoriales y opresivos. Y toda la realidad geopolítica que estamos analizando en este momento está catalizada de manera muy clara por la debilidad de las democracias occidentales. La izquierda ha sido completamente secuestrada por la extrema izquierda y está adoptando su ideología radical, sus postulados tremendistas y autodestructivos, y no hacen más que avanzar a pasos agigantados hacia regímenes autoritarios de extrema izquierda.
¿Y sobre la figura de Valdimir Putin?
Cuando analizamos a Vladimir Putin, lamentablemente tenemos que decir que los dos extremos lo tienen como salvador. Por una parte, la izquierda extrema y la no tan extrema le consideran como una especie como de reencarnación postsoviética del imperio comunista, que es el mejor y más eficaz enemigo de Occidente. Y por otra, en la derecha estamos viendo que en el momento en que cualquier analista mínimamente ponderado, equilibrado y moderado hace una crítica a Putin o a su régimen, se le lanzan a la yugular y le critican. Incomprensiblemente, una buena parte de la derecha extrema considera a Vladimir Putin el salvador de las esencias de la Europa blanca y cristiana, lo cual es un perfecto disparate. Primero, porque Europa es diversa, es multirracial, multicultural y multirreligiosa. El querer seguir empeñados en expulsar del corazón de Europa todo aquel que no es blanco y cristiano es una aberración.
Respecto a la inmigración, ¿es imprescindible que los países de la Unión Europea alcancen una política de inmigración seria que garantice la convivencia y tenga firmeza para evitar la inseguridad?
Sin ninguna duda. En los años 90, cuando yo estaba en el Ministerio de Interior como director de gabinete, me tocó coordinar el área de asuntos europeos, asuntos internacionales… Se produjo una transferencia precipitada y cobardona a Europa de las políticas inmigratorias por buena parte de los estados más grandes, algunos muy directamente implicados por una inmigración irregular desordenada como Francia, Alemania, Bélgica, Holanda, Italia…, pero también nos tocó a nosotros y España fue de los que apoyó aquella transferencia de las políticas de inmigración y asilo precipitada y con pocas bases sólidas a la Unión Europea.
Todo era para poder quitarse de encima el sambenito de ser los represores, los que cierran las fronteras. Se decía que no se pueden poner puertas al campo, no se puede cerrar la prosperidad a quienes vienen buscando una vida mejor, que ningún ser humano es ilegal. No hay posibilidad de compartir prosperidad y democracia si no se pone una política inmigratoria seria a funcionar de manera urgente y esto requiere seguramente que los estados retomen ciertas responsabilidades que en su día entregaron de manera precipitada a la Unión Europea y que entiendan que esto es un problema colectivo. Aunque estés lejos de las fronteras sur o este de Europa no significa que el problema no sea tuyo, sobre todo en un régimen de fronteras abiertas como es el de Schengen. Uno puede ir perfectamente desde España a Rumanía o al revés, o ir sin ningún control de pasaportes desde España a Noruega, que no es miembro de la Unión Europea, o de España a Islandia, con lo cual todos los países tienen este problema y todos tenemos que ser conscientes que no podemos permitir que se instale la demagogia en el discurso sobre la inmigración.
En segundo lugar, estamos a favor de la multiculturalidad y la diversidad de Europa, pero no de la imposición de las minorías sobre las mayorías. Quienes vienen a vivir entre nosotros tienen que aceptar las reglas de convivencia democrática: la igualdad entre seres humanos significa también entre hombres y mujeres, entre mayores y jóvenes, entre personas de diferente sexo, raza, religión o tendencia sexual. Quien no acepte esto, no está aceptando la democracia. No se puede venir a Europa para tener un trabajo mejor, tener seguridad social, pero no aceptar que las mujeres, los gays o las personas de otras razas o religiones tienen los mismos derechos. Esto es así y decirlo sin complejos no es ser un extremista, sino un demócrata convencido.
Y una tercera reflexión sobre la inmigración irregular: no se puede empezar a cuestionar detalles de lo que puede o no puede hacer la Armada. Si se considera que la vigilancia en alta mar es competencia de la Armada, ello implica todos los riesgos y amenazas que se ciernen sobre nuestros estados, incluida la de las mafias inhumanas que trafican con seres humanos. Eso es un delito y un elemento desestabilizador que debe ser controlado por las Armadas de la Unión Europea y de la OTAN. Hay que ir a las cuestiones mucho más esenciales, mucho más generales, hay que ser mucho más estratégico en el diseño de las políticas inmigratorias y mucho menos táctico.

