A pesar de que la comunidad internacional actualmente esté centrada en la crisis de Ucrania entre la OTAN y Rusia, hay otras partes del mundo donde también se están desarrollando sucesos que merece la pena controlar y seguir de cerca con el fin de mantener la estabilidad y seguridad regional.
Una de esas zonas es el Sahel, donde desde hace tiempo se está experimentando un preocupante incremento de la actividad yihadista. El reciente golpe de Estado en Burkina Faso ha vuelto a poner de manifiesto como la amenaza islamista se cierne sobre la región sin líderes fuertes que puedan enfrentar a los terroristas. También, el fracaso de las fuerzas europeas abre la puerta a otros actores que buscan ganar influencia en la zona.

Por otra parte, diversos analistas han advertido que la lacra del terrorismo puede expandirse hacia otras zonas cercanas, como el Magreb. Dentro de esta región, Libia es el país que más preocupación genera debido a su crítica situación política y social. La suspensión de las elecciones presidenciales, programadas para el pasado 24 de diciembre, han acentuado la inestabilidad del país, provocando un escenario que permite a los grupos terroristas volver a ganar terreno en ciertas partes de la nación. En este sentido, también cabe destacar el descontento de la ciudadanía ante la supuesta corrupción del Gobierno de Abdul Hamid Dbeiba, a quien acusan de actuar acorde con intereses extranjeros.

Tras la caída de Muamar el Gadafi en 2011, Libia ha vivido guerras civiles, intervenciones militares extranjeras y un auge del yihadismo en el territorio nacional. Por otro lado, el país norafricano se ha convertido en el principal punto de la región donde operan mafias de tráfico de personas, además de servir de tablero para otras potencias internacionales que buscan ganar influencia a través de sus mercenarios. Por todo ello, hay quien considera a Libia un Estado fallido.

A pesar de los esfuerzos nacionales e internacionales por establecer las bases que encaminen al país hacia la paz y la firmeza, los recientes hechos en el sur muestran de nuevo la vulnerabilidad de Libia para hacer frente a los ataques yihadistas.
A finales de enero, la localidad sureña de Al Qatrun sufrió un ataque orquestado por “un grupo armado afiliado al Daesh”, según informó el Ministerio del Interior. Esta célula, que “se mueve en la región suroeste para desestabilizar la seguridad del país”, mató a tres soldados de la Brigada de los Mártires Umm al-Aranib. Como consecuencia, las fuerzas vinculadas al mariscal Khalifa Haftar iniciaron un operativo de seguridad en la zona que se saldó con la muerte de 23 terroristas.

El ataque ha revivido los temores acerca de un posible regreso del Daesh en el país. En 2015, la organización yihadista tomó la ciudad costera de Sirte, aunque perdió el control en 2016 después de intensos combates entre los yihadistas y las fuerzas de Misrata, que contaban con apoyo aéreo de Estados Unidos. Otro bastión de los terroristas en Libia fue Derna, considerada la primera ciudad incorporada al ‘califato’ fuera de Irak y Siria.
Aunque hace años la amenaza yihadista estuviese presente en puntos del norte ubicados en el litoral mediterráneo, los terroristas en la actualidad prefieren refugiarse en el sur, el punto más débil del país. Tal y como explica Muhammad Qashout, analista político, al medio Al-Arab, el sur representa una “región frágil”. Sus extensas fronteras con Chad, Níger y Argelia y las condiciones de su terreno facilita que el Daesh se mueva por esta zona para protegerse y la establezca como base para preparar la expansión hacia otras ciudades del norte y el este.

Los últimos sucesos, además de desvelar la actual presencia yihadista en Libia, han intensificado la brecha existente entre el Ejército Nacional Libio (LNA), liderado por Haftar, y el Gobierno de Unidad Nacional de Dbeiba. A pesar del alto el fuego alcanzado por ambas partes en 2020, las discrepancias entre ambos son latentes. Ahmed al-Mismari, portavoz de las fuerzas de Haftar, acusó a Dbeiba y a su Ejecutivo de “robar la victoria lograda por el Ejército” tras los combates con los yihadistas. En este sentido, según señala Al-Arab, el Gobierno libio recientemente se negó a pagar el salario de los soldados del LNA. Al-Mismari también explicó como fue la operación contra el Daesh y destacó que sus grupos afines se mueven entorno a las fronteras con Chad, Níger y Argelia.

