Brasil ha sido durante mucho tiempo un importante socio comercial estratégico para Irán en América Latina, pero siempre ha habido más en la relación de lo que parece. Además de la cooperación política y económica, Irán ha trabajado para explotar un tipo diferente de influencia en América Latina en global. Durante las últimas décadas los tratos entre Irán y Brasil han pasado por varias fases, a veces reflejados en cambios generales en la política exterior brasileña, y otras veces basándose en una relación poco concreta centrada en intereses comerciales mutuos. Las personalidades de los sucesivos líderes de ambos Estados, sus inclinaciones ideológicas y sus percepciones de Occidente han sido los principales conductores de la dinámica de sus relaciones.
La elección de Jair Bolsonaro en 2018 ha contribuido poco a mejorar sus lazos. El presidente de derechas se alineó estrechamente con el expresidente de los Estados Unidos, Donald Trump, y se convirtió en uno de los pocos líderes mundiales en respaldar abiertamente la eliminación el 3 de enero de 2020 de Qassem Soleimani, comandante del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán (CGRI).

Por el contrario, Luiz Inácio Lula da Silva, presidente izquierdista de Brasil de 2003 a 2010, dio un gran valor a la relación con Irán porque quería mover el enfoque de su política exterior de los países de América del Norte y Europa hacia las naciones en desarrollo de América Latina, África y Medio Oriente. Ahora, la suerte de Irán en Brasil puede estar a punto de cambiar de nuevo. Lula podría hacer una reaparición política importante en las elecciones presidenciales de 2022, después de haber sido absuelto de una serie de condenas penales el 8 de marzo de este año.
Lula estuvo implicado en una investigación de 2014 denominada Operación Car Wash, que descubrió evidencia de corrupción que involucra a la petrolera estatal Petrobras y a varias figuras importantes. Ahora se ha levantado la prohibición de que Lula ocupe el cargo, por lo que es libre de desafiar a Bolsonaro en las urnas. Dado el mal y poco popular manejo por parte de Bolsonaro de la pandemia de la COVID-19, Irán sin duda seguirá de cerca las elecciones.
El régimen de Teherán busca activamente ampliar su lista de amigos con la esperanza de contrarrestar la oposición de la comunidad internacional a sus ambiciones nucleares y movilizar apoyo para sus políticas. Con este fin, ha establecido más de 36 centros culturales chiíes en 17 países, muchos de los cuales supuestamente se utilizan como redes de espías para recopilar información de inteligencia. En América Latina, los centros culturales actúan como centros para reclutar espías y generar apoyo popular para Irán.
La República Islámica se ha enfrentado a diversos grados de aislamiento político y económico desde la Revolución Islámica de 1979. Las principales potencias económicas lo consideran un socio comercial lleno de riesgo en vistas de las numerosas rondas de sanciones impuestas a sus industrias y funcionarios a lo largo de los años. Independientemente de quién esté en el poder, los intereses económicos y comerciales han sido y seguirán siendo un impulsor constante de las relaciones bilaterales entre Brasil e Irán, particularmente en petróleo, gas, exploración de minerales y agricultura. Su superávit comercial en 2018 alcanzó los 2.200 millones de dólares a favor de Brasil.

El hecho de que, en la actualidad, más de 5 millones de migrantes libaneses y sus descendientes vivan en solo dos países (Brasil y Argentina) ha demostrado ser una clara ventaja para organizaciones aliadas con Irán como Hizbulá, que intenta cultivar recursos de inteligencia de todo el espectro religioso. Sin embargo, hasta ahora han tenido un éxito limitado a la hora de ganarse al público de América Latina. Según los datos mostrados por Arab News de la encuesta de 2015 del Pew Research Center, que involucró a 45.435 encuestados en 40 países, se esclareció que alrededor del 79% de los brasileños dijo tener una opinión negativa de Irán, mientras que solo el 11% dijo que lo veía favorablemente.
No obstante, las relaciones con las naciones latinoamericanas siguen siendo principalmente la forma en que el régimen iraní contrarresta el impacto de las sanciones internacionales y diversifica sus medios de supervivencia. A través de estas conexiones, Irán espera proyectar la imagen de una potencia global, superar el aislamiento diplomático, ganar apoyo para su programa nuclear y potencialmente responder a la presión de Estados Unidos desde una gran proximidad. Finalmente, la presencia de Hizbulá y el CGRI en América Latina se considera un activo iraní vital, ya que proporciona una base desde la cual se pueden lanzar ataques contra objetivos estadounidenses en caso de una escalada de hostilidades en el Medio Oriente.