Se cumplen 25 años del acceso al trono de Mohamed VI en Marruecos. Usted, como buen conocedor del país vecino, ¿qué balance hace de estos años de reinado de Mohamed VI?
Son tiempos distintos a los que tocó a su padre, Hassan II. El reinado de Hassan II tiene varias etapas: no es igual a finales de los años 50, en los 60, en los 70, en los 80 o justo antes de morir. Hay una evolución evidente, para muchos lenta y poco ambiciosa, pero veamos la transformación extraordinaria que se ha producido en Marruecos en los últimos 25 años. Es una transformación social, económica, socioeconómica, cultural. En nuestro país muchas veces se ignora el papel que tiene la mujer en la sociedad marroquí, que es extraordinariamente importante. No estamos hablando sólo de las casas acomodadas: incluso en las zonas más rurales o más remotas, las abuelas y las madres cuando ya tienen una cierta edad son el sostén principal de las familias, son la columna vertebral de esa sociedad.
También hay que hablar del desarrollo de las infraestructuras, de la industria automovilística, de la industria aeronáutica, de los puertos, del sector turístico que en este momento es extraordinariamente importante y tiene un peso relativo a su PIB no muy distinto del que puede tener en Italia o España.
Esta evolución social se ve en muchos terrenos. Por ejemplo, Marruecos tuvo mujeres generales en puestos operativos de las fuerzas armadas mucho antes que España; la línea aérea de bandera, la Royal Air Maroc tiene más mujeres comandantes y pilotos que Iberia, siendo una compañía que es prácticamente el tercio de la española en cuanto a número de aviones y personal. En fin, el país ha dado un salto cualitativo social innegable y no verlo es querer negar la realidad. Marruecos no es una democracia como Suiza o Francia, pero es lo más parecido a una democracia liberal en el mundo arabo-musulmán. Que alguien me diga otro país en el que hay elecciones municipales, regionales o nacionales que tienen la bendición de partidos políticos observadores neutros mundiales y que tiene un sistema de partidos que va desde la extrema izquierda a la extrema derecha religiosa, y que todos han estado en el poder de una forma u otra, participando en coaliciones, teniendo ministerios, presidencia de regiones o incluso la alcaldía de grandes ciudades como Marrakech o Casablanca.

¿Cree que todos esos avances no se valoran suficientemente desde España?
En España se juntan dos críticas que son, en mi opinión, incompatibles: si el rey Mohamed VI es un dictador ¿por qué se le acusa al mismo tiempo de no tener la mano en los asuntos del Estado? Porque si es un dictador, no tendría otra cosa que las manos en los asuntos del Estado. Quien gobierna en Marruecos es el gobierno elegido por las urnas. Y, por otra parte, existe un miedo patológico por parte de algunos sectores políticos de la extrema derecha y la extrema izquierda ante una potencial enemistad con Marruecos. Cuanto más se acerca Marruecos a Occidente, sea a Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania o al Estado de Israel, menos riesgo corre España. El único riesgo que correría España sería en caso de una grave inestabilidad política, estratégica y geopolítica en la región del Magreb. Un Marruecos inestable que acabase en el caos y el desgobierno, en el que no hubiese esta monarquía que es una garantía de estabilidad. No es un cuanto peor, mejor para nosotros, que ha sido en algunos momentos la política aplicada por los partidos políticos españoles respecto a Marruecos. Es cuanto más estable, mejor para nosotros; cuanto más próspero, mejor para nosotros; cuanto más evolucione el país y más se acerque a una democracia absolutamente plena, mejor para nosotros. Con lo cual, seamos ponderados y razonables, sin dejar de señalar las carencias del país, que evidentemente las tiene. Una de ellas es el deterioro de la educación pública, que era un sistema de permeabilidad social extraordinario hasta hace muy pocos años y que debe volver a ser esa escalera social que fue en su día y que sacó de la pobreza a muchos marroquíes y les convirtió en personalidades en su país, en Francia o en Bélgica. Y esperemos que en España, en un breve tiempo.