Los ataques de Libia se producen poco después del asalto a la prisión siria en Hasaka, la acción más importante del Daesh desde su derrota en 2019. Los sucesos en Al Qatrun, tal y como indica Qashout “están estrechamente relacionados con los movimientos de la organización en Irak y Siria en la ciudad de Hasaka”. “Esto sugiere que el Daesh quiere restablecer su presencia”, añade.
La región donde se ubica la cárcel, administrada por las fuerzas kurdas, comparte algunas condiciones con Libia: falta de gobernabilidad, colapso económico e inseguridad. Circunstancias que propician la reaparición de células yihadistas. No obstante, no es la primera acción del Daesh en la zona. En los últimos años, grupos afines han llevado a cabo frecuentes ataques en Al-Shuhayl, una localidad cercana a Deir ez-Zoz, antiguo bastión yihadista. Precisamente en esta ciudad, las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF) detuvieron a finales de enero a varios miembros del Daesh que contenían armas, incluidos varios Kalashnikov, y munición, según informó la agencia siria North Press.

Desde la caída del ‘califato’ en Siria, los yihadistas se han mantenido ocultos organizando operaciones a pequeña escala, como emboscadas contra las fuerzas de seguridad. Durante el año pasado, el Daesh llevó a cabo 342 acciones, según cifras del Observatorio Sirio de Derechos Humanos.
El asalto a la cárcel ha sido uno de los acontecimientos más destacados debido a su magnitud y consecuencias. Murieron 200 combatientes y presos, incluidos dos niños soldados, 40 soldados kurdos, 77 guardias de la prisión y cuatro civiles. Además, miles de personas tuvieron que huir de sus hogares. Después de años sufriendo ataques de baja intensidad, un suceso de este tipo reactiva las alarmas sobre un posible resurgimiento de la organización yihadista. También, a raíz del asalto, las autoridades kurdas han vuelto a solicitar apoyo para controlar las prisiones que albergan terroristas, muchos de ellos procedentes de países occidentales.

Después de los enfrentamientos en la prisión de Hasaka, combatientes del Daesh asesinaron a 11 soldados iraquíes cerca de Jalawla en una operación que forma parte de los recientes ataques contra fuerzas de seguridad del país.
Sin embargo, una fuente de la inteligencia iraquí asegura a Al-Arab que la organización terrorista no cuenta con la “misma financiación” que tenía en el pasado, por lo que “no puede resistir”. “Operan como una organización descentralizada”, recalca el funcionario iraquí.

En este punto coincide también Jabar Yawar, de las fuerzas Peshmerga de la región autónoma del Kurdistán iraquí, quién afirma que “el Daesh no es tan poderoso como en 2014”. “Sus recursos son limitados y no hay un liderazgo conjunto fuerte”, añade a la agencia Reuters. No obstante, Yawar resalta que, “si no se resuelven las disputas políticas, el Daesh volverá”. Además de las controversias políticas, étnicas y religiosas internas, los actores externos y sus enfrentamientos benefician a los yihadistas. Las milicias iraquíes respaldadas por Irán están enfrentadas con las fuerzas estadounidenses, mientras que el Ejército turco ataca posiciones kurdas.

Tanto en Irak como en Siria, el Daesh se aprovecha de estas tensiones étnicas y políticas, además de la grave situación económica, para atraer jóvenes y tratar de volver a reorganizarse. Esta precaria situación en ambos países fue denunciada por los cientos de migrantes varados en la frontera entre Bielorrusia y la Unión Europea el pasado mes de noviembre. La mayoría de los ciudadanos, procedentes de las zonas kurdas, llegaron al continente europeo buscando una vida mejor, huyendo de la inestabilidad y de la creciente violencia regional.